La renovación de Francisco

Las expectativas de cambio creadas por el papa Francisco son inmensas. Tantas que es más fácil que sus intervenciones públicas o sus documentos decepcionen. No ha sido el caso de su primera exhortación apostólica, un documento que podemos interpretar como el programa de su papado. En él, Francisco mantiene la doctrina oficial y tradicional de la Iglesia contra el aborto, pero pide que se comprenda mejor a las mujeres que se encuentran en esta situación. Todo el documento transmite un nuevo tono. Más compromiso social con las personas vulnerables y menos doctrina. Citando a San Agustín, Francisco recuerda que los principios que vienen de la Biblia son muy pocos y que la Iglesia no debe tener miedo a cambiar de opinión ni debe aferrarse a muchos dogmas rígidos y cerrados. Incluye en el documento una expresión magnífica viniendo de un papa. "No creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable 'descentralización'", afirma. 

Probablemente la parte más atractiva de esta exhortación del papa (quién nos iba a decir hace unos meses a algunos que íbamos a leer un documento papal con tanto entusiasmo) es la que se refiere al sistema económico actual. Francisco ha sido muy duro en sus intervenciones sobre el capitalismo feroz y sin control que impera en nuestra sociedad. Su firmeza contra un sistema injusto queda bien reflejada de nuevo en este documento del que no me resisto a compartir algunos extractos. Por ejemplo, este en el que rechaza frontalmente el sistema económico actual: "No a una economía de la exclusión. Así como el mandamiento de 'no matar' pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir 'no a una economía de la exclusión y la inequidad'. Esa economía mata".

La visión de Francisco sobre la economía, sobre los poderosos y los vulnerables, es formidable y extraordinaria, precisamente por sensata. Sus palabras están llenas de sabiduría y sentido común, pero hace mucho tiempo que no suenan con tanto nitidez en El Vaticano. Hace mucho tiempo que las críticas más feroces de un Papa no van dirigidas a cuestiones dogmáticas, sino a censurar el sistema económico o a hacer autocrítica por una labor de la Iglesia alejada de la sociedad y distanciada de las personas más vulnerables. Por sensata, la postura de Francisco sobre esta cuestión es admirable y esperanzadora. El papa Francisco lo tiene todo, ya lo dijimos otra vez aquí, para convertirse en algo que ha escaseado estos años de crisis: en un referente ético y moral. Más allá de creencias religiosas concretas. 

"Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del 'descarte' que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son 'explotados' sino desechos, 'sobrantes'". Este es otro extracto particularmente acertado de la exhortación del papa en la que habla sobre las consecuencias perversas de un capitalismo sin regulación como el que gobierna nuestra sociedad. Habla también Francisco de una nueva tiranía, la tiranía de los mercados, el poder del dinero por encima de las personas. Dice que es ingenuo esperar que el mercado se regule solo sin la intervención moderadora del Estado. "Cómo es posible que la muerte de frío de un mendigo no sea noticia  y sí una bajada de dos puntos de la Bolsa", se pregunta lleno de sensatez el papa. 

Francisco también dedica una parte del documento a dirigirse a la comunidad islámica, a tender puentes con esta religión. "El afecto hacia los verdaderos creyentes del Islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia", afirma. Por eso, reclama a los países de tradición islámica "que den libertad a los cristianos para poder celebrar su culto y vivir su fe, teniendo en cuenta la libertad que los creyentes del Islam gozan en los países occidentales".

Sobre la mujer, Francisco rechaza que puedan llegar a ser sacerdotes, pero vuelve a destacar la importancia de que las mujeres tengan en la Iglesia un papel relevante. "La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones (...)Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque 'el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales". La esperanza de una renovación real en la Iglesia, a tenor de este último documento de Francisco, se mantiene. 

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