Triunfo de la marea blanca

La Comunidad de Madrid ha renunciado a la privatización de seis hospitales y su consejero de Sanidad, Javier Fernández Lasquetty ha presentado su dimisión (o ha sido forzado a salir del gobierno por Ignacio González, según las distintas versiones). En cualquier caso, la marea blanca es probablemente el mejor ejemplo de hasta qué punto está equivocada esa máxima tan repetida de que protestar no sirve para nada, de que las manifestaciones no van a cambiar la voluntad de un gobierno, de que el papel de los ciudadanos en democracia consiste única y exclusivamente en ejercer su derecho al voto cada cuatro años. Muchas lecciones nos deja el compromiso de miles de ciudadanos de Madrid que han respaldado durante 15 meses un movimiento de protesta pacífico en defensa de un derecho fundamental como es la sanidad. Han ganado frente a quienes querían convertirla en un negocio. 

La primera lección es clara. Al igual que ocurrió con las protestas en el barrio del Gamonal. Al igual que ocurrió con la huelga de los trabajadores de la limpieza de Madrid. Al igual que sucedió con los planes del gobierno de cambiar las reglas del juego de las becas Erasmus a mitad de curso. Al igual que, muy probablemente, va a ocurrir en cierta forma con la ley del aborto. En todos estos casos, las protestas ciudadanos sí sirven. Sí vale la pena. Lo que no es aceptable es ni siquiera mostrar nuestro desacuerdo con aquellas medidas de los gobiernos que nos parezcan injustas. Esa tesis de que las protestas no sirven para nada interesa extraordinariamente a los poderes, pero es una falacia. Y tenemos ya varios ejemplos en los últimos tiempos que lo demuestran. Hay que expresar la voz de los ciudadanos en las calles siempre que sea necesario. 

La segunda lección nos habla de la imperiosa necesidad de una justicia independiente y al servicio de la ley. En efecto, las reivindicaciones justas y sensatas de la marea blanca han logrado ir minando poco a poco la fuerza política del gobierno de la Comunidad de Madrid y de su ya exconsejero de Sanidad, pero ha sido la acción de la Justicia la que, suspendiendo el proceso de privatización de estos hospitales por presuntas irregularidades en el mismo, ha dado la puntilla al proyecto que pretendía convertir en un negocio seis hospitales construidos con dinero público. La Justicia ha jugado un papel determinante en este triunfo ciudadano y justo es reconocerlo. 

Una tercera lección demuestra cómo las causas justas merecen ser defendidas y cómo puede hacerse tal cosa de manera pacífica. Durante más de un año, casi cada sábado, la marea blanca desfiló por las calles de Madrid. Profesionales sanitarios y ciudadanos se unieron para defender a la sanidad pública, para clamar alto que no querían que la sanidad se convirtiera en un negocio. Que hay ámbitos que no se pueden medir con criterios de rentabilidad empresarial. Que curar una enfermedad grave no es rentable, pero que no es esa la finalidad de la sanidad. La sanidad es un pilar del Estado del bienestar y debemos (y podemos) mantenerlo. Ha sido durante años la joya de la corona del Estado de bienestar español, un referente mundial. Puede y debe seguir siéndolo sin que intereses bastardos busquen sacar partido de la crisis coyuntural que ha reducido los ingresos para hacer ver que este modelo es insostenible y hay que dar paso a las manos privadas. Nada de eso.

La marea blanca nos ha enseñado que sí se puede. Ha sido doloroso y difícil de comprender escuchar a responsables políticos de la Comunidad de Madrid insistir machaconamente en la idea de que la gestión privada es más eficiente que la pública sin presentar ipso facto su dimisión. Si usted, servidor público, asume su incompetencia y está convencido de que un gestor privado lo hará mejor que usted, váyase, porque no nos sirve. Nadie ha demostrado con cifras que la gestión privada sea más eficiente pero, en cualquier caso, ese tampoco es el asunto central de esta cuestión. ¿En qué medimos la rentabilidad o la eficiencia? ¿En los gastos de la sanidad? ¿En sus ingresos? ¿O lo medimos en prestar un servicio básico a los ciudadanos independientemente de su nivel económico? ¿Por qué no lo medimos en términos de cumplir un derecho fundamental del Estado de bienestar? 

La sanidad no es campo más donde se pueda recortar. Es una línea roja del Estado de bienestar, algo que debe preservarse sea cual sea la situación financiera del país. Que los gobernantes a los que se les llena la boca de decir que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que no podemos sostener este modelo de prestación de servicios públicos pongan todos sus esfuerzos en que se vuelva a crear empleo, porque la cuestión de los ingresos del Estado se resuelve claramente en cuanto haya más personas cotizando a la Seguridad Social. Ahí y no en otro lugar reside la clave de todo. Así es cómo se hará sostenible, por supuesto que lo es, nuestro modelo sanitario. 

En el caso concreto de Madrid, además, se ha apreciado desde el principio un turbio interés por hacer que alguien sacara partido de seis hospitales públicos. Construimos a bombo y platillo nuevos hospitales que nos sirvan para ganar las elecciones pero luego los privatizamos. Difícil no percibir un plan preestablecido de antemano con intereses que distan del interés general. Más difícil aún al comprobar que los últimos consejeros de Sanidad se encuentran trabajando en empresas del sector privado que, oh casualidad, se han visto beneficiadas por la privatización de algunos servicios por parte de la Comunidad de Madrid. 

Una cuarta lección que resumiría las anteriores es que es posible construir un movimiento espontáneo de protesta contra una medida que se entiende injusta. La marea blanca estaba formada por profesionales de la sanidad, que fueron criticados duramente por Lasquetty y compañía diciendo que esa protesta respondía sólo a reivindicaciones sectoriales y profesionales, como si estas no fueran completamente legítimas. Pero no sólo había profesionales de la sanidad pública. Había muchos ciudadanos. Quienes vivimos en Madrid y nos hemos interesado por este movimiento lo sabemos. Hemos visto a muchos vecinos con las marchas desde distintos puntos de la ciudad confluyendo en el centro de Madrid. Hemos observado la implicación de los vecinos en cada ambulatorio, el arrollador éxito del referéndum en favor de la sanidad pública que se realizó en centros médicos de toda la Comunidad. Sabemos que era un movimiento que no incidía en cuestiones políticas o partidistas. Era tan sólo la defensa de un derecho fundamental, la sanidad, y la reinvindicación de querer mantenerlo como un servicio público. Hay que seguir alerta, pero la primera gran amenaza a este derecho se ha sorteado con éxito. Un éxito de la marea blanca porque el podemos sentirnos orgullos y creer un poco más en el poder ciudadano.  

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