Día Internacional de la Mujer

8 de marzo. Día Internacional de la Mujer. Un año más, demasiadas razones para seguir manteniendo este día con el propósito de reivindicar todo el trabajo que queda por hacer para conseguir la igualdad real entre hombres y mujeres. Se ha recorrido, sin duda, mucho camino, pero aún queda un largo trecho por andar en este objetivo que debemos perseguir todos los miembros de la sociedad de forma conjunta. Es bueno que se mire atrás y reconozcamos y celebremos los avances conseguidos. Que los hay. Y muy importantes. Lo es para demostrarnos que sí se puede construir una sociedad más justa e igualitaria en la que las mujeres no sean discriminadas por el mero hecho de serlo. En cuestión de unas pocas décadas se ha avanzado mucho en las sociedades occidentales y, antes de enumerar todas las tareas pendientes, un buen impulso para afrontarlas es saludar esos avances y, por supuesto, trabajar salvaguardarlos ante cualquier intento de regresión. 

Sin embargo, queda mucho por hacer. Persiste el machismo. Algo preocupante y que no se ha sabido erradicar. A pesar de lo estúpido e intolerante de esta ideología, pese a que carece de sentido, continúa esa actitud inaceptable en nuestra sociedad. Sin irnos más lejos, aquí en España, esa mentalidad no ha desaparecido. No lo ha hecho de forma total entre las personas mayores que, hijas de su tiempo, fueron educadas en la arcaica creencia de que la mujer debe estar al servicio del marido y que sus tareas son las domésticas o el cuidado de los hijos. En España en concreto, como en tantas otras materias, durante décadas arrastramos un penoso atraso por culpa de la dictadura franquista. Espanta la educación que recibieron los jóvenes durante tantos años en las escuelas. Por supuesto, educación segregada por sexos. Pero además, con una enorme influencia de la religión y con el propósito de dejar claro a las chicas cuál era su misión, una misión subordinada al hombre. Aunque ha pasado mucho tiempo, recordar esto no está de más por dos razones. La primera, por celebrar lo que hemos avanzado en relativo poco tiempo en nuestro país. Y la segunda, por poner el acento en el elemento clave para erradicar el machismo y cualquier otra forma de discriminación: la educación. 

La educación ha sido, es y será la principal herramienta para construir sociedades más justas e igualitarias. Las sociedades más avanzadas así lo entienden. Las personas sabias, los gobernantes con responsabilidad y altura de miras, comprenden que la educación es clave para el futuro de un país y que el dinero invertido en ella no es, en absoluto, una partida presupuestaria de la que recortar gastos para cuadrar las cuentas, sino una inteligente inversión a futuro. La igualdad y el respeto proceden de la escuela. Ahí se deben inculcar a los alumnos las bases para que en ellos no tengan cabida planteamientos ignorantes y dañinos como el machismo. En este sentido, creo que hay dos grandes errores (hay muchos más, pero estos son de bulto) en el sistema educativo actual. En primer lugar, el actual gobierno ha cometido la torpeza de eliminar la asignatura de Educación para la Ciudadanía. No quiero entrar en polémicas políticas, porque no va de eso, pero creo que educar en valores como la igualdad, el respeto al diferente y la tolerancia es algo que está por encima de planteamientos ideológicos. Entre otras cuestiones, la razón de ser de esa materia es educar desde jóvenes en un ambiente de igualdad entre chicos y chicas. Un segundo gran error que veo en nuestro sistema educativo es que siga habiendo escuelas que separen a los alumnos y las alumnas de clase. 

Yo estudié en un colegio católico en el que éramos sólo chicos. Desde luego, estoy muy satisfecho de la educación recibida, pero con conocimiento de causa digo que es absurdo, demencial y de otra época separar a chicos y chicas en aulas distintas. Afortunadamente, la sociedad no funciona así. ¿Qué sentido tiene construir burbujas en las que los chicos y las chicas se formen en aulas distintas? La igualdad empieza por convivir con absoluta normalidad y no presentar como algo excepcional lo que en la calle es completamente normal. Lo único que se consigue con esos métodos del siglo pasado (o del anterior) es ahondar en las diferencias entre chicos y chicas, fomentar prejuicios en ambos lados, en definitiva, no avanzar hacia la igualdad real. 

La educación es un pilar fundamental para conseguir el objetivo de alcanzar una sociedad totalmente igualitaria entre hombres y mujeres. Decía que hemos avanzado en muchos aspectos, pero que persisten otras realidades inquietantes. Por seguir con las generaciones jóvenes, lamentablemente observamos que hay actitudes machistas que creíamos extinguidas, o que considerábamos que se irían borrando con los años, que se repiten entre los jóvenes. Novios que controlan a sus parejas de forma obsesiva por las redes sociales, adolescentes que piensan que la mujer debe ser la encargada de las tareas domésticas, casos de maltrato. En definitiva, patrones machistas que, lejos de erradicarse entre los jóvenes, persisten. No hay duda de que nuestra sociedad actual está mucho más avanzada que la de hace unas décadas, pero no debemos lanzar las campanas al vuelo porque, en contra de lo que todos desearíamos, el machismo no conoce edades y algunos jóvenes que han sido educados en una sociedad mucho más igualitaria que la de sus padres también conservan actitudes alarmantes. 

