Muere Adolfo Suárez

Se nos ha ido Adolfo Suárez, el primer presidente de la reciente democracia española. Fallece la persona que ideó y pilotó la Transición a la democracia, proceso histórico que merece las mayúsculas por la altura de miras, el sentido de la responsabilidad, el espíritu de concordia y la disposición al diálogo de quienes lo protagonizaron. Suárez es una de las figuras políticas más importantes del siglo XX en España y a él todos los españoles que hemos nacido en democracia, todos los que vivimos en democracia, le debemos mucho. Un sentimiento de enorme admiración y de profunda gratitud por alguien que dialogó con personas de ideas opuestas a la suya, que supo anteponer el interés general al particular, que consiguió dejar atrás las rencillas y la división que desagarraba a España durante décadas. Lo hizo avanzando desde dentro del régimen franquista, lo que no sólo no empequeñece su vida, sino que la engrandece. Porque viniendo de donde venía fue el arquitecto de la Transición española a la democracia, un proceso admirado en todo el mundo y del que podemos sentirnos legítimamente orgullosos.
 
Admiro a Adolfo Suárez. Ante la oleada de reescritura de aquel periodo de nuestra historia al que asistimos, siempre he dejado claro que soy un defensor de la Transición. Reivindico su trascendencia histórica, el inmenso valor de las personas que la comandaron y la enorme dificultad ante la que tuvieron que enfrentarse. Es sencillo, muy sencillo, echar por tierra todos los avances de aquella etapa. Tan sencillo como injusto. Terriblemente injusto y desconsiderado. Veníamos de una dictadura, del blanco y negro, de la falta de derechos y libertades. No había pluralismo político, no había democracia. Y desde ahí se logró avanzar hacia un Estado democrático de Derecho en el que hoy vivimos. Se hizo, además, sin violencia, de forma pacífica y dialogada. "De la ley a la ley". Es algo admirable lo que se realizó entonces. No podemos dejar de elogiar la grandeza de las personas que, desde distintas posiciones ideológicas, cedieron y pusieron todo de su parte para que la democracia volviera a España. Les debemos mucho a todos.
 
Sin duda, el rey don Juan Carlos y Adolfo Suárez fueron los dos principales artífices de la Transición española a la democracia. El discurso en el que el monarca ha despedido esta tarde al expresidente del gobierno es conmovedor. Los dos juntos escribieron una parte fundamental de la historia española. En él ha recordado la labor realizada de forma conjunta. Ha destacado el rey, entre otros grandes avances, cómo Suárez devolvió a España a la esfera internacional. Dejamos de ser, al fin, un país atrasado, oscuro, a la cola de la Europa democrática, para ser un país al fin con derechos y libertades. La portada que la revista Time le dedicó a Adolfo Suárez con el titular "La democracia gana en España" que estos días circula por las redes sociales como sentido homenaje a Adolfo Suárez da buena prueba de la trascendencia internacional de aquel proceso.
 
Adolfo Suárez fue una persona astuta. Quienes lo conocieron en persona dicen que era un gran seductor, que nadie salía de una conversación con él sin la sensación de que estaba ante alguien importante, que sabía escuchar. Un maestro en las distancias cortas. Pero era mucho más que eso. Era alguien inteligente y valiente. La valentía y el sentido de la dignidad del cargo la demostró el presidente durante toda su labor al frente del gobierno, pero se aprecia con especial nitidez en su prodigiosa intervención en el Congreso de los Diputados en la intentona golpista del 23-F. Como presidente del gobierno, declaró años después, no podía echarme al suelo ante unos golpistas. Ese sentido del honor, esa dignidad, esa altura de miras era Adolfo Suárez, quien simboliza muchos valores que añoramos por la ausencia total que percibimos en la clase política actual.
 
