Francisco sigue asombrando

El papa Francisco no deja de asombrar a propios y extraños. La semana pasada concedió una entrevista a una publicación jesuita en la que habló sobre su vida, la visión sobre el papel de la Iglesia y el papado. Dejó muchos titulares que inundaron los medios de todo el mundo. A mí me gustó particularmente lo que dijo sobre que él ha aprendido mucho del pasado. Me suena maravilloso que alguien de su edad reconozca errores y que ha tomado nota de ellos, que se defina como "un pecador" (estamos hablando del papa) y que, de largo, la mayor severidad de sus palabras vaya destinado a las corrientes ultraconservadoras de la Iglesia católica, aquellas que están tan obsesionadas por cuestiones como el aborto o el matrimonio homosexual. Positivas y esperanzadoras, nuevamente, sus palabras sobre las mujeres. "En los lugares donde se toman las grandes decisiones debe estar el genio de la mujer", afirmó. 

Dio mucho juego un titular, tal vez algo descontextualizado, en el que el papa afirmaba "yo nunca he sido de derechas". Hablaba Francisco en ese momento de la entrevista de la necesidad de dialogar con los colaboradores, de escuchar consejos, de delegar funciones, de escuchar a los demás. Cuenta que en el paso tuvo actitudes autoritarias y es entonces cuando cuenta que no es de derechas. No sé si es tanto una confesión sobre su ideología, perfectamente respetable sea cual sea, en todo caso. "Fue mi forma autoritaria de tomar decisiones la que me creó problemas", asegura. Y ahí viene ese parte de su intervención que me encanta: "todo esto que digo es experiencia de la vida y lo expreso para dar a entender los peligros que existen. Con el tiempo he aprendido muchas cosas". Que una persona de su edad haga este tipo de reflexiones, ocupando el cargo que ocupe, me parece una demostración de humildad y grandeza. Después, el resto de su intervención es un ejemplo de tolerancia, coherencia y sentido común. 

La autocrítica es siempre necesaria y si de algo ha hecho gala Francisco desde que llegó al papado es precisamente de esa capacidad: "el pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios clérigos de despacho". En cuanto a cuestiones en las que a la Iglesia le falta pasar de siglo, como la homosexualidad, el papa Francisco volvió a mostrarse más abierto que sus predecesores. "Una vez una persona, para provocarme, me preguntó su yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta. 'Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?' Hay que tener siempre en cuenta a la persona". Suena muy de sentido común, ¿verdad? Y qué poco se ha escuchado desde esferas de la Iglesia católica. ¿Imaginan lo que pensará de todo ello el adorable obispo de Alcalá, por ejemplo?

Considera el papa que no es preciso hablar sin cesar de cuestiones como la de los gays, los métodos anticonceptivos o el aborto. "Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente", afirma. Y sentencia: "tenemos, por tanto, que encontrar un equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio". ¡Todo esto lo dice el papa! Algunos sectores de la Iglesia deben de estar todavía con pesadillas nocturnas, pero cuánto necesitaba la Iglesia católica alguien que le diera este impulso de apertura y cierta modernidad, de acercamiento a la gente, de apuesta por la labor social de la Iglesia, siempre desde la comprensión y el respeto al diferente. 

Sobre el papel de la mujer, el papa Francisco habla también claro. "Las mujeres están formulando cuestiones profundas que debemos afrontar. La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que esta desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia. María, una mujer, es más importante que los obispos. Digo esto porque no hay que confundir la función con la dignidad. Es preciso, por tanto, profundizar más en la figura de la mujer en la Iglesia. Hay que trabajar más hasta elaborar una teología profunda de la mujer". 

Por último, el papa habla de sus gustos culturales. Autores como Dostoyevski y Hölderlin, la pintura de Caravaggio, la música de Mozart o el cine de Fellini (La Strada). "En general puedo decir que gustan los artistas trágicos, especialmente los más clásicos. Hay una bella definición que Cervantes pone en boca del bachiller Carrasco haciendo el elogio de la historia de don Quijote: 'Los niños la traen en las manos, los jóvenes la leen, los adultos la entienden, los viejos la elogian'. Esta puede ser para mí una buena definición de lo que son los clásicos". Cuenta también el papa cómo fue su experiencia dando clase de escritura creativa. Una anécdota deliciosa: "Quería encontrar la manera de que mis alumnos estudiasen El Cid. Pero a los chicos no les apetecía. Me pedían leer a García Lorca. Entonces decidía que estudiaran El Cid en casa y que en clase yo hablaría de los autores que les gustaban más. Naturalmente los chicos querían leer obras literarias más 'picantes' contemporáneas, como La casada infiel o clásicas, como La Celestina de Fernando de Rojas. Pero leyendo estas cosas que les resultaban entonces más atractivas, le cogían gusto a la literatura y a la poesía en general, y pasaban a otros autores. Y a mí me resultó una gran experiencia. Pude acabar el programa, aunque de forma no estructurada, es decir, no según el orden previsto, sino siguiendo el que iba surgiendo con naturalidad a partir de la lectura de los autores". Después, Bergoglio envío a Borges dos escritos de sus alumnos. "A Borges le gustaron muchísimo y me propuso redactar la introducción de una recopilación". 

¿Será Francisco la persona que meta a la Iglesia en el siglo XXI? Ilusiona, desde luego, su discurso sencillo, humilde y tolerante. Veremos hasta dónde puede llegar. 

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