Tensión creciente en Ucrania

La situación en Ucrania no deja de agravarse sin que por el momento nadie sea capaz de poner freno a la escalada de tensión. Rusia controla de facto Crimea, región autónoma de Ucrania con una importante población rusoparlante. Putin supervisó ayer unas maniobras militares que las autoridades rusas han querido desvincular de la situación en Ucrania. El discurso de Rusia es que protegerá, y con proteger se refiere a enviar tropas a un país extranjero y tomar el control de esas regiones, a todos los ciudadanos que hablen ruso. Un mensaje que a lo largo de la historia ha sido lanzado por peligrosos regímenes autoritarios y que han empleado líderes tiránicos y alocados. No es necesario hacer mucha memoria para encontrar semejanzas entre esta idea y algunas de las mayores atrocidades del siglo pasado en Europa.
 
Es muy compleja la situación en Ucrania. Cuesta ver esta película con una visión maniquea de buenos y malos. Sería fácil presentar a Putin como el malvado de la historia, un gobernante con ínfulas de grandeza que quiere devolver a Rusia al primer plano internacional y que arde en deseos de regresar a la Rusia grande de tiempos pretéritos aunque sea empleando las armas. Algo de eso hay, desde luego. Pero ya digo que simplificar este conflicto es un error. En lo que atañe a Rusia, desde luego, este movimiento demuestra cómo Vladimir Putin avanza en su proyecto de ganar peso para su país en la comunidad internacional y hacerlo de forma autoritaria, enseñando su fuerza militar y sin arrepentirse de invadir militarme una región de un país extranjero. Buscan las autoridades rusas una política de hechos consumados que, ante la clásica lentitud de la Unión Europea y la nueva política internacional de Estados Unidos, puede tener cierto éxito.
 
Sin duda, al margen de los vínculos históricos de Crimea con Rusia y más allá de que es totalmente cierto que hay una parte importante de la población de Crimea que saluda con satisfacción los movimientos rusos y que tiene descendencia de aquel país, que hablan sólo su idioma, la intervención de Putin es inaceptable e ilegal. Porque supone controlar una región de un país extranjero, violar las fronteras de ese país y hacerlo unilateralmente con el objetivo de anexionarse ese territorio o de constituir en él una república satélite que poder controlar. Todo ello, a costa de desmembrar Ucrania y de provocar divisiones en aquel país. Todo para mantener la influencia rusa sobre su vecino, para conservar su área de influencia.
 
Este conflicto comenzó por la división entre quienes, desde el gobierno ucraniano, se resistían a pactar con la Unión Europea un acuerdo de asociación y los que, desde la oposición, pedían dejar atrás las reminiscencias de su pasado soviético y avanzar hacia la UE huyendo del protectorado ruso. Estos últimos lograron un cambio de gobierno, pero la situación se ha complicado más cuando Rusia ha tomado el control de Crimea, región autónoma de Ucrania donde una parte importante de la población se siente rusa o tiene grandes vínculos, empezando por el idioma, con la antigua potencia. En las calles de Crimea, según leemos en las crónicas de prensa (excelentes, por cierto) que publican estos días los grandes periódicos de nuestro país, se aprecia cómo muchos ciudadanos festejan la retirada de banderas ucranianas y aplauden la llegada de militares rusos. Complicado escenario.
 
Malo para todas las partes, sin duda, que la escalada de violencia continúe sin control. Estados Unidos ha amenazado con sanciones de calado a Rusia si no rectifica su actuación en Crimea, algo que parece poco probable. Estamos ante una especie de reedición de la Guerra Fría, aquel periodo histórico tras la II Guerra Mundial en la que dos grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, jugaron una partida de ajedrez con el mapamundi como tablero. Guerra fría porque no hubo conflicto armado directo entre las dos potencias, pero sí una brutal carrera armamentística y decenas de conflictos en distintas partes del planeta donde cada uno de los dos países apoyaba a un bando. No estamos, evidentemente, en una situación idéntica, pero sí hay ecos de la retórica de entonces. Vemos a Rusia buscando recuperar el protagonismo perdido. En su área de influencia, a través de esta intervención contundente en Ucrania, pero también en otros conflictos mundiales como el de Siria, en el que Rusia es gran aliada del régimen de Al Assad y se apuntó una victoria ante Estados Unidos evitando la intervención militar de la primera potencia mundial en el país a cambio de negociar en nombre del tirano sirio una destrucción de su armamento químico.
 
Sin duda, los más perjudicados por esta situación son los ucranianos. Existe un riesgo cierto de conflicto armado, de guerra civil, de desmembración del país. Es una situación dramática para Ucrania, que además se encuentra muy débil desde el punto de vista económico y requiere de ayuda internacional con cierta urgencia. De hecho, el FMI negociará desde hoy con las nuevas autoridades ucranianas una línea de ayuda. Malo también para Rusia y como prueba de ello tenemos la depreciación hasta mínimos históricos del rublo o el hundimiento de su Bolsa. Y malo para Europa y la estabilidad mundial. Por Ucrania pasa gran parte del gas procedente de Rusia que consumen los países del norte y el centro de Europa. Un posible cierre del suministro podría ser dañino para estos países y también haría dispararse el precio de la energía. ¿Hasta el punto de poner en riesgo la recuperación económica? Puede que sea pronto para ponerse en lo peor, pero es un temor que existe. Lo que está claro es que la situación es muy preocupante y la solución diplomática al conflicto por medio del diálogo, de momento, no se vislumbra.

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