Vuelco en Ucrania

Impresiona e inquieta lo que está ocurriendo en Ucrania estos días. En apariencia, un golpe popular (sigue impactando hablar de golpe un día como hoy en España). Los ciudadanos logrando un cambio de gobierno elegido en las urnas a través de manifestaciones. El presidente del país derrocado por la presión popular, en paradero desconocido y sin querer dimitir, para ser más exactos. Cuesta entender el alcance de lo que está ocurriendo en Ucrania y mucho más sus causas y consecuencias. Por tanto, este artículo es más la expresión de una perplejidad, del asombro ante un cambio tan profundo en un país relevante como Ucranica, que se debate entre buscar estrechar lazos con la Unión Europea o seguir bajo la órbita de Rusia con reminiscencias de su pasado soviético. Concluyen en el conflicto ucraniano tantos elementos que lo hacen atractivo y complejo que, aun sin entender el fondo de la cuestión, cuesta escribir de otra cosa hoy.

La sucesión de los hechos de ayer presentan una votación en el Parlamento ucraniano en la que se destituyó a  Víctor Yanukóvich, presidente del país. Los diputados dieron que el propio Yanukóvich había renunciado al poder, algo que desmintió el presidente en un vídeo en el que calificó de "golpe de Estado" y "vandalismo"lo sucedido ayer. Según parece, la legitimidad constitucional de la Cámara para destituir al presidente con una votación como la de ayer es cuestionable. Al tiempo que esto ocurría, se puso en libertad a la ex primera ministra y presa política desde hace años Julia Timoshenko, que acudió al Maidán, la plaza donde se congregan los opositores al gobierno, centro de la protesta, para animar a los ciudadanos a seguir luchando hasta que se produzca un cambio toral en el país y para decirles que con esta revolución se habían ganado el derecho a ser ellos quienes decidan el futuro de Ucrania. 

La violencia, con la muerte de decenas de personas en enfrentamientos entre los manifestantes y la policía durante esta semana, ha complicado aún más la situación en el país. De entrada, el conflicto se presentó como una división entre dos sensibilidades políticas y sociales del país. Por un lado, los partidarios de conservar el vínculo con Rusia, donde se sitúa el (ex) presidente Yanukóvich. Por el otro, los manifestantes europeístas que defienden que el país se asocie con la UE. Ahí parece brotar el origen de esta revuelta. Un país partido en dos mitades, incluso geográficamente, próximas a la UE o a Rusia, al futuro que para los primeros representa la Unión Europea o a los lazos históricos herencia de la URSS que representa Rusia. 

Desde el punto de vista de la política internacional, reminiscencias de la Guerra Fría, con Estados Unidos respaldando sin gran disimulo a la oposición y Rusia maniobrando con todas sus armas para que Ucrania no se acerca a la UE y sigua bajo su ámbito de influencia. Y entre medias, la Unión Europea, con su parálisis y su tibieza clásicas. Para terminar de completar el complejo cuadro de Ucrania, dentro de las filas de la oposición aparecen también grupos de extrema derecha que hacen recelar algo de ese movimiento.

La revolución provoca un magnetismo innegable, una fascinación inexplicable, pero cierta. Es muy potente la imagen de un pueblo rebelándose contra sus autoridades y provocando un cambio de gobierno. Sin duda. Pero también es cierto que, si queremos analizar con mesura y distancia lo que ocurre en Ucrania, conviene no dejarnos llevar por esa fascinación natural de las revoluciones, por esa atracción del pueblo que se rebela. Porque, sin ánimo de defender a Yanukóvich, que entre otros defectos tiene el de ser poco amigo de la libertad de expresión y de la libertad en general, pues con él Timoshenko ha sido una presa política, no podemos dejar de reconocer que el presidente, o ya ex presidente, fue elegido por las urnas democráticamente. Tampoco es menos cierto que con la extrema violencia empleada contra su pueblo en las últimas sangrientas jornadas ha perdido su legitimidad democrática. 

La Rada Suprema, el parlamento ucraniano, decidió la destitución de Yanukóvich y la convocatoria de elecciones el 25 de mayo. Todo un símbolo, pues es el mismo día que se celebran las elecciones al Parlamento Europeo. Pero el presidente dice que no dimite y que va a viajar por el este y el sur del país para encontrarse con sus ciudadanos. El riesgo de un conflicto civil sobrevuela el país. La expectación es máxima por ver qué pasos dan los opositores, que han tomado el control de algunas localidades del país, y qué sucede en un país con vacío de poder y división enorme entre distintas partes de la sociedad. Quizá sea tarde, pero una mediación internacional sería quizá lo más sensato para intentar que las dos partes lleguen a puntos en común y establezcan el modo de reconducir la explosiva situación actual. 

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