Muere Manu Leguineche

Pocos periodistas son acreedores de una admiración tan sincera y generalizada en nuestro país como Manu Leguineche, fallecido ayer en Madrid a los 73 años de edad. Nacido en Vizcaya, Leguineche es recordado hoy por compañeros de todos los medios de comunicación como el gran reportero de guerra, el maestro de periodistas, el reportero independiente y el jefe de la tribu (los enviados especiales a zonas de conflicto) que fue. Las alabanzas en la hora de la muerte suenan siempre a gastadas, a forzadas por el momento, a elogios de ocasión. Pero nada que ver con este caso. Leguineche es respetado por toda la profesión. Su labor periodística en zonas de guerra, sus 20 libros, su lucidez y valentía a la hora de enfrentarse al mundo que le tocó vivir, y que con tanta maestría contó a través de sus crónicas, no pueden suscitar más que admiración en un mundo, el del periodismo, en el que no es tan frecuente esa clase de unanimidades a la hora de juzgar a un compañero de profesión.
 
En la universidad, estudiando la carrera de periodismo, el nombre de Manu Leguineche fue de los que más pronunciaron muchos profesores en términos elogiosos. Nos invitaban a leer a sus obras, a aprender de él. Incluso a viajar a Brihuega, donde vivió los últimos años de su vida, para poder aprender algo del maestro de periodistas. Para nosotros, que no pudimos disfrutar del trabajo de Leguineche en los medios de comunicación donde desarrolló su trayectoria profesional, esos consejos de los profesores fueron la forma de acercarnos a su figura, la chispa que enciende el interés por la labor de un periodista ejemplar del que aprenderlo todo sobre este oficio.
 
Viajó mucho, por todo el mundo. En muchos de sus libros recoge su pasión por los viajes, como en su obra más celebrada, El camino más corto, en el que narra una vuelta al mundo en coche. Un libro del que, decía el propio Leguineche con mucho sentido, había despertado muchas vocaciones periodísticas. Leer ese texto daban ganas irrefrenables de dedicarse a lo mismo que el autor de la obra. Ese salir al mundo y conocer lo que pasa más allá de nuestras fronteras fue el rasgo más significativo de la labor profesional de Leguineche. Él vivió muchos de los grandes acontecimientos del siglo XX como la guerra de Vietnam, las guerras en Yugoslavia, la caída de la Unión Soviética o la primera guerra del Golfo.
 
En el caso de Manu Leguineche, decíamos, las alabanzas no llegan en la hora de su muerte sin que se le hubiera reconocido su labor en vida. Cierto es que nunca sería suficiente reconocimiento, pero el periodista vasco recibió los más prestigiosos galardones de la profesión (Premio Nacional, Premio Luca de Tena, Premio Cirilo, Premio Ortega y Gasset, Medalla de la Orden Constitucional). Fue alguien respetado y admirado por todos los compañeros de profesión. Por los que trabajaron a su lado y por todos los que han ido llegando después, que se acercaron a su figura atraídos por los elogios sinceros y generalizados de la profesión hacia el padre de la tribu.
 
Los que conocieron a Leguineche resaltan en la hora del último adiós al maestro de periodistas que su actitud a la hora de ejercer la profesión desde los lugares en conflicto fue siempre independiente, pero siempre comprometida. Nunca fue indiferente ante el drama de las guerras, ante las tragedias humanas. Decía que su bando era siempre el de los más vulnerables, el de quienes lo perdían todo en el conflicto. Otra frase que refleja muy bien su actitud ante el oficio de reportero de guerra y que leemos en los obituarios sobre Leguineche es: "estoy aquí para demostrar que todas las guerras se pierden". Siempre tuvo clara la función del reportero de guerra: contar lo que ocurre desde el terreno, mostrar al mundo la desolación que provoca el conflicto, enseñar la verdadera cara de toda guerra. En estos tiempos en los que un país como Siria se desangra desde hace cerca de tres años, con 130.000 muertos y con periodistas secuestrados por hacer su trabajo y contar lo que ocurre en la guerra que asola el país, esa actitud sigue más vigente que nunca. Porque todas las guerras se pierden y porque alguien tiene que estar ahí para contarlo. Las obras de Leguineche sobreviven a su muerte. El recuerdo con cariño y admiración de la profesión, también. Descanse en paz, Manu Leguineche. 

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