Discrepar en un partido político

Esta semana se votó en el Congreso (ese del que ayer huyeron los señores diputados maleta en ristre para disfrutar del puente, sin ni siquiera darle tiempo al presidente a levantar la sesión) una moción de UPyD sobre el derecho a decidir. La moción salió adelante, pero el juego político de la votación lo han dado las fisuras internas en el PSOE, donde los diputados del PSC decidieron no votar a favor de la misma, mientras que la mayoría del grupo socialista sí lo hizo. Dicho esto, no voy a hablar del asunto catalán ni tampoco del lamentable estado del principal partido de la oposición. No. Viene esta introducción a cuento de una realidad instalada en la política española: la ausencia total de discrepancias internas en los partidos políticos. 

No me refiero a este caso concreto. Hablo de cómo los diputados votan lo que mandan los responsables de su grupo parlamentario. No piensan por sí mismo. No dan su opinión. No se deben a aquello que prometieron a los ciudadanos en campaña. No discrepan cuando creen que tienen que hacerlo. No actúan en conciencia, sino pensando en quedar bien con los mandos del partido, que al final serán quienes decidan los miembros de las próximas listas electorales. Nadie se mueve porque todos quieren salir en la foto. Y cuando alguien discrepa y vota contra eso tan perverso que llamamos disciplina de voto, entonces se arma un buen lío y el político sabe que tiene una cruz en su expediente partidista. Y como aquí estamos llenos de políticos profesionales, a ver quién es el guapo que se atreve a llevar la contraria.  Los del partido de enfrente son los primeros en regodearse de la división interna en su adversario. Celebran esas fisuras, porque todos han asumido que los partidos políticos deben ser organizaciones monolíticas y nada democráticas en las que todo el mundo debe votar lo que decida la jerarquía del partido. Quien se sale del camino, va listo. 

Es algo que tenemos instalado en nuestra deficiente e inmadura cultura democrática. No ocurre sólo en los partidos políticos, también en la opinión pública. Efectivamente, cuando ocurre el raro caso de que algún puñado de diputados de un partido político vota en el sentido contrario al del resto de su formación los medios de comunicación realizan análisis de la guerra interna y la debilidad en ese partido. Porque el hecho de que existan distintos planteamientos o de que haya libertad para discrepar y poder votar en conciencia, aunque sea contra la disciplina del partido, no es algo que esté bien visto, es más, ni siquiera está aceptado en nuestro país. Lo que en otras democracias está a la orden del día, aquí es una excepción que siempre es síntoma de debilidad. La fortaleza en un partido político, pues, es hacer que cien personas piensen y digan siempre lo mismo. Es una auténtica proeza que durante cuatro años de legislatura todos los miembros del grupo parlamentario tengan siempre la misma opinión sobre todo. 

Tal vez esté bien así y sería caótico de otro modo. No lo sé. Pero creo que en una auténtica democracia lo saludable es que puedan existir debates internos en los partidos políticos, incluso discrepancias de fondo. ¿Por qué no? ¿Acaso es más democrático imponer tabla rasa, pensamiento único en una formación político? ¿Pensamos de verdad que una democracia sana es aquella en la que los partidos políticos son probablemente las organizaciones con un funcionamiento menos democrático que existe? Yo creo que no. Aquí, cuando algún político va de verso suelto en su formación, o cambia o lo tiene realmente complicado para abrirse camino. Es mucho mejor ser un mediocre palmero de la dirección del partido. Se llegará mucho más lejos. Hay ejemplos sobrados de ello en todos los partidos. 

Se sanciona incluso cuando algún diputado vota contra la directriz del partido. Porque si no, se da una imagen de debilidad. Se predica mucho eso del debate interno y el diálogo entre las distintas corrientes del partido, pero en nuestro país eso no se lleva. Nunca se aceptó. No sé muy bien de dónde nos viene esa mentalidad, pero aquí eso de que haya auténtico debate en los partidos, primarias abiertas, formaciones donde las bases sean las que lleven la voz cantante y no haya élites que todo lo controlen, es una quimera. Probablemente, la ley electoral tiene mucho que ver con ello. Los diputados se deben a los ciudadanos que les votan, pero sólo formalmente. En realidad, a quienes responden es a los dirigentes de su propio partido. Porque serán ellos los que decidirán quiénes componen las listas cerradas para las próximas elecciones. Así que conviene más hacer caso a los altos mandos del partido que intentar actuar de forma responsable y honesta con los votantes, también llamados ciudadanos en campaña electoral. 

Un diputado del PP, pues, deberá votar todas y cada una de las leyes en las que su partido incumple punto por punto su programa electoral. Si no, es que hay fisuras internas. No se ha dado el caso. Y lo mismo digo de los diputados del PSOE cuando Zapatero aquel día de mayo "decidió" (él aceptó imposiciones externas decidir no decidió nada, el hombre, pero eso lo le resta responsabilidad) traicionar sus principios y comenzar la senda de los recortes que hoy continuamos padeciendo. Esos diputados socialistas votaron a favor de propuestas tan contrarias a sus planteamientos políticos como congelar las pensiones. Y así hay miles de ejemplos. Pero lo importante es votar lo que decida la dirección del partido. Nada importa el compromiso que se adquirió con los ciudadanos y de nada vale lo que uno piense. Entrar en un partido político español y renunciar a la capacidad crítica y a la libertad de pensar y obrar en conciencia es todo uno

Insisto, no hablo de este caso concreto. Ese es otro debate, el de la relación entre el PSOE y el PSC, que son dos partidos distintos. Sólo constato que siempre que hay algún representante político que incumple la disciplina de voto de su formación todos hablamos enseguida de fisuras y debilidad. Que puede haberlas. Pero se comprueba cada vez que esto ocurre la peculiar cultura democrática que tenemos en España. Tan peculiar y exigua que no concebimos que haya algún político dentro de una formación que, de vez en cuando, se niegue a votar lo que su dirección le ordena. Que quiere ser algo más que un palmero. Que piensa que se comprometió con los ciudadanos a algo más que pulsar el botón que el portavoz del grupo le dice. 

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