Rajoy en la Casa Blanca

Provoca cierta ternura la forma en la que seguimos la visita del presidente español a la Casa Blanca. Esta de Rajoy y las anteriores. Es esa actitud del aldeano que conoce la gran ciudad, del campesino que saluda abrumado al terrateniente local. Una actitud que, ya digo, resulta tierna, aunque sólo sea por su patetismo. Ojo, no digo que me parezca extraño que se dé tanta importancia en España a las relaciones con Estados Unidos, la primera potencia mundial, ni siquiera digo que me parezca mal. Sólo constato esa forma de abordar la noticia. Qué importantes somos que el gran líder mundial ha tenido a bien recibirnos. No sólo eso, sino que nos felicita por lo bien que lo hacemos y hasta nos rogó en el gimnasio de un hotel en Johanesburgo, cuando se celebró el entierro de Mandela, que le visitaráramos en la Casa Blanca. Supongo que no tardaremos en leer que España vuelve al lugar que le corresponde en la esfera internacional y todas esas pamplinas con las que tanto nos contentamos. 

No me refiero sólo a esta visita de Rajoy, en absoluto. Hablo de una tradición ya larga en nuestro país. Las relaciones del gobierno español con Estados Unidos han dado siempre mucho juego y han estado marcadas por ese provincianismo del que hablo. O, y no sé qué es peor, por los prejuicios antiamericanos de otros. Porque, ciertamente, nuestra forma de valorar al país más poderoso del mundo tampoco tiene desperdicio. En un país tan poco amigo de los matices y tan dado al maniqueísmo como el nuestro, hay una parte de la población incapaz de apreciar los indudables rasgos positivos de esa democracia madura que sólo señala sus defectos y que detesta a Estados Unidos. Es esa parte de la población que siempre desconfía de todo lo que lleve el sello estadounidense o la que sólo se entera de que hay una guerra en Siria cuando Estados Unidos amaga con intervenir. 

Pero, a lo que vamos, que me pierdo. Hablaba de la relación entre los sucesivos presidentes del gobierno español y sus homólogos estadounidenses. Han provocado situaciones hilarantes, y no precisamente porque ninguno de los presidentes de la reciente democracia española haya podido hablar en un inglés fluido con el presidente estadounidense de turno, lo cual creo que siempre es un aspecto a reseñar en estos encuentros. Han dado mucho juego esas reuniones porque, llevados por esa fascinación que despierta Estados Unidos en nuestros gobernantes, se han dicho históricamente muchas tonterías sobre las relaciones bilaterales.

José María Aznar visitó seis veces la Casa Blanca, cuando el inquilino era su gran amigo George W.Bush. Eran tiempos de presumir del puesto internacional que ocupaba España. Aznar alardea en su libro de que tenía un teléfono especial instalado en Moncloa para hablar con Bush. Éramos un país importante, poderoso. Así se contaba desde el gobierno de entonces. Poco parecía importar que esa estrecha relación con el presidente de Estados Unidos fuera, precisamente, con un tipo como Bush, que encabezó  la guerra de Irak, de dudosa legalidad internacional y basada en una colosal mentira. Ser perrito faldero de un líder poco valorado en la comunidad internacional, del peor presidente de Estados Unidos en muchos años, del que metió al país en dos guerras, no sé si es la mejor forma de ocupar un lugar destacado en el mundo. Quizá sería mejor, qué sé yo, destacar por haber sido claves en diálogos de paz en Oriente Medio, pongamos por caso. Estar en la élite de la comunidad internacional no compensa si eso supone aparecer en la foto de las Azores. O eso creo. 

De esos tiempos de amistad entre Aznar y Bush pasamos a una época de relaciones bastante más frías entre el presidente estadounidense y el sucesor de Aznar en la Moncloa. Zapatero había tenido un gesto de desprecio hacia la bandera estadounidense, al permanecer sentado ante su paso en un desfile. Razonablemente, en Estados Unidos ese gesto sentó mal. Y es lógico. Eran tiempos de mostrar oposición a la guerra de Irak, pero Zapatero decidió, por puro interés partidista, hacer un desprecio a todo un país. Por mucho que después trató de justificar esa actitud, tiene poca defensa posible. Quería una foto de campaña para contentar a la inmensa mayoría de ciudadanos españoles que estaban contra la guerra de Irak, pero no calibró que esa no era la mejor forma de hacerlo. Zapatero cumplió su promesa y su primera medida como presidente fue ordenar el despliegue de las tropas españolas en Irak, algo que sentó mal a Bush.

Pero la presidencia de Zapatero aún nos tenía reservado un momento estelar en las relaciones bilaterales con Estados Unidos. Se produjo cuando el demócrata Obama llegó a la Casa Blanca. Un año después después de ser elegido presidente, Obama recibió en Washington a José Luis Rodríguez Zapatero. El desprecio y antiamericanismo latente en el gobierno español de entonces tornó en admiración. Tan es así que Leire Pajín, entonces secretaria de organización del PSOE y uno de los máximos exponentes de la mediocridad imperante en la política española, dijo que el encuentro entre Obama y Zapatero era "una conjunción planetaria". Le parecía a Pajín ese encuentro de una hora entre los lideres un "acontecimiento histórico para el planeta" que supondría "una esperanza para muchos seres humanos". Las palabras textuales, que aún hoy provocan sonrojo, fueron: "les sugiero que estén atentos al próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta: la coincidencia en breve de dos presidencias progresistas a ambos lados del Atlántico, la presidencia de Obama en EEUU y Zapatero presidiendo la UE". 

No hemos perdido las buenas costumbres y con la visita de Rajoy a la Casa Blanca hemos presumido del encuentro como el alumno al que el maestro le hace un comentario positivo o el ciudadano anónimo que ha conseguido un autógrafo de la estrella del momento. Todo muy visto ya en Bienvenido Mistr Marshall. Parece ser que Obama insistió mucho en recibir a Rajoy, hasta le perseguía por los gimnasios de hotel. Rajoy, claro, ha tenido que ceder, el hombre, y ha viajado a Washington. Allí, cuentan, el presidente de Estados Unidos ha felicitado a Rajoy por su gran liderazgo y por cómo España está saliendo de la crisis. También le ha dicho, pero eso es a todas luces secundario, que el paro sigue siendo la gran amenaza para el país, "un desafío enorme". 

Dicho todo esto, me parece positivo que existan buenas relaciones con Estados Unidos, la primera potencia económica mundial, el país de referencia en el mundo. Creo que es algo menos positivo que se le siga bailando el agua a aquel país desde Europa como si no nos hubiéramos enterado ahora de que la NSA espía las comunicaciones privadas de millones de ciudadanos e incluso los móviles de líderes como la canciller alemana, Angela Merkel. No sé si ese tema salió a relucir en la reunión de ayer. Igual Obama no le preguntó a Rajoy por Bárcenas o la infanta Cristina y Rajoy, educado él, que estaba de visita, no mencionó ese asuntillo del espionaje. 

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