Otro asunto preocupante en la sociedad es la desigualdad salarial y en el ámbito laboral entre hombres y mujeres. Existen muchos informes que demuestran que las mujeres siguen cobrando menos que los hombres por hacer el mismo trabajo. También sabemos que muchas mujeres tienen problemas en sus empleos por dar a luz, así como sabemos que, generalmente, a las empresas todavía les queda mucho por hacer para ayudar a compaginar la vida laboral con la familiar. 

En un día como hoy no podemos dejar de criticar la ley del aborto que prepara el gobierno, y que da la impresión de que va a ser modificada en sus partes más polémicas por la presión ciudadana. Porque esta ley implica llevar creencias morales y religiosas propias del ejecutivo a una ley y porque significa tratar a las mujeres como menores de edad, seres inmaduros que no pueden decidir por sí mismos lo que desean hacer con su cuerpo. Serán otros los que las obliguen a dar a luz si se perpetra esta ley en los términos en los que está planteada. La cuestión del aborto es muy compleja y tiene muchas aristas, sin duda, pero lo que es evidente es que el gobierno no es nadie para obligar a una mujer a tener un hijo contra su voluntad. No existía el menor clamor popular para cambiar la actual ley de plazos y volver a una ley de supuesto más restrictiva que la de los años 80 y es de desear que el gobierno rectifique. 

Esta semana conocíamos una encuesta de la Unión Europea sobre la violencia de género. Sus cifras son espeluznantes y muestran la dimensión de este fenómeno que es otro de los grandes retos como sociedad en el campo de la igualdad. Según este informe, 62 millones de europeas han sido víctimas de la violencia machista. Un 33% de las ciudadanas de la UE ha sufrido violencia física o sexual y sólo una de cada tres denuncia. Las cifras hablan por sí solas y sirven para comprender cuánto nos queda por hacer para erradicar esta lacra que, casi siempre, está ligada al machismo, al sentimiento de pertenencia del agresor (o mía, o de nadie). Probablemente, el mayor reto de las sociedades avanzadas sea eliminar esta forma de violencia. 

En relación a las sociedades occidentales, antes de hablar de aquellos países en los que la mujer padece una represión propia de la Edad Media, hay muchos otros aspectos que mejorar. Uno muy importante es la utilización de la mujer como objeto sexual, como reclamo para campañas publicitarias sexistas. Es algo que vemos casi a diario y ante lo que debería existir una mayor concienciación de todos. Por último, otro aspecto clave es el de la presencia de la mujer en los órganos de dirección de las empresas. Sigue siendo muy bajo el porcentaje de mujeres, por ejemplo, en los consejos de administración de las compañías del Ibex. No hay ninguna directora de un gran  periódico en España, cuando las redacciones están llenas de mujeres de gran talento y profesionalidad. Y así ocurre en muchos otros sectores. No estoy a favor de medidas como la paridad, que suponen crear cupos artificialmente, sino de que se den las condiciones en las que haya auténtica igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, porque es una realidad que a día de hoy las mujeres tienen que demostrar el doble que los hombres para llegar a según qué destinos profesionales. Y es evidente que no es porque estén menos capacitadas o tengan una formación menor, sino porque se encuentran con obstáculos que deben ser removidos. 

La imagen con la que ilustro esta entrada es la de varias mujeres de Arabia Saudí desafiando la prohibición de conducir coches. Como he repasado hasta ahora, en las sociedades occidentales hay mucho trabajo por hacer, pero hay zonas del planeta donde las mujeres se enfrentan a una discriminación asfixiante, nauseabunda. Pienso en los países islámicos donde impera la sharia, la ley que hace una interpretación radical de las creencias religiosas del Islam. Aquellas donde las mujeres están obligadas a cubrirse todo el cuerpo, donde no pueden conducir, abrir una cuenta bancaria o hacer el trámite más inocente ante la administración sin el consentimiento del marido. Sociedades donde la mujer que ha sido violada sufre las miradas de odio de la sociedad y es ella y no el agresor quien tiene un estigma, donde la educación es coto privado de los niños y las niñas que quieren aprender se arriesgan a perder la vida. Hablo de sociedades, en fin, que viven en la Edad Media. Desde el respeto absoluto a cualquier creencia religiosa, hay que denunciar alto y claro las atrocidades que se cometen contra la mujer en todos esos países. Sin la menor concesión al buenismo, sin dejar de alzar la voz contra esta realidad. Porque los Derechos Humanos están por encima de cualquier creencia y estos son brutalmente violados en muchas zonas del planeta donde las mujeres son ciudadanas de segunda. 

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