Tres años de guerra en Siria

140.000 muertos. 10.000 de ellos, niños. 6,5 millones de desplazados internos. 2,5 millones de refugiados en países extranjeros. Es la guerra civil siria en cifras. Cifras con rostros, con vidas. Historias rotas. Una masacre ante la que el mundo cumple su tercer año de indiferencia. Un drama pavoroso ante el que, tres años después, la comunidad internacional sigue sin poder poner freno. Son tres años ya de tibieza, de mirar para otro lado, de discursos que para nada sirven. Tres años de alimentar, por medio de la inacción, a los más violentos y radicales de uno y otro lado. Por tercer año, el mundo sigue tolerando a tirano Al Assad, Rusia y China siguen protegiendo a su aliado, aunque eso implique mancharse las manos de sangre, y el resto del mundo continúa con su incapacidad de articular un salida pacífica y democrática a este conflicto. Sí, son ya tres los años que se han dejado pudrir las cosas en Siria, tres años en los que, como consecuencia lógica de la gravedad de la situación, del constante empeoramiento de la misma, los grupos más radicales han ido tomando el control de la oposición, donde las facciones moderadas van perdiendo terreno.
 
 
Las cifras corren el riesgo de quedarse en algo frío, de no reflejar el drama que esconden. Pero conviene pararse a pensar en lo que suponen. 140.000 vidas rotas. 140.000 muertos en tres años. Ciudades destrozadas, vidas asoladas, desplazados internos y refugiados. Miles de niños a los que se ha robado su infancia, su inocencia y su país. Un mundo que ha vuelto a perder, si alguna vez lo tuvo, la esperanza en la defensa y la protección de los Derechos Humanos por encima de todo. Hemos fracasado, como sociedad, como mundo moderno, como demonios quieran llamarlo. Son tres años, señores. Tres años de intentos frustrados, pero nunca convincentes, de la comunidad internacional por frenar esta sangría, esta masacre diaria que destruye un país entero.
 
La apuesta por la solución diplomática se concretó mediante el nombramiento de un enviado internacional al conflicto, el exsecretario general de la ONU, Kofie Annan. Se reunió con el tirano Al Assad y con la oposición. Fracasó. El dictador prometió cosas que jamás cumplió. La situación se siguió complicando. A cada intento por condenar al régimen de Al Assad, Rusia y China salían en defensa de su aliado y de sus intereses económicos y geoestratégicos, que antepusieron desde el comienzo al respeto a la vida humana y a los derechos fundamentales. Y en esas siguen. Después llegó un segundo enviado internacional, Lajdar Brahimi, que comparte con Annan su fracaso y que incluso pidió perdón recientemente por el mismo.
 
Comenzó hace tres años esta terrible guerra civil como una revuelta democrática del pueblo sirio, cansado de vivir bajo la dictadura de la familia Al Assad. Lo que en su momento se llamó primavera árabe, movimiento que forzó la marcha de crueles dictadores en Túnez y Egipto, entre otros países, se extendió a Siria. El pueblo, largo tiempo silenciado por la opresión del dictador, se rebeló. Al Assad optó entonces por la estrategia que mantiene ahora: aniquilar a aquellas personas de su pueblo que protesten contra él, exterminarlos. Detener, secuestrar, violar y asesinar a opositores. Sangre y fuego contra las revueltas populares.
 
Las manifestaciones ciudadanas, por tanto, fueron reprimidas con enorme brutalidad. La oposición se organizó entonces para combatir con armas al tirano. Comenzó una guerra, una confrontación armada. El Ejército Libre Sirio, formado fundamentalmente por disidentes del ejército del régimen que no querían acatar las órdenes de disparar contra su pueblo, asumió la responsabilidad de plantar cara de forma violenta a la dictadura. Pero la situación no paró de complicarse. Con evidentes implicaciones internacionales, como el apoyo que el régimen de Al Assad recibe del grupo libanés Hezbola o la entrada en Siria de radicales islamistas que decidieron aprovechar la situación para entrar en las filas rebeldes y buscar otros objetivos muy distintos a los de la revuelta popular inicial. Así las cosas, hay varios grupos terroristas próximos a Al Qaeda que han tomado el control de zonas en manos de los rebeldes, que han secuestrado la revolución para su proyecto radical y fundamentalista.
 