Procedía de posiciones próximas al franquismo, del propio régimen, pero demostró una firme convicción democrática. Él ideó el proceso de la Transición. Él lo encabezó. Se sentaron en la misma mesa quienes habían respaldado la dictadura y quienes habían sido oprimida por ella. Habló con todos, dio acogida a todos. Llegó a tener una gran relación personal con Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista. La legalización de esta formación política, la que abanderó la oposición al franquismo desde la clandestinidad, fue un gesto democrático con el que el presidente se la jugó. Algo necesario para una auténtica democrática. Desde las antípodas ideológicas, Suárez supo ver que unas elecciones no serían de verdad democrática sin la presencia del PCE. El ejército se encolerizó con el presidente Suárez, hubo amenazas, ruido de sables. Y aun así él dio ese paso. Jamás se achicó. Es memorable aquella escena leída en tantas obras sobre aquel periodo histórico y este personaje admirable, este padre de nuestra democracia, en la que el teniente general Fernando de Santiago le dijo "te recuerdo, presidente, que en España ha habido muchos golpes de Estado" y Suárez, valeroso y digno, le respondió "y yo a ti te recuerdo, general, que en España sigue existiendo la pena de muerte".
 
No lo tuvo fácil. Todo el mundo estuvo contra él. Desde el inicio. Cuando el rey optó por él, varios artículos de prensa mostraban el gran recelo que existía contra él. Se llama Adolfo, qué feliz coincidencia, decía una viñeta en la que se buscaba la analogía de Suárez con el mayor tirano de la historia. O un artículo llamado "El error Suárez". Desde la izquierda se pensó que Suárez, por proceder del régimen franquista, no avanzaría de verdad hacia la democracia. Desde la derecha enseguida se le tachó de traidor, pues desde dentro del régimen dedicó todo su empeñó en derruirlo para construir una democracia. Incluso sus propios compañeros de partido, la coalición Unión de Centro Democrático, se volvieron contra él en unas feroces batallas intestinas. Fue un hombre solo, atacado por todos lados. Entre otras muchas razones, por eso mismo pienso que jamás se ponderará lo suficiente lo mucho que hizo Adolfo Suárez por España y los desvelos que su labor al frente del gobierno le provocaron.
 
Suárez legalizó el PCE, propició los acuerdos de La Moncloa para buscar el encuentro con distintos partidos políticos de todas las ideologías, defendió la Constitución de 1978 que devolvía al fin a España a la democracia, habló con todo el mundo... Le echó arrestos, enorme valor. Se jugó la vida. Lo dio todo por la democracia para "elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal". Su penúltimo gesto de grandeza fue su dimisión. Se vio solo en su partido y también sabía que había ruido de sables, una de las razones por las que muchos analistas creen que dimitió Suárez en su momento. Se marchó, dijo en el discurso de despedida, para que la democracia no volviera a ser un paréntesis en la historia de España.
 
No hay en la clase política española la altura de miras y la voluntad de concordia existente en la de aquellos años. No quiero dar nombres, porque afear este artículo con la mediocridad de la inmensa mayoría de los responsables políticos actuales es algo que no deseo. Pero tengo claro que si los líderes que hay ahora, a izquierda y derecha, con su rancio sectarismo compusieran la clase política de entonces, la Transición no habría salido adelante, no sería el ejemplar proceso democrático como el que hoy lo recordamos y lo valoramos merecidamente. No tienen esa responsabilidad, ni ese afán de acuerdo y de diálogo. No son capaces de llegar a acuerdos ni de anteponer el interés general al partidista. El rival político es para ellos eso, un adversario, alguien a quien jamás se le podrá conceder el menor mérito, alguien que jamás tendrá razón y será siempre malvado. Nuestros líderes de hoy, tan sectarios y maniqueos se empequeñecen aún más ante la talla de personas como Adolfo Suárez. Por su actitud ejemplar durante la Transición. Se podrían aplicar el ejemplo que dio el expresidente. Ahora que tanto elogian la concordia de Suárez y su capacidad para buscar el acuerdo y unir a los españoles, podrían percatarse de que lo que están haciendo es justo lo contrario.
 
No tuvo una vida fácil Adolfo Suárez. No en la política, con enormes obstáculos ya mencionados. Pero tampoco en lo personal, perseguido por la tragedia de la enfermedad. Fallecieron de cáncer su esposa y una de sus hijas. Después una cruel enfermedad, la más cruel de cuantas uno pueda imaginar, le borró la memoria. Quizá el español con una vida más admirable, más plena, más apasionante, olvidó todo lo que fue y todo lo que vivió. Pasó los últimos años de su vida con Alzheimer. Fallece Adolfo Suárez con 81 años. Es momento de honrar a este gran hombre de la Historia de España al que debemos mucho. ¡Gracias por todo, presidente!

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