Último adiós a Mandela

Tras una semana de tributos y agradecimientos populares, Nelson Mandela fue enterrado ayer en Qunu, su pueblo natal. En la finca familiar recibió sepultura el primer presidente negro de Sudáfrica, el admirado líder del perdón y la reconciliación. Desde su muerte, Sudáfrica ha regalado al mundo conmovedoras escenas de luto con bailes, de recuerdo y celebración de la vida de Mandela. En múltiples actos espontáneos se ha visto la veneración que el pueblo sudafricano sentía por su expresidente. El martes, el funeral de Estado convocó a decenas de mandatarios mundiales, convirtiendo ese acto en la mayor concentración de jefes de Estado y de gobierno que se recuerda, probablemente por encima incluso del entierro del papa Juan Pablo II. 

Ese acto de recuerdo a Mandela mostró cómo en todo el mundo su lucha contra el apartheid es tenida como ejemplo, al menos formalmente, pues en la ceremonia de despedida al líder sudafricano había también líderes totalitarios. Quienes se fijan sólo en las ideas comunistas de Mandela y en su colaboración con el Partido Comunista durante muchos años en la lucha contra el Estado racista y discriminatorio que era Sudáfrica, se pierden a una parte importante, sin duda la más importante, del personaje. Se centran en sus inicios comunistas, en su pasado en la lucha armada contra un Estado despótico que oprimía a la mayoría de la población para conservar privilegios de una minoría blanca. Recuerdan la amistad de Mandela con el dictador Fidel Castro. Pero olvidan que, cuando salió de la cárcel tras cerca de 30 años sin libertad, el líder sudafricano no predicó un discurso del odio y del resentimiento, sino que animó a los suyos a apostar decididamente por la democracia la igualdad y la reconciliación. Es ese aspecto de la vida de Mandela mucho más que cualquier otro el que muestra su grandeza. Y es en ese punto donde los Castro de turno no honran a la memoria del líder sudafricano que dicen admirar, pues ellos hacen justo lo contrario: mantener presos políticos y oprimir al que piensa diferente.

Durante el funeral, Barack Obama pronunció un discurso muy bello en el que afirmó que Mandela hacía al resto ser mejores personas y que su vida, primer presidente negro de Estado Unidos, no habría sido igual sin el ejemplo y la valentía de Mandela. Un persona inspirador para todos. También resaltó que hay líderes que dicen admirar a Mandela, pero que después no toleran las discrepancias políticas dentro de su población. Líderes que ponen al expresidente sudafricano como ejemplo, pero que no toman nota de su comportamiento, infinitamente más responsable y de más altura de miras que el de los dictadores que pretenden reivindicar a Mandela como uno de los suyos, cuando Mandela dejó claro que él quería una Sudáfrica y un mundo multicolor, en el que no hubiera nuestros y de los otros, en el que todos convivieran en paz y en el que las ideas no se impusieran, sino que mandara la voluntad del pueblo en las urnas. 

La concentración de grandes mandatarios internacionales en el funeral de Mandela dio una idea de la grandeza de su figura, pero lo más conmovedor y trascendente de esta semana de despedida al Nobel de la Paz ha sido la reacción del pueblo sudafricano. Esas imágenes serán imborrables. Desde el momento en el que se anunció la muerte de su amado expresidente, los ciudadanos salieron a la calle de manera espontánea para llorar su muerte, pero con un luto a su manera: bailando y cantando para celebrar la vida de un ser tan extraordinario y prodigioso como Mandela. Dando gracias al dios que fuere por haber tenido como compatriota a alguien tan admirable e inspirador como él. 

Esa entrega de los ciudadanos de Sudáfrica en la despedida a Mandela muestra cuán hondo caló entre la población su enorme labor por el país. Un país al borde de la guerra civil en el que él supo tender puentes y hacer imperar, no sin ímprobos esfuerzos, la reconciliación y la cordura. La población negra, mayoritaria en el país, que fue reprimida y perseguida durante décadas vio en Mandela a un líder que les pedía no devolver a la minoría blanca todo el odio que habían recibido de ella, sino trabajar por la convivencia. Conocer al enemigo, dialogar con él, estudiar su idioma, su historia y sus costumbres. Mandela salió de la cárcel sin resentimiento ni rencor. Salió convencido de que debía seguir dialogando con el gobierno sudafricano para derribar sin violencia el régimen del apartheid. Tuvo que vencer a la maquinaria poderosa de un Estado que llevaba décadas predicando un sistema de organización política consistente en discriminar a una parte mayoritaria de la población en beneficio de unos pocos. Lo logró con diálogo y con ese carisma arrollador que sólo exhiben los grandes líderes como él. No sólo tuvo que imponerse a ese sistema racista, sino que también hubo de contener a los radicalismos de ambas partes de la población, que reaccionaron con violencia. Bien para que el régimen siguiera tal y como estaba, como ocurrió con grupos violentos de la población blanca; bien para hacer pagar a los blancos, desde la población negra, la represión de tantos años. Mandela supo contener esos instintos violentos y construyó el país más democrático y estable de África. 

La muerte sólo es el final para quienes se olvidan. Mandela permanecerá en el recuerdo de todos y ese es el mejor legado que puede dejar. Estudiar la vida de Mandela es comprender que en el momento más difícil para un ser humano este puede sacar lo mejor de sí mismo, es acercarse a la figura de una persona excepcional, un verdadero héroe que no hizo cosas en apariencia extraordinarias, pero que supo hacer lo que mandaba el sentido común, algo que es más que extraordinario en unas circunstancias tan difíciles como aquellas. Salir de prisión con el ánimo de dialogar y entenderte con quienes te tuvieron ahí encerrado, con quienes te detestaban, es un acto de grandeza que supo salvar a un país de su destrucción moral, de esa indecencia en la que vivía, y que iluminó al mundo con su ejemplo. Esa luz no se ha apagado con la muerte de Mandela que ahora, como bien dijo Obama, pertenece a la eternidad. 

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