Discurso navideño del rey

Más de lo mismo. No podemos decir que el discurso de este año de Nochebuena del rey haya sido sorprendente o que haya dejado grandes titulares como, por otra parte, sucede habitualmente. El monarca, con mejor aspecto físico que en anteriores ocasiones tras un año delicado de salud con varias operaciones, abordó la cuestión catalana, sin referirse directamente a ella en ningún momento y a otros aspectos que quiso tratar con más claridad como su continuidad al frente de la Jefatura del Estado o su percepción sobre la situación económica en España. Se trata del discurso más personal del monarca en todo el año, pues es en el que el gobierno no interviene en su redacción. Por eso, siempre despierta interés el mensaje televisivo de don Juan Carlos. 

Sobre la economía, por donde el rey comenzó un año más su discurso, habló de la larga y dolorosa crisis económica, la mayor que ha afrontado la Unión Europea en su historia reciente. Se acordó de las personas desempleadas y de los jubilados que están manteniendo a tantas familias en nuestro país con su exigua pensión. Dejó una frase bastante más razonable y próxima a la ciudadanía que las del discurso oficial de optimismo sobre brotes verdes y salida de la crisis cuando afirmó que para él la crisis empezará a pasar de verdad cuando los parados tengan oportunidades laborales. Inunda el ambiente un optimismo oficial alimentando desde el gobierno y las grandes empresas que ojalá tenga un fondo de verdad que se empiece  anotar en breve en la economía real. Pero, de momento, chirría hablar de recuperación con las asfixiantes cifras de desempleo que seguimos arrastrando. 

Respecto a la cuestión soberanista en Cataluña, el rey apeló a la unidad de los españoles. En un tono menor, alejado de la confrontación con los independentistas catalanes, que es el que está adoptando el gobierno central y que parece sensato para no echar más leña al fuego, el rey elogió a la España plural con diversas culturas y lenguas, al pasado común y a los afectos entre los componentes de la nación. Habló en algún momento del discurso, que ha sido el más comentado, de la actualización de los marcos de convivencia. No sé, ciertamente, si el rey se refería a modificar la legislación para resolver el problema separatista en Cataluña, tipo pacto fiscal o cambio constitucional, o hablaba más bien del desapego de los ciudadanos ante la política y las instituciones por los casos de corrupción. En cualquier caso, el rey reivindicó el espíritu de la Transición, que al fin y al cabo es su gran obra y de lo que más razonablemente orgulloso puede sentirse el monarca. 

Pienso que acierta el rey al optar por un tono menor, no de conflicto, ante las reivindicaciones soberanistas catalanas. Por ejemplo, sus llamadas a la unidad y al diálogo del discurso de Nochebuena distan mucho del tono de la carta que don Juan Carlos publicó en la web de la Casa Real sobre esas ambiciones de independiencia en 2012. En ella, la famosa carta de los galgos y podencos, el rey era muy duro con los postulados políticos catalanes partidarios de la independencia. Tuvo un discurso mucho más contundente que, posiblemente, es más aplaudido y elogiado por una parte del país, por los grandes nacionalistas españoles, pero que parece mucho menos sensato a la hora de afrontar una situación como la que se presenta este próximo año en Cataluña. Sí o sí, la política tendrá que resolver este problema. Y para ello las apelaciones a la unidad y al entendimiento son más razonables y necesarias que las confrontaciones y los ataques verbales. 

Uno de los mensajes que más claro quiso dejar el rey en su discurso fue el de su continuidad al frente de la Corona. En varias ocasiones don Juan Carlos afirmó que mantiene su compromiso como Jefe del Estado, mostrando que no se plantea en ningún caso abdicar. El estado de salud del monarca, unido al escándalo de la cacería de Botsuana, algo que le acompañará ya toda su vida, lleva a muchos a pensar que la abdicación del rey en don Felipe sería una opción interesante para revitalizar la institución que encarna la Jefatura del Estado en un momento complicado en el que además Urdagarin está imputado por el caso Nóos y se acumulan indicios contra la infanta Cristina que, eso sí, la fiscalía anticorrupción no quiere ver ni en pintura. Está muy desgastada la imagen del rey, en gran medida por sus propios errores, pero don Juan Carlos, que por su labor en la Transición es uno de los personajes más trascendentes de la historia reciente de España, no quiere acabar su reinado empujado por escándalos, polémicas y problemas de salud

Junto a ese reiterado mensaje de que seguirá al frente de la Jefatura del Estado, el rey también habló en varias ocasiones del príncipe don Felipe. En especial, cuando citó sus palabras en el discurso de entrega de los Premios Príncipe de Asturias en las que el heredero afirmaba que España es un país por el que vale la pena luchar. El rey mandó también ánimos a las víctimas del terrorismo durante su discurso. Las mencionó expresamente en su intervención y además la foto que tenía en su despacho durante la emisión del discurso era la suya con representas de víctimas del terrorismo. El año de la anulación de la doctrina Parot, el monarca quiso acordarse de las víctimas. 

Por último, sobre la corrupción y esa sensación de distancia y hartazgo que fácilmente se comprueba que ha calado a fondo entre los ciudadanos, el rey habló menos y de forma menos clara que en anteriores ocasiones. Nada que ver con aquel "la justicia es igual para todos" que pronunció cuando aún no estaba imputado Iñaki Urdangarin, pero había muchas y alarmantes informaciones sobre sus manejes en el instituto sinónimo de lucro Nóos. Tal vez el rey no ha repetido ese mensaje porque ahora es su hija la que está en el alambre judicial. Tal vez, porque en el fondo piensa (o sabe, que es peor) que la justicia no es igual para todos, al menos no para una infanta de España. Veremos. El caso es que don Juan Carlos se limitó a afirmar que se comprometía personalmente con las exigencias de  transparencia y ejemplaridad que reclaman los ciudadanos a los representantes públicos. Los hechos mostrarán si, como puede parecer, no son más que palabras vacías. 

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