Cinco horas con Castro

Tanto tiempo lleva la infanta Cristina sin representar a la casa real en ningún evento público que ayer hizo su entrada en los juzgados de Palma  en modo acto oficial. Puede que fuera porque lo eche de menos o tal vez porque, tras toda una vida con esa actitud, no sabe ir por el mundo de otra forma. Sonrisa, saludos a los periodistas sin admitir preguntar, un leve asentimiento de cabeza. La infanta entró en los juzgados como imputada por presuntos delitos fiscales, pero más parecía dispuesta a cortar una cinta para darlos por inaugurados. Puede que con esa actitud, con esa presencia de la infanta, se explique muy bien el meollo del caso Nóos y su presunta implicación en él. Acostumbrada a ir por el mundo a tres pies del suelo, siendo recibida como hija del rey con honores allá donde va, hasta su abogado se tuvo que poner en la puerta a recibirla, como cuando inauguraba exposiciones o edificios y los autoridades locales salían a saludarla y rendirle pleitesía. Puede también que esa forma sonriente y dispuesta de entra en los juzgados fuera ya parte de su estrategia, que consistió en presentarse como una mujer enamorada que confía en su marido y que no sabía nada de lo que se cocía en su casa ni con qué dinero se pagaba al servicio doméstico o sus clases de flamenco (que no salsa, como desveló ayer la infanta en una de las informaciones más sustanciales de su comparecencia). ¿Qué mejor muestra de vivir en la inopia que entrar en un juzgado a declarar como imputada con la misma disposición y el mismo semblante que si fuera a inaugurar algo?

Lo que sabemos de la declaración de seis horas (cinco con Castro, una de charla amistosa con el fiscal) es a través de lo que han contado los presentes en la misma, todos ellos parte implicada. Los abogados de la acusación y los de la defensa, naturalmente, contarán lo que les interesa e intentarán vender su versión de los hechos. Así, mientras que unos dicen que la hija del rey respondió a todas las preguntas con evasivas, la defensa dijo (como leemos en las portadas de La Razón y ABC con todo lujo de detalles) que salían satisfechos y que la infanta había estado muy bien y había contestado lo que sabía, que parece poco. Con esa cautela, no menor, de que no conocemos todo lo que sucedió ahí dentro y de que todo lo que se ha desvelado procede de partes implicadas en la investigación judicial, hay algo que parece claro. La infanta se presentó como una mujer enamorada que confiaba en su esposo. Es decir, como una mujer del siglo pasado que no se metía en las cosas de los dineros, que para eso está el marido. Como si los muchos avances para la mujer en su independencia y liberación durante estas últimas décadas no hubieran pasado por la hija del rey que siempre dio más la impresión, curiosamente, de abierta, liberal e independiente. 

Chirría bastante esta estrategia de defensa, pero si un imputado puede no decir la verdad para defenderse, cómo no va a poder presentarse como alguien ignorante que no sabe nada de lo que pasa en su casa y que paga cualquier gasto personal a cargo de una empresa de la que es propietaria al 50%, pero eso sí, sin saber de dónde procedía el dinero de esa sociedad. Por amor, la infanta Cristina aguantó vivir en un palacete en Barcelona. Por amor, sólo amor, se pagaba las fiestas familiares con el dinero de la empresa Aizoon, que presuntamente servía para desviar parte del dinero público expoliado por el instituto sinónimo de lucro Noos. El amor llevaba a la hija del rey a no desconfiar de los negocios de su esposo y no sólo eso, también a poseer junto a él al 50% una empresa sospechosa y a figurar como vocal del instituto Noos. Todo ello porque era una mujer enamorada.

La estrategia es ofensiva para la mujer. No debió de pasar un buen rato, supongo, la infanta al presentarse como un ser cándido e ignorante que no sabía nada sobre el dinero con el que se pagaba cada gasto personal en su casa. Es una estrategia de defensa, como la institución que representa su padre, muy clasista y antigua, consistente en presentar al hombre de la casa como la persona que maneja los dineros y a la mujer como una persona sumisa y pasiva que no sabe ni quiere saber nada. La infanta ha estudiado una carrera, no creo que haya tenido problemas en su casa para recibir una formación adecuada. Pero al final, a la hora de defenderse ante el juez ha decidido presentarse como una mujer del siglo pasado que sufre en silencio por amor. Sus sufrimientos, eso sí, consistían en viajes a todo tren y fiestas lujosas que ella no podría haber disfrutado del todo por la angustia de no conocer la procedencia del dinero si no fuera porque confiaba plenamente en su marido. Porque esa es otra. La estrategia consiste en denigrarse a ella y en presentar a su esposo como un ser maligno que la engañó. Tan malo y tan mentiroso que sigue con él. 

