Vida y arte en el Metro

Siempre he pensado que el Metro es una fuente inagotable de inspiración para la literatura costumbrista. Las vidas que pasan por él, que se cruzan con la nuestra. Miradas, curiosidad, cada uno con sus problemas y sus alegrías, con sus propósitos, con sus destinos. Todos compartiendo vagón. Libros, libros electrónicos, móviles (cada vez más, camino de erosionar parte de ese magnetismo artístico y vital que siempre me ha despertado este medio de transporte), conversaciones, amigos, novios, nietos con sus abuelos, historias pequeñas, muchas de ellas noveladas en nuestra imaginación, que hacen del Metro un lugar especial. Cuántos buenos ratos en la compañía de un libro, cuántos whatsapp recibidos y enviados (pensándolo mejor, tampoco tienen por qué quitarle magnetismo los smartphones al Metro, los tiempos cambian). Y, por supuesto, cuántos artistas urbanos alegrándonos la mañana camino del trabajo o el centro de estudio. 

No se trata de mitificar al Metro, y mucho menos ahora, que cada vez nos da un peor servicio por un precio mayor. Precisión para quien lea de otra ciudad. Hablo del Metro de Madrid. Cada vez tardan más en llegar los vagones y el servicio, que era ejemplar y difícil de encontrar en otra ciudad española o europea que visitaras, ha ido degradándose sin saber muy bien por qué. Todo eso, mientras el precio del billete subía y subía. Pero no hablo del Metro como empresa, está claro, sino del Metro como microcosmos, como universo que refleja a la sociedad. Y sigue siendo impagable en el cumplimiento de esa función. Con todo lo bueno y todo lo malo de la sociedad en la que vivimos. En el Metro se ven escenas de solidaridad, de generosidad, de grandeza, de tolerancia. También se escuchan conversaciones bastante escandalosas, se aprecian se aprecian comportamientos poco edificantes y se ve como en pocos otros sitios la miseria de la crisis que obliga a pedir limosna a muchas personas. La vida misma. Un reflejo de esta sociedad y de esta ciudad.

El Metro como retrato de la sociedad. Ese Metro en el que se cruzan miles de historias cada día y en el que la cultura en toda la dimensión de la palabra tiene un hueco importante. Hablaba antes de los libros y los libros electrónicos que se ven en los vagones. Para un amante de la lectura el tiempo del trayecto es uno de los mejores momentos del día, porque es en el que uno puede sumergirse en las páginas del libro que está disfrutando. Cerca de hora y media de trayecto, entre ida y vuelta, hago yo al día. Momento especial, de lectura. Nunca defrauda. Gusta ver lo mucho que se lee en el Metro. Personas con novelas, con dispositivos electrónicos, con periódicos. En ese aspecto, tiene algo de oasis, porque uno constata que la lectura no es un actividad minoritaria, ni mucho menos. 

La cultura también se abre camino en el Metro gracias a los artistas urbanos que nos regalan momentos impagables con sus interpretaciones sentidas y cercanas. El arte de verdad, con mayúsculas, debe de ser algo muy parecido a lo que vemos cada mañana en el Metro. Una guitarra y la voz. No hace falta más. Ese instante mágico en el que un artista desconocido sube al vagón y comienza a compartir su arte con los viajeros. La mayoría, claro, va a lo suyo. Y solemos pasar en un primer momento de la actuación improvisada. Ahí está gran parte del valor de estos artistas, que han de ganarse el favor del público, en forma de alguna moneda, tal vez sólo de una simple sonrisa, con su interpretación. Generalmente, interpretaciones breves, pero magníficas. 

A esos artistas estaría dedicado ese libro costumbrista que el Metro se merece y tal vez uno se anime a escribir un día. Quién sabe. De momento, aquí está este artículo en el blog. Disfruto de mi lectura en el Metro, pero no me desagradan en absoluto los artistas con talento que interrumpen en un par de minutos la lectura. Porque te dibujan una sonrisa una cara. El impulso para escribir este artículo es el vídeo de una actuación en la línea 10 del Metro que recorre estos días las redes sociales. El vídeo está arriba y no tiene desperdicio. La improvisación y el arte urbano de un par de cantantes que logran cautivar a todo un vagón del suburbano madrileño. Lo mejor del vídeo, además del talento de los artistas, es ver cómo se van metiendo a la gente en el bolsillo. Ese tránsito desde la indiferencia a la entrega total de los viajeros. El arte nos hace mejores. Más felices. Más alegres. Y el arte no tiene por qué estar en museos o auditorios, para nada. Esto es tan arte como cualquier otra representación "oficial" que se nos pueda ocurrir. O incluso más. Arte puro en ese lugar especial que es el Metro. No puedo olvidar este artículo sin recordar un reportaje sobre los artistas urbanos en el Parque del Retiro de Madrid que realicé con un grupo de compañeros de la universidad hace un par de años. Inolvidables recuerdos de aquello. La belleza de encontrar arte en la calle, en el Metro, en cualquier rincón. Que nos nos falte nunca. 

Comentarios