Dos años sin la amenaza etarra

"El final de ETA". Esa era siempre la respuesta de todo periodista español a la clásica pregunta de cuál era la noticia que más deseaba dar en el futuro. Así fue durante décadas de historia criminal de una banda asesina que oprimió al pueblo que decía defender y representar. Ese mismo deseo lo compartíamos todos los ciudadanos, asfixiados y exhaustos ante la presencia constante de la amenaza terrorista, una losa muy pesada que España en general y Euskadi de manera muy particular han tenido que arrastrar durante muchos años. Desde hace dos, la banda terrorista anunció el cese de su actividad criminal. Son dos años sin la amenaza directa de ETA. Dos años viviendo una situación nueva y en la que la sociedad vasca se ha liberado de ese túnel gris en el que un grupo de mafiosos y asesinos les había metido. Es asombroso cómo los ciudadanos de Euskadi han pasado página, en el mejor de los sentidos, cómo han pasado a vivir este nuevo tiempo. Sí, es cierto, aún sin que la banda terrorista se haya disuelto ni haya entregado las armas. Es verdad, todavía con muchas heridas que restañar para la convivencia que merece la sociedad vasca. Con retos de futuro, muchos. No sin enfrentamientos políticos y cuestiones muy peliagudas. Pero, lo más importante, es que ya son dos años sin la amenaza directa del terrorismo etarra y parece haber cundido la sensación generalizada de que la banda asesina forma parte de un pasado oscuro e injusto de dolor y muerte que no volverá.

A veces pienso que es increíble cómo hemos recibido esa noticia que tanto deseábamos, el poder quitarnos de encima al fin el peso de la presencia de ETA en nuestras vidas, el temor latente que existía cuando los pistoleros mataban a sangre fría a quien pensaba diferente. Es increíble porque hemos pasado muy rápido por encima de ella, la que probablemente es la mejor noticia en muchos años en nuestro país. Creo que tiene mucho que ver con ello la crisis, que ha devorado una causa legítima y razonable de alegría como es el comienzo del fin de la pesadilla etarra. Hay más causas, también. La desconfianza probablemente es una de ellas, ya que es lógico que la palabra de un grupo de asesinos sea merecedora de recelo antes que de confianza. Pero es verdad que es una noticia de la que, pienso, hemos hablado poco. Y en parte es también por lo mucho que la sociedad española y vasca deseaban dejar atrás este tormento, pasar página, abrir un tiempo nuevo. Es algo perfectamente entendible E incluso, en cierto sentido, positivo. Vivir sin la amenaza de muerte de un grupo de mafiosos. Poder soñar con una sociedad al fin libre y en la que todas las ideas políticas se defienden en democracia, en el ámbito de las instituciones y sin armas de por medio. En la que el miedo no tiene cabida y los ciudadanos se encuentran ante el reto de construir un futuro de convivencia y reconciliación, siempre conservando la memoria de las víctimas. 

Las ganas por dar carpetazo a esta historia de dolor y muerte pueden jugarnos a veces malas pasadas, sí. Porque es imprescindible conservar la memoria de estos años. No con espíritu revanchista ni con ánimo de entorpecer el camino hacia ese futuro en el que hijos de asesinados por ETA y simpatizantes de la izquierda abertzale deberán convivir con normalidad y respeto mutuo. Es imprescindible recordar lo que ha ocurrido porque se lo debemos a los asesinados por la banda criminal y porque quien olvida su historia está condenado a repetirla. Se debe estar totalmente dispuesto al diálogo y a la convivencia, a estrechar lazos en la sociedad vasca y a dejar las diferencias políticas en el ámbito político, sin la violencia y sin la intimidación. Pero eso no puede pasar por el olvido. 

En el País Vasco durante las últimas décadas no ha habido una guerra entre libertadores de un pueblo y un Estado opresor. Lo que ha ocurrido en Euskadi es que una banda de criminales, mafiosos y asesinos ha pretendido imponer sus ideas con la fuerza. Que un grupo de terroristas que decía representar y defender al pueblo vasco ha sido su opresor máximo, su mayor pesadilla, una enorme lacra para el avance de una sociedad moderna como la vasca. ETA ha sido el freno permanente al desarrollo de Euskadi. Ha sido su mayor enemigo. Ha enrarecido la convivencia, hasta el punto de hacerla imposible, de llegar a crear un ambiente irrespirable de desconfianza, odio y desprecio. Ha supuesto una amenaza a los demócratas, cientos de los cuales han pagado su defensa de la libertad con su propia vida. Por eso, es importante mantener la memoria de este tiempo. Es imprescindible. Se lo debemos a las víctimas, sí, pero también nos lo debemos a nosotros mismos como sociedad. No se puede construir un futuro de esperanza en base al olvido de un pasado de ignominia. Hay que recordar lo ocurrido y mantener esa memoria como uno de los pilares del futuro. Un futuro en el que, ya libres de violencia y amenazas terroristas, la sociedad vasca avanzará en libertad. 

En ese futuro, naturalmente, cada postura política podrá ser defendida en las instituciones democráticas. Y en ellas tendrán que estar si así lo desean los ciudadanos vascos, como están en este momento, partidos que provengan de un pasado indigno y vergonzoso, profundamente antidemocrático y espantoso, de silencio y complacencia ante la actividad criminal de ETA. Los demócratas que se han estado jugando la vida todos estos años tendrán que aprender a convivir y saber acoger a estos conversos recién llegados a la democracia que proceden de la izquierda abertzale. Y estos últimos tendrán que asumir su pasado y presentarse ante la sociedad vasca conscientes de lo que hicieron cuando una parte importante de la población vivía con miedo a ser asesinado sencillamente por defender la democracia y el Estado de derecho mientras ellos, en el mejor de los casos, vivían esos atentados con indiferencia. Cuando no decían aquello tan apestoso de "algo habrán hecho" o señalaban a los terroristas a posibles víctimas futuras. Deberán asumir su parte de responsabilidad en el pasado de muerte y dolor que ha vivido Euskadi. Y no es poca esa responsabilidad. 

Pero, lo dicho, la democracia tiene que acoger a todos. Eso ha de ser así. Sencillamente porque no puede ser de otro modo. Sin pistolas ni extorsiones de por medio, cada proyecto político puede y debe ser defendido en libertad. Por tanto, por injusto que nos parezca que quienes estuvieron bajo el paraguas de ETA ahora puedan coger frutos electorales de su actitud cobarde y del final de la actividad terrorista, no queda otra que aceptar la voluntad de la parte de la sociedad que, con su voto, otorga su confianza a estos partidos. Se trata ahora del juego político y democrático. De defender cada cual sus ideas con la única herramienta de la palabra. Y se trata, porque si no el futuro guardará los rencores del pasado, de hacer un último esfuerzo para lograr llegar a un día (sé que aún lejano) en el que, siempre conservando la memoria de esta historia, la convivencia de todos en Euskadi sea una realidad, al margen de actitudes del pasado y de ideologías. Lo decía arriba. Hay retos y habrá momentos delicados. Habrá obstáculos. El pronunciamiento del Tribunal de Estrasburgo sobre la doctrina Parot, por ejemplo, que tendrá lugar en próximas fechas será uno de esos momentos clave, pues puede significar la salida de prisión de muchos terroristas. Y habrá más. Pero hay que trabajar unidos para que este sueño de vida en libertad sin las cadenas de una banda asesina que comenzamos hace dos años se cumpla en toda su extensión. 

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