Primer año del papa Francisco

El papa Francisco cumplió ayer su primer año de pontificado. Jorge María Bergoglio, obispo argentino, sorprendía a todos desde los primeros minutos de pontificado al ser elegido sucesor de Benedicto XVI, que un mes atrás había renunciado al papado en un gesto histórico y sin precedentes en muchos siglos. Los acontecimientos que precedieron a la elección del papa Francisco fueron extraordinarios, no sólo por la renuncia de su antecesor en el trono de San Pedro, sino por las causas que se intuyen tras esa marcha. El caso Vatileaks, con las revelaciones de luchas intestinas de poder y supuestas corruptelas económicas, entre otras lindezas, pululaban entre bambalinas. Sospechas de batallas en El Vaticano, incluso con presuntos complots contra el papa, que Benedicto XVI no soportó. 

La llegada de Francisco hace ahora un año al papado ha supuesto abrir las ventanas en la Iglesia católica para permitir la entrada de aire nuevo. Desde el comienzo, este papa ha marcado diferencias con sus antecesores. En el estilo de ejercer el papado y también en la toma de medidas concretas. Un año es muy poco tiempo para medir su acción, más en la Iglesia católica, donde los cambios cuestan tanto tiempo porque hay un modo de proceder y de pensar tan arraigado por la tradición. Pero el papa ha introducido cambios. De entrada, el gran logro de Francisco en este primer año ha sido ilusionar con un discurso renovado de vuelta a los orígenes del cristianismo, de tirón de orejas a algunas prácticas internas alejadas de la gente de la calle y más preocupada por las doctrinas que por la realidad. Ha ilusionado a propios y a extraños. Especialmente significativo ha sido esto último. Por vez primera en décadas, el papa ha logrado transmitir buenas vibraciones a personas agnósticas, a gente que llevaba mucho tiempo sin volver la cara al Vaticano porque sabía lo que iba a escuchar, discursos apolillados, rancios. Francisco ha aireado la casa. Tan sólo los sectores más ultras de la Iglesia, que haberlos haylos, se han sentido perdidos con este cambio en el pontificado. De repente, su actitud no es compartida por el papa. 

La adopción del nombre, Francisco, por el santo de los pobres, fue el primer gesto que envío el papa. Rezad por mí, dijo en su primera intervención pública tras haber sido elegido en el cónclave cardenalicio, donde apareció con una cruz de madera. Austeridad, humildad, sencillez. Valores que Francisco ha transmitido en todas sus apariciones desde entonces. Decidió que el anillo del pescador no fuera de oro. Optó por vivir fuera de los lujosos apartamentos papales de El Vaticano. Se desplaza en papamóvil descapotable para poder estar más cerca de la gente. Lava pies a indigentes, enfermos y drogadictos. Su primer viaje fuera de El Vaticano fue a la isla italiana de Lampedusa para mostrarse cercano a las personas que padecen el drama de la inmigración irregular, es decir, a los inmigrantes. Bendijo a los periodistas que cubrieron su elección como papa en silencio, para respetar a quienes fueran ateos o profesaran otras religiones. 

Gestos, sí. Gestos y acciones. Cambio de tono. Cambio de preferencias en la Iglesia católica. Antaño, hasta hace nada, la dureza en los discursos de los principales líderes religiosos se centraba en condenar cuestiones como el matrimonio homosexual, el divorcio o el uso de preservativos, por emplear algunos de los diablos recurrentes en las intervenciones de la jerarquía católica. Una jerarquía enfadada, siempre echando la bronca a los fieles, mostrando rigidez, escasa cercanía  a los problemas reales. Más preocupados por el estricto cumplimiento de la doctrina y por remarcar el dogma antes que por lo que sucedía en la calle. El papa pidió a los obispos que sean un pastor del rebaño, que se acerquen a ellos. Que no queden encerrados en sus templos. A los jóvenes, les pidió armar bulla en su viaje a Río. A las mujeres, les dijo que quería que tuvieran un papel más importante en la Iglesia porque "el genio femenino debe estar donde se toman las decisiones". A los homosexuales, que él no es nadie para juzgarles. Y las palabras más duras del papa han sido de autocrítica contra algunas prácticas de los propios obispos y contra el sistema económico que impera en nuestro tiempo. 

Ha criticado el papa con dureza actitudes poco cercanas de los sacerdotes a sus feligreses. Quizá sus intervenciones con más sustancia durante este año han sido aquellas en las que ha censurado el sistema capitalista feroz que padecemos en nuestra sociedad, ese que conduce a la "globalización de la indiferencia" ante dramas como el de la inmigración irregular o el que se preocupa de que la bolsa suba tres puntos pero no de que un pobre muera de frío en la calle por los rigores del invierno. El papa ha pedido a los líderes mundiales un sistema más justo y equilibrado. En el momento actual de grave crisis económica, sin ninguna duda alentada por la falta de regulación de los mercados financieros y por el capitalismo sin control que domina nuestro mundo, estas palabras del papa ayudan a encontrar algo de lo que hemos estado huérfanos (o casi) todos estos años: un líder espiritual de verdad, que diga verdades que incomoden al poder. Que eso llegue desde El Vaticano es un fenómeno prodigioso. 

Pero el papa también ha tomado medidas reales. Ha decidido poner orden en el banco vaticano, sobre el que pesan muchas sospechas de irregularidades. Ha creado un grupo de asesores para que le ayuden a reformar la Curia. Ha desechado presentarse como alguien infalible y siempre busca el diálogo y el consejo de quienes lo rodean. Ha intervenido activamente en la búsqueda de una solución dialogada al conflicto sirio. Se ha comprometido a combatir la pederastia en el seno del la Iglesia católica. Está dispuesto a nombrar a laicos en puestos de responsabilidad y entre sus asesores ha incluido a una mujer. Un año es poco tiempo, pero el papa ha logrado convencer en estos 365 días, la conseguido ilusionar. Francisco sigue pareciendo el hombre capaz de sacar a la Iglesia del siglo pasado. 

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