La comunidad internacional no ha sabido responder a esta permanente degradación del conflicto. La misma Naciones Unidas que periódicamente actualiza las cifras de muertos, desplazados y refugiados en Siria es incapaz de hacer nada para frenar esta guerra. Sin duda, el bloqueo de los aliados de Al Assad dificulta mucho las cosas, pero tampoco se ha apreciado, salvo honrosas excepciones, suficiente implicación por parte de los líderes mundiales. Probablemente la mejor demostración de ello la dio Barack Obama, cuya política exterior consiste en rehuir problemas y conflictos. Llevado hasta el extremo, quizá, como sobrerreacción a la desmesura militar y a las aventuras ilegítimas en el extranjero de su antecesor en el cargo. El presidente estadounidense dijo en una entrevista que la línea roja que el régimen de Al Assad no podía cruzar era el uso de armas químicas contra la población. El tirano saltó claramente esa línea y atacó a su pueblo con armamento químico. Obama se sintió entonces presos de sus palabras. Lo último que quería era volver a entrar en una guerra, cuando desde que llegó al cargo su máxima en política exterior ha sido sacar a Estados Unidos de los avisperos en los que lo metió Bush. Una guerra, además, la siria que preocupa entre poco y nada a la población estadounidense.
 
Obama no podía dejar de actuar, porque estaría incumpliendo su palabra y dejaría sin respuesta el uso de armas químicas, un muy peligroso antecedente. Pero no quería hacer nada. ¿Intervenir militarmente en Siria? Ni loco. L insinuó, sí, pero rápidamente hallaron entre todos (Kerry hablando más de la cuenta, o no, en una rueda de prensa; Putin deseoso de proteger a Al Assad y reivindicar su figura en la escena internacional, etc.) una solución de urgencia. Estados Unidos no intervenía, seguía mirando hacia otro lado ante las masacres continuas en el país siempre y cuando Al Assad se comprometiera a destruir su armamento nuclear. Lo hizo, por mediación de Rusia, y todos tan contentos. Mensaje final de esta mediación internacional. Dos. Los dos dolorosos y alarmantes. El primero, que Al Assad puede violar los Derechos Humanos y asesinar a su pueblo, pero no con armamento químico. Y el segundo, Al Assad volvía a ser un actor reconocido en la esfera internacional. Aunque por mediación de su aliado Putin, volvía a la esfera internacional y dejaba de ser el paria, el detestable y odioso dictador con el que no hay nada más que hablar que su marcha del país al que está oprimiendo para ser juzgado por crímenes contra la humanidad. El gran perjudicado de este movimiento, sin duda, fue la oposición moderada siria.
 
No estoy defendiendo una intervención militar en Siria. Nadie dijo que fuera fácil intentar poner fin a la guerra en aquel país. No lo era al principio y lo es mucho menos ahora que se han dejado transcurrir tres años de muerte, destrucción y fanatismo. Siria se encamina hacia un periodo interminable de dolor y sangre, de muertes y sufrimiento. El mundo sigue defendiendo la solución diplomática, lo cual es loable. Sólo que no funciona. O no ha funcionado hasta ahora. En lo que se traduce esta inacción del mundo es en que Al Assad sigue teniendo carta blanca y en que las violaciones a los Derechos Humanos en ambos bancos, es importante señalar esto también, siguen cometiéndose de forma impune.
 
Los niños que juegan a la guerra, como en la imagen que ilustra esta noticia, porque es lo que han visto. Los que crecen fuera de su país, en campos de refugiados. Los niños que han perdido a sus familiares, los que no tienen ya esperanza, ni inocencia ni sueños. Son las víctimas más vulnerables de la guerra siria y la más viva imagen del inmenso daño que está produciendo este conflicto. Un país destruido, sin esperanza de futuro, en el que sus habitantes viven rodeados de guerra y destrucción, de fanatismo y odio, de ansias de venganza e incomprensión, de sinrazón y rabia. Llevamos tres años asistiendo a la descomposición de un país. Quienes en su mano tienen la capacidad de buscar de forma intensa soluciones a este drama siguen pisando la moqueta de sus despachos oficiales, siguen haciendo declaraciones solemnes sobre el conflicto, en suma, siguen sin hacer nada. La guerra continúa. Y cada día que pasa la tragedia es mayor. El mundo vuelve a fallar, el ser humano vuelve a demostrar cuán ruin y vil puede llegar a ser, cuán inmensa es su capacidad de destrucción tras tres espantosos años de guerra en Siria.

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