Hollande

Todo el embrollo en torno al presidente francés, François Hollande, por una cuestión que sólo atañe a su vida privada (una presunta relación con una actriz) plantea importantes reflexiones encima de la mesa sobre el respeto a la vida privada de los responsables públicos y las, a veces, porosas fronteras entre aquella y su cargo. Hollande compareció el martes de esta semana en una rueda de prensa que tradicionalmente los presidentes franceses conceden al comienzo del año para presentar sus planes económicos y políticos para el año que comienza. De ese acto, por cierto, salen otros dos debates atractivos. Sobre la actitud ante la prensa del presidente francés en comparación con el maltrato y la utilización permanente de los medios que hacen los políticos españoles, en primer término. Dio envidia ver cómo Hollande respondía durante un largo espacio de tiempo a todo tipo de preguntas de los periodistas. El tercer debate planteado, sin duda el de más hondura, es el derrumbamiento de Hollande como alternativa socialdemócrata al liderazgo europeo de Merkel (¿recuerdan esos mensajes de campaña?). El presidente galo tiene un papel irrelevante en la Unión Europea y comienza a capitular, como hicieron ya antes que él otros líderes socialistas, ante el enfoque único de la crisis: brutal recorte del gasto. 15.000 millones de euros en 2014 y 50.000 millones en los tres próximos años. 

Este último debate, ya digo, es el más interesante. Hollande despertó mucho entusiasmo en Francia y fuera de sus fronteras durante la campaña electoral. Se presentó como el líder que la socialdemocracia necesitaba para ofrecer una vía distinta de salida de la crisis a la neoliberal que impera en la Unión Europea. Se señaló a Hollande como el gran contrapeso de Angela Merkel en Europa, como el líder que iba a lograr que se relajaran las exigencias de Bruselas ante los países periféricos, como el responsable político que iba a traer nuevas formas de actuar. No negaré que ha acometido importantes reformas que iban en su programa y son distintas a lo que vemos por estos lares, como el plan para aumentar el número de maestros en las escuelas. Pero lo cierto es que Hollande no ha enderezado la economía francesa, que es señalada como uno de los grandes riesgos para la Unión Europea, y por lo que anunció el martes, parece empezar a sucumbir ante la corriente de opinión que manda en Europa. 

Ilustrativo de este cambio de rumbo en su política económica es el hecho de que Hollande tuviera que responder a algunas preguntas sobre su ideología. El responsable de la patronal gala acogió con satisfacción el anuncio del recorte del gasto e incluso señaló que celebraba este giro a la derecha del presidente. A Hollande se le preguntó en la rueda de prensa si ha abandonado las tesis socialdemócratas. Explicó que si ser de izquierdas es endeudarse, sus antecesores eran de extrema izquierda. En cualquier caso, menos de dos años después de llegar al Elíseo, muchas de las esperanzas puestas en Hollande se han desvanecido. Y, lo que es peor, en ningún momento se ha podido vislumbrar el menor atisbo de un contrapeso a Merkel en la Unión Europea. Alemania y los países ricos del norte de Europa siguen teniendo la última palabra sobre cualquier acuerdo en el seno de la UE. Ese viaje sin rumbo de la socialdemocracia europea, esa imperiosa necesidad de una brújula, esa crisis de personalidad, se termina de completar con el gobierno en coalición entre el SPD y Angela Merkel en Alemania. Ofrecer recetas distintas para terminar pactando con quien ha impuesto las que tanto se criticaban y tan poco parecían servir. Los partidos socialdemócratas siguen en las mismas y los ciudadanos siguen esperando una alternativa real a las políticas de ajuste duro que campeaban en Europa antes de la llegada de Hollande a la presidencia gala y que continúan campeando ahora. 

Otro punto de reflexión de la comparecencia del presidente francés fue la rueda de prensa en sí misma. Leyendo crónicas de corresponsales de prensa en París, parece que esa comparecencia no era tan espontánea y abierta como pudo parecer por televisión. Sin embargo, Hollande respondió durante largo tiempo a las preguntas de la prensa. No rehuyo ninguna cuestión. Y no fueron cómodas las preguntas a las que tuvo que hacer frente. La primera se interesaba directamente por saber si su compañera sentimental, ingresada en un hospital tras trascender la presunta infidelidad de Hollande, seguía ocupando el papel simbólico de primera dama. Y de ahí en adelante, toda clase de preguntas directas y comprometidas. 

Esa actitud ante los periodistas, que son meros intermediarios entre el poder y los ciudadanos, es francamente admirable. No es algo de lo que podamos presumir en España. Tal vez porque los medios de comunicación no lo han batallado suficientemente (hablo de los empresarios de los grupos, naturalmente). Que en otros países sea inasumible lo que aquí llamamos de mala manera "rueda de prensa sin preguntas" (si no admite preguntas, no es rueda de prensa) es algo que debe hacernos reflexionar. Los partidos políticos graban sus propias imágenes de sus actos y las transmiten a las televisiones, a veces incluso envían ya los cortes editados. Los periodistas son en muchas ocasiones meros altavoces de los responsables políticos, que no admiten preguntas. Sin duda, este comportamiento ante la prensa habla muy mal de los políticos españoles (siempre hay honrosas excepciones de responsables políticos que siempre atienden a los medios y admiten preguntas), pero también debe ser un toque de atención para los medios. ¿Que no admiten preguntas? Pues sencillamente no se asiste a ese acto de propaganda donde sólo quieren a los periodistas como altavoces. 

El tercer debate que genera el lío mediático de Hollande, por la publicación de unas imágenes del presidente presuntamente acudiendo a un piso donde mantenía encuentros con una actriz francesa por parte de una revista, es sobre la vida privada de los responsables públicos. La respuesta de Hollande a la pregunta sobre su situación personal fue irreprochable: "los asuntos privados se tratan en privado". Siempre que los aspectos de la vida privada no influyan y condicionen su labor pública, cualquiera es libre de actuar libremente. La vida privada debe quedar al margen del debate político. Ningún responsable público es menos válido para su puesto porque tenga esta o aquella relación íntima. Al margen de cuestiones éticas, que creo que en asuntos privados queda reservado al ámbito de la intimidad de cada persona, lo que Hollande haga en su vida privada sólo le atañe a él y a su círculo. 

En ese sentido, tranquilizan las encuestas que dicen que un 73% de los franceses respeta la vida de su presidente y para quienes este hecho no cambia su valoración sobre él. Al tiempo, preocupa el irrespetuoso show que algunos medios están organizando en torno a esta noticia, con la aparición de la ex de Hollande como posible mediadora en esta cuestión privada. O los medios no están a la altura de esa ciudadanía partidaria de salvaguardar la intimidad de su presidente, o los ciudadanos que respondieron a esa encuesta no fueron del todo sincero y en el fondo se mueren por conocer la última hora del culebrón. En cualquier caso, si antes decía que en España tenemos mucho que envidiar a países como Francia por el respeto a la prensa por parte de los gobernantes, también he de decir que aquí, hasta la fecha, la vida privada de los políticos se ha mantenido siempre al margen de la actualidad de los medios de comunicación. Es algo que sí hemos hecho bien. Esos debates sobre temas privados en Estados Unidos o este show en Francia son muy tristes, porque es un error descomunal juzgar a alguien en su profesión (en este caso, la política) por aspectos de su intimidad. 

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