Convención del PP

Valladolid acoge este fin de semana la convención nacional del PP. Las convenciones de los partidos políticos sirven, fundamentalmente, para comprobar una vez más que viven en universos paralelos (o para lelos, como diría aquel) totalmente alejados de la gente de la calle. Viven en sus mundos, que nada tienen que ver con el mundo real. Se autoengañan. Se convencen de lo buenos que son, de lo unidos que están, de lo necesario que son para el país. La autocrítica nunca tiene hueco en este tipo de encuentros que son obras de ficción organizadas por las direcciones de los partidos para intentar vender una imagen que suele tener poco que ver con la verdad y que se interesa más por lo que preocupa o inquieta a la formación política de turno que al conjunto de la sociedad. Pasó exactamente eso en la última convención del PSOE y mucho me temo que es lo que pasará en la convención del PP. Se querrán mucho en público, se elogiarán, se presentarán como el partido más necesario del país y volverán a casa todos contentos, henchidos de satisfacción y con una distancia aún mayor si cabe con los ciudadanos. Así funciona esto.

Habló ayer María Dolores de Cospedal, la secretaria general del partido. Y ya marcó en su intervención la línea que seguirá este encuentro en Valladolid. La única línea posible en las cumbres de los partidos políticos que son, paradójicamente, las organizaciones menos democráticas del país. Elogiar al líder, destacar todo lo bueno que se ha hecho y todo lo bueno que queda por hacer. Chirría y cansa esta escenificación de los partidos, este teatrillo que este fin de semana le toca organizar al PP. El eslogan, por cierto, no tiene desperdicio. "España, en la buena dirección". Con una flecha que apunta hacia arriba a la derecha. Decía que ayer habló Cospedal, que no ha logrado superar su intervención del despido en diferido pero que nos ha dejado desde entonces varios momentos estelares. Abrió la convención y dejó un titular de esos que dan juego. Hablaba sobre las ambiciones independentistas en Cataluña y dijo que, en este asunto, "es el PP o la nada". 

Ojo. "El PP o la nada". Me debatía yo entre escribir indignado sobre esta declaración o hacer lo que finalmente voy a hacer, que es decir que, honestamente, tampoco me sorprende tanto esta afirmación. No por la autosuficiencia de la secretaria general del PP, que es considerable, sino porque es costumbre en los partidos políticos hacer esta clase de afirmaciones. Al menos, entre los políticos españoles. Ese "el PP o la nada" no me suena muy distinto, por ejemplo, a los discursos sobre "la derecha" que Rubalcaba lleva décadas construyendo, que sólo le falta echar espumajos por la boca con cara de desprecio y los ojos como platos al referirse al maligno, ese ente, la perversa derecha, que es causa de todos nuestros males y es un diablo que habita entre nosotros. Quiero decir, por ir centrando el tiro, que los partidos políticos comparten esa pretensión de imponerse sobre sus rivales partidistas. Se entregan al sectarismo más radical con entusiasmo. No es que, como debe ser un democracia, defiendan sus ideas e intenten convencer a los ciudadanos. No. Es que desprecian sistemática al que consideran rival. Al partido de enfrente. Aunque luego para mantener sus privilegios lleguen a acuerdos, que esa es otra historia. Pero, de forma pública, se construyen esos discursos en los que se descalifica sin paliativos al oponente ideológico. 

Así que, sí, la declaración de Cospedal ayer me parece un exceso y un mal síntoma del sistema democrático español. Pero no lo veo demasiado distinto al planteamiento pobre, sectario y maniqueo que realiza la inmensa mayoría de la clase política española. Porque el PP se presenta como el único partido que puede defender la unidad de España, pero el PSOE ahora vuelve a presentarse como la propuesta de izquierdas para afrontar la crisis y defender el Estado de bienestar, ese que él empezó a desguazar cuando estaba en el gobierno. E IU, qué cosas, se presenta como la única formación verdaderamente de izquierdas. UPyD, como la única que defiende el mismo discurso en toda España y la devolución de ciertas competencias en manos de las Comunidades Autónomas al Estado. ERC se presenta como el genuino defensor de la independencia catalana. El nuevo Vox, formado por ex del PP, dice ser el único partido que defiende unos ideales que el gobierno de Rajoy, según ellos, ha olvidado. En suma, que todos los partidos se creen único, los más importantes, los más necesarios. 

