Ocho apellidos vascos

Ocho apellidos vascos es el mejor estreno de una película española desde Lo imposible. El arrollador éxito en taquilla de esta cinta sobre la historia de amor de un andaluz y una vasca prototípicos es una gran noticia para el cine español, lo cual es sin duda digno de celebrar en el delicado momento por el que atraviesa la industria. Es un gran logro para el filme. El segundo es que cumple su objetivo de comedia ligera con el propósito de entretener sin más pretensiones.
 
Funciona como comedia, como entretenimiento. Sin más. Divertida cinta, cinta con escenas divertidas, por mejor decir. Tiene buenos golpes, como se dice coloquialmente. Es sano e inteligente reírse de los tópicos sobre vascos y andaluces. Es innegable la buena intención y la lucidez de la propuesta. Autocrítica y sátira inteligente. Ahora bien, es inevitable (al menos para mí) sentir que, entre el gran público, la película terminará reforzando los estereotipos en lugar de combatirlos y desmontarlos. Y eso me hace menos gracia.
 
Es una cuestión de gustos, al fin y al cabo, como siempre. Como todo. A mí los chistes de regionalismos, de marcados estereotipos y topicazos nunca me hizo demasiada gracia. De ahí, por ejemplo, que deteste (igual detestar es una palabra muy fuerte) Torrente. Porque en esta película se hace mofa y burla del españolismo más rancio, algo desde luego saludable y bienvenido. Pero no puedo dejar de pensar que, en el fondo, se refuerza ese mensaje, ese prototipo casposo. Y probablemente no es tanto algo achacable a los autores de la película como a la parte del público que decida darle esa interpretación. Creo que recurrir a los tópicos tan asentados  es buscar una risa fácil del espectador, una complicidad facilona. Los chistes sobre negros y maricas en Torrente o el prototipo de andaluces vagos y vascos serios y rancios en esta cinta. Naturalmente la finalidad de los autores de estas películas no es reforzar esos prejuicios, sino ridiculizaros y reírse de ellos. Algo saludable e inteligente. Pero a mí me desagrada esa representación y me temo que haya no pocos espectadores que malinterpreten la historia de la película y salgan reforzando sus estereotipos y no aprendiendo a respetar y valorar las distintas culturas de cada región. Y si algún mensaje se puede buscar en esta comedia es precisamente este, cómo finalmente se antepone el aprecio personal, los sentimientos, a esas enemistades regionales fruto del desconocimiento y la ignorancia.

Son personajes y situaciones las de esta cinta deliberadamente excesivas, llevadas al extremo. La primera escena ya nos da una idea del tono que adoptará la película. Sin muchos matices, alejada de sutilezas. Aunque se sabe que es una sátira y que se emplea este pretexto para hacer reír, empalaga algo. Por lo obvio. Por lo tan evidente y masticado que se presenta todo. En Sevilla no están siempre dando palmas y bebiendo rebujito, así como en el País Vasco no te encontrarás a todo el mundo jugando a la pelota en la plaza del pueblo nada más llegar. En cualquier caso, insisto, se aceptan estas secuencias con gran densidad de tópicos, pues en el fondo es el recurso empleado para construir la historia. También se acepta la total falta de verosimilitud de la historia, porque esto es lo de menos en una comedia disparatada donde se asume que nada debe tener sentido.
 
Hay escenas muy divertidas y esta crítica a la película, que se sale del entusiasmo general que ha despertado la cinta entre el público, lo cual celebro, no lanza el mensaje de que es una mala película. Volvería a verla sin problemas. Es simpática, entretenida. Los peros a su propuestas ya han quedado expuestos antes. Los tópicos me parecen material altamente inflamable y el hecho de que me produzcan repulsión, en el fondo, es cosa mía. No pretendo generalizar ni sentar cátedra. Sobre los logros, que los hay, encontramos como digo escenas muy divertidas. Como aquella en la que, entre sueños, el personaje sevillano entra en Euskadi y se imagina un lugar de tormentas devastadoras o como cuando va a cenar con la chica de la que se enamora y el padre de esta y el camarero enumera el menú que degustarán esa noche, y que el chaval cree que es la carta de donde elegir un plato. La pasión gastronómica en el País Vasco, una bendita religión que profesan por esas tierras, queda bien reflejada.
 
También se acierta en la representación la estética abertzale, el admirable apego a las tradiciones de los vascos y el carácter fuerte y aguerrido de las mujeres de allá. Incido más en la representación de los vascos y sus tópicos porque la película transcurre fundamentalmente en el norte y se pone más el acento en ellos. Como demuestra el programa Vaya Semanita, del que fue guionista Borja Cobeaga, coguionista de esta cinta dirigida por Emilio Martínez Lázaro, los vascos saben reírse de sí mismos. Y qué importante es eso.
 
Precisamente, sobre esta película he debatido con una buena amiga, muy amiga y muy vasca. A ella, como parte directamente implicada, le ha encantado. El sentido del humor es una de las más refinadas demostraciones de inteligencia, sobre todo cuando es uno mismo el objeto de la sátira. En este sentido, uno de los aspectos que más me alegran de esta película es que se hagan bromas, muy divertidas por surrealistas, sobre la kale borroka. Que estemos en un momento en el que se pueda bromear sobre ello es una noticia formidable. Para mí, de las mejores noticias del filme. Cuando algo tan serio puede ser objeto de broma y sátira es que nos encontramos en un momento distinto, mucho mejor, en Euskadi y el resto de España sobre la losa del terrorismo y que hay una disposición para afrontar el futuro con otra disposición. Celebro esta actitud de los creadores de la película, que en el citado programa de la ETB aparece desde su creación.
 
Un punto fuerte de Ocho apellidos vascos son sus buenas interpretaciones y también los planos en los que apreciamos la belleza esplendorosa de Sevilla y el cautivador encanto de los pueblos vascos. Borda su personaje Clara Lago, joven actriz que impregna siempre a sus papeles de gran frescura. La cinta nos deja también un gran descubrimiento para el cine, el de Dani Rovira, muy suelto y convincente en su primera película. Se le puede ver en la serie de Telecinco B&B, cuya interpretación de un cándido becario en una revista de moda es el 90%, como poco, de mi motivación para ver la serie. Deslumbra Karra Elejalde en el papel de padre de la joven vasca, aunque en él eso no es noticia (tengo grabada en la memoria su interpretación doble en También la lluvia, de Iciar Bollaín). Carmen Machi no nos regala su mejor intepretación, pero cumple como de costumbre.

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