Conclusiones de una huelga

La huelga de los trabajadores de limpieza y jardinería de Madrid terminó ayer con la ratificación por parte de los trabajadores del acuerdo entre sindicatos y empresas que pone fin al conflicto. Finalmente, no habrá ningún despido. Los empleados aceptan un ERTE de 45 días al año hasta 2017 y congelar su salario. También habrá bajas incentivadas. Pero nadie saldrá a la calle. Un éxito en toda regla que deja varias conclusiones que deben ser analizadas. 

La primera conclusión es clara. Todos estos días con la ciudad de Madrid convertida en un vertedero han servido para algo. Si los trabajadores de los servicios de limpieza no se hubieran puesto en huelga y hubieran aceptado el ERE brutal que planteaban las empresas concesionarias del servicio, 1.200 personas habrían perdido su puesto de trabajo. Decidieron luchar por sus derechos, por sus trabajos. Creo que en un momento como el actual, en el que todos conocemos a alguien que ha perdido su trabajo, a personas que no encuentran empleo o en el que sencillamente todos tenemos cierta inestabilidad e inseguridad laboral, es muy poco entendible que no se comprendan por parte de los trabajadores los motivos que llevaron a los empleados del servicio de limpieza a ponerse en huelga. Defender sus trabajos, su modo de vida, el pan de los suyos.

La huelga dejó Madrid, en efecto, en pésimas condiciones. Es evidente que desde el minuto uno no se cumplieron los servicios mínimos. Como es natural, esta incomodidad de ver la ciudad sucia, con calles intransitables en algunos barrios, es un perjuicio claro que se provoca al resto de ciudadanos que nada tienen que ver con el ERE planeado por las empresas concesionarias del servicio, que en su mayoría se muestran solidarios con los trabajadores de la limpieza, pero que no entienden y pueden llegar a enfadarse por verse seriamente afectados por esta reivindicación. Es un hecho innegable que estos días han sido muy molestos para los ciudadanos de Madrid. También que no se han cumplido los servicios mínimos acordados. Pero igual de innegable es el hecho de que para que una huelga triunfe en sus objetivos, debe provocar un efecto claro. Se debe notar la huelga. Las calles deben estar sucias, porque si no el efecto perseguido no se alcanza y el poder de los trabajadores en defensa de sus empleos en la mesa de negociación con las empresas queda reducido a la mínima expresión. Por tanto, suena bastante mal y tal vez políticamente incorrecto, pero entraba dentro de lo normal que la huelga se notara, que de verdad fuera palpable para que así se pudiera presionar a las empresas. 

El papel de las empresas concesionarias del servicio de limpieza en esta huelga también lleva a unas reflexiones obligadas. Planearon despedir a 1.200 personas, porque esa era la forma de prestar un servicio barato, con el presupuesto que habían presentando al Ayuntamiento y gracias al que se le había concedido el servicio. Mejores servicios a los madrileños y más baratos, es el eslogan que repiten desde las instituciones públicas para justificar las constantes privatizaciones, asumiendo así su manifiesta incompetencia como gestores públicos. Pues bien, la desvergüenza de esas empresas ha quedado descubierta en esa crisis y debería tener consecuencias. Porque de tener que despedir a 1.200 personas pasaron a 620 en la mesa de negociación, según fue avanzando la huelga. Después propusieron despedir a 200 y finalmente nadie saldrá a la calle. O sea, para prestar bien el servicio, nos decían, había que poner en la calle a 1.200 trabajadores y ahora resulta que no era así, que se pueden mantener todos los puestos de trabajo. Desfachatez e indecencia la de estas empresas que han quedado retratadas. 

Qué decir del Ayuntamiento. Debían saber los planes de las empresas. Porque en el contrato público debe figurar el número de puestos de trabajo que mantendrá la empresa concesionaria. Por tanto, o no lo rellenaron y el Ayuntamiento hizo la vista gorda con estas compañías, vaya usted a saber por qué, o sí se rellenaron esas casillas del contrato y Ana Botella sabía perfectamente que ese mejor servicio más barato a los ciudadanos pasaba por despedir a 1.200 personas. En cualquiera de los dos casos, la actitud del Ayuntamiento es intolerable. ¿De dónde cree la señora Botella que se pueden reducir costes para ofrecerse a dar un servicio por mucho menos de lo que costaba? Pues de la masa salarial. De despedir trabajadores

La alcaldesa no se apea del caballo de la defensa de la privatización. No hay más ciego que el que no quiere ver y, a tenor de la rueda de prensa que dio ayer la señora Botella, esta crisis no le ha hecho replantearse su postura sobre la concesión de servicios que son competencia del Ayuntamiento a empresas privadas. Aunque después, cuando haya problemas, recurra a empresas públicas. Defendió la alcaldesa que seguirá buscando dar mejores servicios a los madrileños con un menor coste. Es decir, que seguirá privatizando servicios. ¿Cómo es posible que un gestor público defienda que una empresa privada prestará un mejor servicio que él sin dimitir acto seguido por ese reconocimiento tan patente de su incompetencia? Sigo sin concebir cómo un gestor público reniega de los trabajadores públicos y argumenta apasionadamente que son las empresas privadas las que prestan un servicio eficiente. Eso es tanto como decir "yo, gobernante, soy incapaz de prestar un buen servicio a los ciudadanos en materias que son de mi competencia, por lo que voy a delegar el servicio a empresas privadas, que lo gestinarán bien y de manera eficiente". Lamentable e incomprensible. 

Otra conclusión de esta huelga es el sentimiento de pena que dejó el reclutamiento por parte de una ETT de trabajadores para limpiar Madrid con la empresa pública Tracsa a la que recurrió Botella para hacer cumplir los servicios mínimos la noche del viernes. Una pena ver cómo todo derivó en un enfrentamiento entre trabajadores, entre unos que iban a ser defendidos y llevaban a cabo su derecho sagrado a una huelga y entre otros con penurias económicas que necesitaban el dinero y fueron a hacer el trabajo que aquellos no hacían. Fue muy triste esa escena. Una penúltima conclusión, que puede parecer contradictoria con alguna de las anteriores (y tal vez incluso lo sea) se refiere al hecho de que hay sectores, el de los barrenderos es uno de ellos, con un poder mayor que otros para bloquear una ciudad o desbaratar su normalidad. Pienso en transporte, por ejemplo. Una huelga de panaderos no provoca el caos en una ciudad. Una huelga de transportistas o controladores aéreos sí paraliza un país. En ese sentido, esos sectores tienen mucha más fuerza en sus reivindicaciones y mucho más poder para afectar al resto de ciudadanos con sus huelgas. Es algo indudable y con esto no defiendo que se limite su derecho a la huelga, sólo faltaría, pero sí defiendo que en sus casos los servicios mínimos sí parecen imprescindibles. 

La última conclusión, la más clara, es que la huelga ha servido para salvar 1.200 puestos de trabajo. Que valió la pena. Que los ciudadanos de Madrid que hemos padecido la suciedad en las calles, celebramos que haya servido de algo. De mucho. Porque es mucho y muy importante que se haya conseguido terminar este conflicto sin ningún despido. Las huelgas y la acción coordinada de los trabajadores sí sirve de algo. Es una lección de esta crisis de las basuras en Madrid. Si los empleados se hubieran resignado a acatar el plan de las empresas, ahora 1.200 trabajadores estarían sin trabajo. Decidieron luchar y también ceder (congelación salarial, ERTE de 45 días...) para conservar sus empleos. Enhorabuena a ellos. Han dado una lección al tiempo que han sacado los colores a las empresas concesionarias y al Ayuntamiento de Madrid. 

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