Espinete no existe

Algo especial debe de tener un espectáculo teatral que lleva ocho años en cartel en la Gran Vía madrileña, conviviendo con (y sobreviviendo a) grandes musicales. Además, ocho años entre los que se incluyen los de esta espantosa e interminable crisis. Ocho años en cartel, uno detrás de otro, con más de medio millón de espectadores son los logros que exhibe Espinete no existe, una entrañable y divertida obra protagonizada por Eduardo Aldán. Después de disfrutar del monólogo, uno entiende ese éxito arrollador. Ríes, sonríes recordando vivencias de la infancia, hay también un par de momentos muy tiernos en la obra, y en general el actor y el texto, formidable, transmite un buen rollo y una visión irónica y divertida de nuestra infancia que te hace salir del teatro con una sonrisa dibujada en la cara. 

La obra, como su título da a entender, habla sobre la infancia. O sobre cómo la recordamos. Eduardo Aldán cuenta vivencias personales, pero el gran logro de Espinete no existe es que todos los espectadores nos sentimos identificados con las anécdotas que cuenta sobre su infancia. Porque son esos recuerdos que todos tenemos de las meriendas, las entrañables series de televisión, los recreos, el material escolar (¡el transportador de ángulos!) Bollycaos, bocadillos de Nocilla, bolis Bic, series como David el gnomo o Dartacan, la primera comunión (relatada de forma hilarante), las mascotas, los peluches, la seriedad con la que de pequeños nos tomábamos nuestras cosas, pero una seriedad menos chunga que la que gastamos de mayores... Todos esos objetos, situaciones y sentimientos transportan al público a su infancia, en efecto. El guión y la magnífica puesta en escena de Eduardo Aldán, que se mete al espectador en el bolsillo a la primera de cambios, junto al humor y a ese componente nostálgico de la infancia son elementos que explican este prolongado periodo de éxito de una obra sencilla, pero altamente recomendable. 

La infancia es nuestra patria más verdadera y pura, ese territorio tan nuestro, tan especial, totalmente imborrable. El espectáculo, ya desde antes de comenzar con las sintonías de las series con las que disfrutábamos frente al televisor, nos traslada a ese momento. En clave de humor. Siempre en clave de humor. Los payasos de la tele protagonizan un momento grandioso a través de una pantalla instalada en el escenario que durante algunos momentos de la obra nos permite presenciar escenas de esos programas de antaño. Particularmente divertida la interpretación de los mensajes ocultos que transmiten las letras de las canciones de Los payasos de la tele. No tiene desperdicio. Lo cierto es que no tiene desperdicio nada de esta obra, es una forma maravillosa de disfrutar, recordar y reír a carcajadas durante hora y media. Corro el peligro, pues, de contar sobre la obra más de lo que debería, así que voy a ir terminando. 

Espinete no existe es una pequeña gran obra sobre la infancia en la que todo el mundo se sentirá identificado, en particular, claro, los que vivieron esos años de infancia en los años 80-90. Los que echamos a volar la imaginación con las aventuras de Dartacan y los tres mosqueperros. Los que tanto nos frustrábamos porque el chocolate estaba demasiado concentrado y mal repartido por el Bollycao. Los que pedíamos deseos al soplar las velas de cumpleaños (eso se sigue haciendo, creo, y que así sea). Los que gozábamos de grandes bocadillos de pan con chocolate, quién quiere más. Los que aguardábamos la llegada del ratoncito Pérez cada vez que se nos caía un diente. Aquellos a los que nos sabía tan rico el Tang, ese "zumo" peculiar de nuestra infancia. Los que veíamos en la tele a David el gnomo, a Heidi, al pobre Marco que tan mal lo pasaba para encontrar a su mamá... Un espectáculo entrañable, nostálgico y divertido. Un espectáculo magnífico para volver a nuestra infancia y que, en el fondo, es una invitación simpática a no perder ese pequeño niño que todos seguimos llevando dentro. 

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