Tragedia humanitaria en Siria

La historia está llena de conflictos espantosos que han desgarrado a países enteros ante la impávida mirada de la comunidad internacional. Aun así, no por frecuente deja de resultar estremecedor asistir a la destrucción que impera en Siria desde que comenzó la guerra civil que ha dejado más de 100.000 muertes en el país. Todo ello, con la inacción de la comunidad internacional como catalizador del conflicto, como agravante de la complejidad de esta guerra. Siria se suma a tantos otros nombres de lugares asociados a guerras atroces ante las que el mundo no ha podido, o no ha querido, hacer nada para parar el baño de sangre. Esa misma comunidad internacional cuyos dirigentes construyen discursos alarmados por la grave situación que atraviesa Siria o cuyas instituciones en Naciones Unidas elaboran informes dramáticos sobre el país es la que se toma su tiempo para intentar frenar el conflicto, la que le hace el juego al dictador Al Assad, la que ningunea a la oposición moderada con el lógico y terrible resultado de que los grupos más radicales ganan la partida en el bando rebelde. 

Valerie Amos, secretaria general adjunta de Asuntos Humanitarios de la ONU, compareció ayer para reclamar al mundo 4.700 millones de euros para asistir a la población siria en 2014. Como declaró la propia Amos, es la petición de ayuda más grande que jamás se ha hecho para un solo país. El aumento exponencial de los desplazados internos y de los refugiados en el exterior ha creado una situación de emergencia humanitaria sin precedentes. Líbano, Jordania, Turquía, Irak y Egipto acogen en campamentos tan solo con las más elementales necesidades básicas (a veces, sin ellas) a cientos de miles de refugiados sirios. En el interior del país, millones de personas han abandonado sus casas para huir de las zonas de conflicto e intentar salvar sus vidas, rehenes como son los civiles de las atrocidades y los crímenes de guerra que con absoluta impunidad cometen ambos bandos. 

El Comité Internacional de Rescate (IRC, según sus siglas en inglés) publicó también ayer un informe en el que alerta de la creciente amenaza de la hambruna en el país. Cuatro de cada cinco sirios afirman estar preocupados por quedarse sin alimentos. La agencia internacional de rescate y ayuda a los refugiados ofrece datos muy impactantes, como el sideral aumento del precio del pan desde que empezó el conflicto: un 500%. Cada vez más personas están cerca de caer en las garras del hambre y la miseria en un país devastado por la guerra y por la inacción y cobardía de la comunidad internacional.

Y mientras, la guerra continúa. Ayer se cumplieron tres años del comienzo de las revoluciones de la primavera árabe en Túnez. Varios países siguieron su estela en la rebelión contra regímenes tiránicos que oprimían a sus pueblos. A Siria llegó esta oleada de cambios con una revuelta de una parte de la población, mayoritariamente civil y pacífica, que se manifestó contra el dictador Bassar Al Assad y su régimen. El tirano reaccionó a estas manifestaciones con violencia extrema, buscando acallar las protestas a sangre y fuego. La cruel severidad con la que Al Assad ordenó reprimir a los manifestantes provocó que parte del ejército del régimen se negara a actuar contra su pueblo y formara el Ejército Libre Sirio, un frente de combatientes rebeldes por la caída del régimen. Muchos ciudadanos del país se sumaron a esas reivindicaciones. El dictador siguió optando por la violencia, incluso cuando se comprometió con Kofie Annan, primer enviado internacional al conflicto, a respetar un plan de paz y a negociar con la oposición. Jamás tuvo la más mínima intención de hacerlo. 

Rusia y China, aliados de Al Assad, apoyaron a su amado dictador y bloquearon cualquier resolución de condena contra el régimen sirio en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, donde ambos países tienen asiento permanente. Antepusieron, y siguen anteponiendo, sus intereses económicos o geoestratégicos a la protección de los Derechos Humanos. Poco a poco, el conflicto sirio fue convirtiéndose en un conflicto con participación de otros muchos actores de la región. La milicia libanesa chií de Hezbolá entró en el conflicto al lado de Al Assad. En el otro bando, algunas potencias occidentales como el Reino Unido o Estados Unidos, con muchas reservas, comenzaron a suministrar material militar no letal a los rebeldes. En el campo diplomático, las partes más moderadas de la oposición siria crearon un Consejo Nacional de Transición que la mayoría de los países occidentales aceptó como legítimos representantes del pueblo sirio.

Sin embargo, la inacción del mundo ante el conflicto sirio y la extrema dureza de la guerra contra Al Assad, con empleo de armas químicas por parte del régimen incluido,  provocó que se radicalizaran cada vez más las posturas en las filas rebeldes. El país se sembraba de odio y muerte, un caldo de cultivo excepcional para la entrada de milicias próximas a Al Qaeda en Siria, combatiendo al lado de los rebeldes, pero con el propósito de imponer su radicalismo islámico. Estos grupos radicales han ido apartando del poder en el bando rebelde a los grupos moderados, en gran medida porque estos últimos han sido olvidados por la comunidad internacional. Cuando se supo que el régimen de Al Assad había utilizada armas químicas contra su población, Estados Unidos avisó que actuaría militarmente para sancionar ese comportamiento. Sin embargo, Rusia propuso que el régimen sirio entregara y destruyera su armamento químico y la Administración Obama, loca por evitar una intervención militar, aceptó dar legitimidad internacional al tirano Al Assad, que delegó en Rusia su presencia en esas negociaciones. Espaldarazo al dictador sirio y golpe en las narices a la oposición moderada

El avance del conflicto sobre el terreno demuestra que las milicias extremistas próximas a Al Qaeda tienen el control de gran parte del bando rebelde. Ante esa situación, las potenciales occidentales (Estados Unidos, especialmente) han decidido retirar el modesto apoyo que ofrecían a los opositores al régimen. Nuevo varapalo para las opciones más moderadas, aquellas que serían cruciales para construir una nueva Siria tras el conflicto. Por el contrario, la guerra sigue desangrando el país, con Al Assad recuperando posiciones, pero lejos de ganar la contienda, y con el país convirtiéndose en un santuario para terroristas islamistas. Y mientras, la comunidad internacional hace informes y convoca vacuas conferencias de paz sin prisa y sin la menor posibilidad de éxito.  

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