Más de lo mismo

Aburrido. Cansino. Teatral. Deprimente. El Debate sobre el Estado de la Nación (poner las mayúsculas da cierta grima visto el espectáculo de cada año, la verdad) no deparó sorpresas. Los mismos argumentos que se esperaban en uno y otro lado. No tuvo nada de debate, porque en un debate se presupone voluntad de diálogo y de compartir y exponer puntos de vista distintos para intentar llegar a un acuerdo, entender al de enfrente o intentar convencerlo. Tampoco se habló del estado de la nación, pues fue un rifirrafe de bajos vuelos para consumo interno, una ópera bufa de politiqueo que nada aporta al país. Cada cual enrocado en su posición, mirando a las elecciones europeas del 25 de mayo y sólo preocupados por su partido. En fin, más de lo mismo. Lo de siempre. 

Escuchando y viendo lo que se dice en este y otros debates en el Congreso de los Diputados me preguntaría qué hemos hecho los ciudadanos para merecer esto, pero lo incómodo de esta cuestión es que si indagamos un poco en ella igual hallamos respuestas indeseadas. De entrada, los hemos votado. Además, aunque puede ser políticamente incorrecto decirlo en estos tiempos que corren, siempre he defendido que la clase política de un país no es un grupo de ovnis que han caído a la Tierra desde su planeta. Son una representación de la sociedad, un fiel reflejo de ella. De una sociedad culta, exigente, preparada, seria, responsable, que no se deja engañar, no puede salir una clase política mediocre y con numerosos casos de corrupción. Y a la inversa. Por tanto, esto no va tanto de echar la culpa de todo a los políticos y excluir autocrítica como ciudadano. No va de ese entretenimiento del tiro al político. Aun así, no puedo dejar de mostrar mi hartazgo con nuestra mediocre clase política.

Mariano Rajoy se trasladó ayer, aunque a decir verdad ya lleva un tiempo allí, al país de las maravillas. Realizó un discurso triunfalista en la que el asfixiante paro y otros problemas reales que acucian a los ciudadanos en el día a día no merecieron protagonismo. Insistía cada cierto tiempo el presidente que no quería caer en la complacencia, pero lo cierto es que eso no se consigue lanzando las campanas al vuelo y narrando todas las hazañas económicas de España para después introducir con la boca pequeña frases que llaman a la cautela y a no ser triunfalista. Lo fue. Mucho. Desde el gobierno han decidido, cierto es que con algunos datos que sirven de tímida base para ese sentimiento, que lo peor de la crisis ha pasado y que, ya a mitad de legislatura y con próximas citas electorales cerca, toca vender la recuperación. Otra cosa es que los ciudadanos que sienten de verdad la crisis compren ese discurso. 

Por su parte, Alfredo Pérez Rubalcaba realizó el clásico discurso del jefe de la oposición. Si en este teatrillo anual al presidente le corresponde pintar un país floreciente en el que los pájaros cantan y las nubes se levantan, al líder de la oposición le toca dibujar el Apocalipsis. Muy típico. Volvió Rubalcaba a hacer gala de su lado más sectario cuando espetó a Rajoy que es de derechas y está aplicando políticas de la malvada y diabólica derecha con la crisis como coartada. Como ven, debate de alto nivel intelectual, de ideas y no de proclamas baratas. De alternativas y argumentos en lugar de críticas de brocha gorda y golpecitos en la espalda para demostrar cuán buena es tu corriente política y cuán despiadada es la de enfrente. Y así todo. En esas estamos. 

Rajoy comenzó su intervención con titulares de prensa, aleluya, de la España del malvado gobierno de Zapatero, en los que se decía que estábamos al borde del precipicio, y otros de la gloriosa España de su gobierno, en los que se alaba la recuperación económica. Rubalcaba a la tarde siguió ese juego y sacó a relucir titulares que daban cuenta de las desigualdades crecientes en la actual sociedad española. Es casi enternecedor que los políticos recurran a titulares de prensa para estos debates, aunque bien pensado es una demostración palpable más de la crisis de los medios. Algún mal pensado diría ayer que es toda una noticia que nuestros responsables políticos lean la prensa no sólo para ejercer presiones inconfesables, sino también para preparar sus intervenciones en el Congreso, eso sí, sólo con aquellos titulares que le dan la razón. 

El debate tuvo menos ritmo que la última gala de los Goya y fue menos creíble y divertido que la Operación Palace. De entrada, viendo y escuchando a Rubalcaba y Rajoy, la sensación que domina es muy deprimente y triste. Cada uno en su ficción, en su burbuja, con el interés partidista por encima de cualquier otra consideración. Lo más noticioso del debate fueron dos anuncios de Rajoy sobre economía, la tarifa plana a la Seguridad Social para las empresas que contraten a empleados fijos y el hecho de que quienes cobren menos 12.000 euros al año estarán exentos de hacer la declaración. Por lo demás, agua. Humo, por mejor decir. Rubalcaba sigue arrastrando el peso de haber estado en el gobierno de Zapatero (y ya antes en el de Felipe González). No puede ser él la cara de la renovación, no puede resultar creíble escucharle a él tirar de hemeroteca para encontrar unas declaraciones del pasado de Rajoy. ¡A él! Es feo que un presidente del gobierno emplee el mismo argumento frente a la oposición desde hace dos años ("¿por qué no lo hizo usted?"), pero más torpe aún es por parte del partido de la oposición no percatarse de ello, de que necesita de forma imperiosa un cambio de liderazgo. 

Las intervenciones de Rajoy y Rubalcaba parecen una demostración palmaria de la decadencia del bipartidismo, por los paupérrimos enfoques de uno y otro y por sus estériles batallitas de salón que sólo interesan a los fanáticos de uno y otro partido. Un bipartidismo que, naturalmente, es responsable de la situación actual, de lo bueno y de lo malo, porque entre PP y PSOE han gobernado España y casi todas las instituciones autonómicas y locales desde la Transición. Por tanto, sus intervenciones reflejan la debilidad del bipartidismo, pero claro, es que luego vienen los líderes de los otros partidos. Y no, la cosa no mejora. Bajo nivel el de nuestros representantes. Bajísimo. En estas situaciones, con todo, conviene recordar la frase de Churchill sobre el sistema democrático: "la democracia es el peor de todos los sistemas ideados por el hombre, a excepción de todos los demás". Eso les salva, pero eso no puede servir de coraza de protección ante las críticas ni de talón en blanco para hacer cuanto les plazca. Muy al contrario, les debe exigir un comportamiento ejemplar y actuar como el servicio público esencial para la democracia que los políticos deben ser y a día de hoy, por lo general, no son. 

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