El drama de la inmigración

500 personas entraron ayer en Melilla saltando la valla fronteriza. Varias de ellas, heridas. Es la mayor entrada de inmigrantes en la ciudad autónoma en los últimos años. El centro de atención está desbordado y las autoridades piden ayuda a la Unión Europea para afrontar esta situación. El gobierno ha reforzado la presencia de policía en la zona ante lo que considera una situación de emergencia, por la gran cantidad de personas dispuestas a saltar la valla y entrar en Melilla, es decir, en España, es decir, en Europa. Esta vertiente del drama de la inmigración, la menos importante y alarmante desde mi punto de vista, debe ser sin duda tenida en cuenta. Ningún país puede permitir que sus fronteras no se respeten y la inmigración irregular debe ser controlada. En este sentido, las apelaciones a la Unión Europea son razonables, pues Melilla es la puerta de entrada a Europa y no es justo que se abandone a su suerte a aquellos países que, por una mera cuestión geográfica, están más expuestos a la presión inmigratoria.
 
Los trabajadores sociales y las fuerzas de seguridad en Melilla están desbordados. El centro de atención a inmigrantes está muy por encima de su capacidad máxima, lo que supone un riesgo y una situación insostenible para sus trabajadores y también, fundamentalmente diría, para los propios inmigrantes. Hay enorme escasez de medios en la ciudad autónoma. Es comprensible la voz de alarma que dan las autoridades. No se puede mirar hacia otro lado. Ahora bien, está habiendo cierta sobreactuación de responsables políticos y muy poca sensibilidad en algunas intervenciones y actuaciones. Insisto, la inmigración irregular debe ser controlada. Las fronteras me parecen algo artificial y es evidente que, como ha ocurrido siempre en la historia, habrá movimientos de personas pobres hacia zonas ricas donde intentar tener una vida mejor. Pero está claro que las leyes hay que respetarlas y ningún país puede dar entrada libre a los inmigrantes.
 
Dicho esto, quiero hablar de lo más importante del drama de la inmigración. Es un drama fundamentalmente para los inmigrantes. Es un problema humanitario y social mucho antes que de orden público. Nos equivocamos a la hora de situar el foco. Lo ponemos en la guardia civil, la policía o los centros de atención a inmigrantes. Evidentemente su problemática y las dificultades de su trabajo son entendidas y deben ser tenidas en cuenta. Pero el foco no está a esta lado de la frontera, sino al otro. El foco no está en las incomodidades que la desesperación de las personas inmigrantes puedan provocar en su país de destino, sino precisamente en esa desesperación que es la causa de todo. En su drama y en su miseria. En su huida hacia delante. En su lucha por encontrar una vida mejor, o sencillamente por vivir, lejos de su casa, dejando atrás todo.
 
No soy capaz de ver este asunto como un problema para los españoles antes que como una gran desgracia para esas pobres personas que saltan la valla. Es imposible pensar antes en el problema de orden público que esta situación puede generar que en las vidas de esas personas que entran. Personas son nombre en los medios. Son avalanchas, asaltos masivos, poco menos que invasiones de hordas extranjeras dispuestas a conquistar nuestro país. Son negros que vienen a asaltarnos, gente violenta que entra en el país agrediendo a nuestras fuerzas de seguridad. Así es cómo lo presentan muchas veces en los medios y desde luego así es cómo, sin el menor disimulo ni el menor atisbo de sensibilidad, los presentan los responsables políticos. Y yo no puedo. No puedo fijarme en la cifra de 500 personas, qué avalancha, antes que preguntarme por las vidas de esas 500 personas, por la miseria, la desigualdad y la injusticia que les ha empujado hasta aquí.
 
Ante el drama de la inmigración hay que optar. Nuestros gobernantes han optado por interpretarlo como un asunto de orden público. La parte humano de la historia queda relegada. Creo que la interpretación debería ser justo al contrario. Son seres humanos con sus vidas destrozadas que celebran como una gran victoria haber entrado en España, porque con eso ven abiertas las puertas a encontrar en Europa las oportunidades que este mundo injusto en el que vivimos le niegan en sus países de origen. Sólo luchando contra la desigualdad y la pobreza en esos países se frenará la inmigración irregular.
 
Hay dos mensajes miserables que lanzan estos días sin pudor desde el gobierno y desde algunos medios afines. Dos mensajes inaceptables y peligrosos. El primero es que estas entradas masivas a Melilla se han producido porque la guardia civil deja de utilizar material antidisturbio. Es decir, su planteamiento es que hay que volver a disparar bolas de goma contra personas que nadan desorientadas en el agua hacia la frontera española. El argumento es claro: mano dura contra esta gente. Claro y peligroso, espeluznante, inhumano, carente de sensibilidad. El otro argumento, este empleado por Fernández Díaz en más de una ocasión, es que las mafias que trafican con seres humanos siguen de cerca la actualidad en España y han escuchado cómo la oposición y la sociedad ha criticado la actuación de la guardia civil en aquel incidente que costó la vida a 15 personas. Esto es un mensaje de debilidad que envalentona a las mafias, vino a decir el ministro. La conclusión de su planteamiento es que no se pueden exigir responsabilidades de actuaciones dudosas de la guardia civil. Allá donde haya sospechas de falta de respeto a los Derechos Humanos, que es exactamente de lo que estamos hablando, no podemos criticar porque eso nos debilita antes las mafias, dice el ministro. Y tampoco se puede criticar ninguna intervención de la guardia civil porque eso es ser un antisistema, estar al lado de las mafias e insultar al cuerpo en su totalidad. Qué desvergüenza. Qué completa falta de sensibilidad y qué enorme desvergüenza. 

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