Ahora que se acerca San Valentín, la infanta confesó, como Isabel Pantoja en aquella copla suya, que está enamorada. O que estaba. Hubo muchas bromas y hasta burlas ayer sobre el amor. El amor es una cosa muy seria que no deberíamos tomar con estas chanzas. La infanta bien podría ser la protagonista de una pasión de esas que hacen época y terminan dando lugar a bellos libros que narran una gran historia de amor incomprendido que resiste sólido frente a viento y marea. Quién sabe. En todo caso, cuando hablamos de presuntos delitos muy graves, lo del amor suena a chiste. "-¿Conoce usted de dónde procedía ese dinero? -¡Estaba enamorada, señoría! ¿Cuántas veces más quiere que se lo repita?", y así. No es serio. 

Como si de una responsable política en apuros se tratara, parece que la infanta desgastó ayer las expresiones "no sé" y "no me consta". El juez Castro le hizo hasta 400 preguntas, la mayoría de ellas enseñando a la infanta facturas. Al parecer ella recordaba hacer dado esas clases de flamenco y haber disfrutado de esas comidas o esas vacaciones, pero no sabía muy bien con qué dinero se habían pagado. Ella eligió a las asistentas de su casa, pero desconocía que se les pagara el sueldo con el dinero de la empresa Aizoon. En fin, la dura vida de una mujer engañada que no puede hacer otra cosa que disfrutar de una vida holgada sin hacer muchas preguntas por amor a su marido. 

Probablemente, ahora que ya llego al final lo pienso, debería haber escrito algo más serio y menos irónico. Es una comparecencia histórica, la primera vez que un miembro de la familia real comparece ante un juez imputado. Es un asunto muy serio. La casa real anda preocupada por su desgaste de imagen y ha organizado un encuentro con los corresponsales extranjeros para decirles que los escándalos de otras monarquías europeos sí que han sido gordos y que ahí están. Confían en que su imagen se recupere. Jamás debería haber bordeado la infanta Cristina la legalidad, dejémoslo ahí y con el presuntamente delante. Nunca debería haber actuado de un modo poco ejemplar que le hiciera llegar a esta situación. La hija del rey imputada por delitos fiscales Nunca pensamos que lo veríamos, lo cual dice bastante en favor de la Justicia (aunque el fiscal ayer volvió a ejercer de abogado defensor de la infanta y acusación del juez Castro). 

Lo grave no es que la infanta Cristina esté imputada y haya tenido que ir a declarar. No. Lo grave es que su actuación haya requerido ser imputada en una investigación judicial sobre un muy pestilente caso de corrupción en el que uno de los principales encausados es su marido. Que haya serios indicios que la sitúan como parte implicada en esta trama. Llueve sobre mojado en la familia real, pues algo se quebró para siempre entre el rey y los españoles cuando conocimos de sus andanzas por Botsuana. Ahora, lo más inteligente que puede hacer Zarzuela es dejar actuar a la Justicia de forma independiente. Por lo que respecta al instructor del caso, el juez Castro, creo que su honestidad mostrada durante todo este tiempo nos obliga a confiar en lo que decida tras escuchar ayer a la hija del rey. Si tras escucharla determina que no hay indicios de delito, así será. Si sus "no sé" y "no me consta" no despejan dudas, entendemos que el proceso seguirá su curso y la infanta sería encausada. La Justicia debe actuar. Está claro que no es caso más, pero tanto quienes desconfían de la inocencia de la infanta como quienes creen en ella a muerte deben acatar la acción de la justicia. Creo que el juez Castro merece confianza y tiene todo el crédito del mundo.  El daño de la imagen de ayer para la monarquía se lo han buscado ellos solos y no es fruto de un afán de protagonismo de un juez malvado que quiere reconocimiento y fama, como insidiosamente insisten los palmeros de la infanta. 

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