Diez años del 11-M

Han pasado ya diez años, pero todos recordamos a la perfección aquel día. Aquel espantoso día de pesadilla que desearíamos jamás haber vivido, que nos encantaría no tener que recordar porque aquella atrocidad no hubiera sucedido, no hubiera acabado con la vida de 191 personas ni hubiera llenado de dolor y tristeza a un país entero. Paradójicamente, cuesta horrores escribir de aquello que se recuerda con cruda nitidez. Es un suceso grabado en nuestra memoria, y han pasado ya una década, pero las palabras no salen. Imposible hallarlas sin que la congoja, el agobio y la tristeza nos invadan. La angustia, el miedo, el espanto. Y después, el silencio. El silencio que se adueñó de las calles de Madrid aquellos malditos días de marzo. Y las lágrimas. Y la solidaridad. Tantos sentimientos que se agolpan en la mente.
 
Duele escribir de aquello. Duele como si estuviéramos en ese mismo día. Como si no hubieran transcurrido diez años de la tragedia y viviéramos en aquel 11 de marzo de 2004. Aquel día en el que trabajadores y estudiantes se dirigían en plena hora punta hacia sus lugares de trabajo y estudio. Las primeras informaciones, confusas, hablaban de una explosión en Atocha, El Pozo del Tío Raimundo y Santa Eugenia. Pronto, la posibilidad de que estuviéramos ante una gran matanza. La sinrazón terrorista nos sacudió con fuerza entonces y dejó aturdido y desorientado a todo el país. Madrid, ciudad moderan, cosmopolita, luminosa, ciudad que nunca duerme, perdió la sonrisa, la alegría. Sus calles transmitían tristeza, pena, silencio. Lo que más recuerdo de esos días probablemente ese silencio caminando por las calles de mi ciudad. El silencio y las miradas perdidas de los madrileños, buscando explicaciones, intentando reaccionar ante la brutal masacre terrorista.
 
Es la mayor tristeza colectiva que recuerdo, el mayor shock que esta ciudad y este país han vivido en los últimos años. Para siempre grabadas en la retina las imágenes de aquel día, para siempre la huella en el corazón del desgarro provocado por la masacre. Las tragedias sacan lo mejor de las personas y la sociedad española en su conjunto reacción de forma ejemplar ante la matanza. Colas de gente para donar sangre en los hospitales de toda España, taxistas, bomberos, empleados del SAMUR, policía y muchos ciudadanos anónimos dispuestos a ayudar en los lugares de la ignominia tras producirse las explosiones. La sociedad española dio un ejemplo de solidaridad. Diez años después, es obligación de todos recordar, porque el olvido es una injusticia que no podemos cometer con las víctimas. El recuerdo es el homenaje, el reconocimiento a esas personas inocentes que murieron por culpa del fanatismo y la intolerancia de unos criminales.
 
Una década es posiblemente un tiempo razonable para mirar un suceso con distancia, pero en este caso me confieso incapaz. Estremecen como el primer día las imágenes de los trenes destrozados, de los heridos ensangrentados tras la matanza, de los familiares de las víctimas desconsolados tras recibir la noticia. Algo se paró aquel 11 de marzo de 2004, algo se quebró para siempre. Y han pasado diez años, pero el dolor permanece y la angustia se adueña de nosotros al recordar. Todos sabemos dónde estábamos cuando recibimos la noticia, qué pensamos, con quién compartimos nuestra desesperación y tristeza. Recordamos las lágrimas, la confusión, el miedo. Recordamos la indignación y las preguntas que nos asaltaron. Ese recuerdo duele, pero las víctimas deben seguir teniendo, hoy y siempre, a la sociedad de su lado. El recuerdo como forma de tributo a los que murieron en el mayor atentado terrorista de nuestra historia. El recuerdo humano, unido, dejando a un lado cualquier diferencia política que en casos tan graves como este no tiene cabida.
 
Celebro que los actos de recuerdo a las víctimas del 11-M sean este año por primera vez con todas las asociaciones de víctimas unidas. Es miserable intentan fomentar la separación de las víctimas o buscar politizarlas o utilizar su dolor con fines bastardos. Ellas con su dolor, con su pérdida, con su memoria, deben tener el apoyo de todos. No debería haber nada más importante que separara a las víctimas que aquello que les une: la terrible pérdida de sus seres queridos por culpa del fanatismo integrista del terrorismo radical islamista. En el recuerdo de aquellos días, sin duda, hay momentos de división política, actuaciones de partidos políticos que no estuvieron a la altura. También medios de comunicación que vertieron graves acusaciones e insinuaciones no contrastadas. Diez años después, creo que mucha gente no se sentirá orgullosa de cómo reaccionó ante este brutal atentado que tan sólo debería habernos unido en el dolor, como tantos otros que por desgracia hemos padecido en nuestro país.
 
Es el drama humano, la pérdida de tantas vidas, el dolor de tantos heridos, el golpe psicológico a todo el país el que debe imperar por encima de todo. No lo hizo, no desde luego en todas las esferas, no como debería haberlo hecho. Hubo actitudes intolerables en el mundo de la política, pero puede que hoy tampoco sea el día para afearlo. Al menos no me apetece escribir sobre aquello, meter el dedo en la yaga., hurgar en la herida de quienes llegaron a condicionar su interpretación de aquel atentado en base a intereses partidistas. La indigencia moral de esas personas quedó al descubierto, pero diez años después lo que prima por encima de todo en nuestro recuerdo es el desgarro de aquel drama y lo que debe movernos es el recuerdo a todas las víctimas y el apoyo incondicional. Diez años después, seguimos recordando con claridad aquel 11 de marzo de 2004. Aquel día maldito en la que el odio y el terror nos asestó un golpe terrible. La sociedad española, y con este hemos de quedarnos, dio un ejemplo de solidaridad y también de tolerancia, pues frente a los temores de entonces no se dieron brotes racistas ni xenófobos. Siempre en el recuerdo. Descansen en paz las víctimas y un abrazo desde aquí a todos los afectados por el atentado y sus familiares. Hoy es un día de luto y de recuerdo en toda España. Para llorar a nuestros muertos y honrar su memoria. 

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