Porque todos mantengan este pobre nivel intelectual y discursivo, por supuesto, no voy a defender este simplista planteamiento de Cospedal. No es una excepción, pero eso no tranquiliza precisamente. Quede claro que es lógico y saludable que cada partido política tenga unas ideas y unos proyectos propios y que los defienda ante los ciudadanos. Es razonable que piensen que ese proyecto es el mejor, porque si no defenderían otro. Es por tanto sensato que se vean a sí mismos como la mejor opción para el país. No cuestiono esto, naturalmente. Lo que cuestiono es esa falta de cultura democrática. Ese desprecio sistemático al adversario político. De esto habló mucho y bien Antonio Muñoz Molina en Todo lo que era sólido. Del sectarismo. De la división radical y contundente entre buenos y malos, entre la izquierda y la derecha, o viceversa. Entre los míos, que siempre lo harán bien y nunca cometerán errores, y los otros, los que son diabólicos enviados del maligno a la tierra para destrozar nuestras vidas. 

El etiquetado tan clásico en España. Ese defender al partido propio y desechar cada propuesta del rival. Ese cierre de filas con tu formación, como si de una secta se tratara, que impide perseguir con fiereza la corrupción que se da dentro de ella, pero que hace poner el grito en el cielo y sobreactuar cuando el presunto corrupto está en la orilla del frente. Esa imperdonable ineptitud de los políticos para ponerse de acuerdo en lo fundamental. No es tolerable la forma en la que persisten en el error de hacer cada cual su propia ley en materia de Educación, por ejemplo. En ese asunto, como en otros trascendentales, los políticos de uno y otro signo deberían primar el interés general por encima del propio. Hay cuestiones de Estado, o como quiera llamarse, que deberían estar por encima de las discrepancias partidistas. 

Por eso, el teatro de las convenciones de los partidos es tan soso y previsible. Todos los que están allí lo han hecho genial. Todos están en lo cierto y todos los que militan en o simpatizan con otras formaciones (en "la nada") son un peligro para el país. Incluidos, supongo, sus votantes. Cuesta encontrar partidos en España que de verdad estén abiertos a la ciudadanía, que conozcan o al menos muestren interés en conocer la realidad de los españoles. Por eso, las convenciones de los partidos son un evento tan irreal y por eso también simbolizan a la perfección lo que son los partidos hoy. Se juntan en un espacio cerrado a la sociedad donde militantes y dirigentes de la formación no hacen nada más que mirarse al ombligo y pensar en qué es lo mejor para el propio partido. Por todo esto, en suma, uno mantiene bastante escepticismo sobre lo que este tipo de encuentros (insisto, en este caso del PP, pero en otros partidos sucede igual) pueda aportar a la sociedad. Todo por las siglas. 

En el PP ahora parecen bajar revueltas las aguas por la salida del partido de Alejo Vidal Quadras, Santiago Abascal y la víctima de ETA Ortega Lara, que han formado un nuevo partido (Vox) por discrepancias con el gobierno. También preocupa la renuncia de Jaime Mayor Oreja a ser el líder del PP a las listas europeas y el plantón de Aznar a la convención. La derecha de la derecha se aleja del PP. Este detalle en concreto, sinceramente, tampoco habla demasiado mal del gobierno actual. El PP ha agrupado en su seno a las distintas sensibilidades de la derecha, desde los más ultras hasta el centro-derecha. Ahora, parece por la diestra se abre una grieta. Puede ser preocupante. Veremos. 

De toda la actualidad del PP, el movimiento más interesante, de largo, me parece el cambio de actitud del partido en el País Vasco. Hablaré más a fondo de ello en otro artículo adelante. El PP vasco ha roto con el discurso tradicional de este partido y defiende que la situación en Euskadi ya no es la que era, afortunadamente. El final de ETA, el nuevo tiempo en el País Vasco, es una realidad y no conviene quedarse encasillado en discursos pasados. Eso no significa olvidar el pasado, por supuesto. Pero sí obliga a evolucionar. Ya no se puede mantener el mismo discurso que hace cinco años, porque la realidad social en Euskadi es otra. Esta afirmación, hasta hace nada, era imposible ser escuchada por boca de un líder del PP vasco. Pero Arancha Quiroga y la dirección del partido en Euskadi han adoptado, desde mi punto de vista con acierto, un giro que les aleja del sector más intransigente, el que defiende que nada ha cambiado y no puede aceptar, por ejemplo, que la izquierda abertzale está en las instituciones no porque ETA haya triunfado, sino porque una parte de la sociedad vasca les ha votado. Lisa y llanamente por eso. Así es la democracia. Es un tema sensible, en cualquier caso, que como digo abordaré más a fondo en otro momento. Pero, dado el tono escéptico y crítico del artículo, quiero ser honesto (eso pretendo, al menos) y también me parece justo destacar este cambio de actitud en el PP vasco, que veo como un avance importante. 

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