Escepticismo obligado sobre Siria

El dictador sirio acepta el acuerdo entre Estados Unidos y Rusia sobre la entrega de su armamento químico, según ha contado Al Assad en una entrevista con Fox News. Ninguna sorpresa, puesto que al fin y al cabo el tirano sirio estuvo presente en esas negociaciones, representado por sus cómplices y aliados rusos. Ese acuerdo sirve para salvar la cara a Estados Unidos, cuya opinión pública y clase política era muy contraria a una intervención militar en Siria, para reforzar enormemente el peso internacional de Rusia, para dar un balón de oxígeno y legitimidad que no creo que merezca a Al Assad y para ningunear y menospreciar a la oposición siria. 

Vayamos por partes. Es bueno que se den acuerdos, que la vía diplomática pueda seguir dando frutos. Es bueno para el mundo y para Siria que el régimen de Damasco entregue sus armas químicas. Si este pacto llega a buen puerto, sin duda, será un buen pacto para todos. Ahora bien, persisten muchos elementos para ser escépticos sobre el acuerdo y sobre la verdadera voluntad de Al Assad. En primer lugar, la guerra sigue. En este acuerdo no se le deja de lanzar al tirano sirio el mismo mensaje de siempre: puedes seguir masacrando a tu pueblo todo lo que te venga en gana, pero hazlo con armamento convencional, no con armas químicas. Se le viene a decir que a la comunidad internacional no le importa lo más mínimo que Siria se desangre en una guerra que ha dejado ya 100.000 muertos y que cada día se cobra nuevas víctimas mortales, nuevos heridos, nuevos desplazados. Hay, pues, dos aspectos en este asunto. El uso de armas químicas, algo terrible contra lo que sin duda se debe combatir, y la guerra en Siria, algo que la mayoría de los líderes mundiales parece seguir dejando a lado. 

Lo que preocupaba a la Administración Obama no era tanto que civiles sirios hayan sido gaseados por el régimen o que el país esté sumido en una guerra espantosa. Por cómo ha actuado Estados Unidos en todo este lío, parece claro que lo que de verdad importaba a Obama era que el uso de armas químicas no quedara sin castigo, sencillamente por no lanzar un mensaje de permisividad a regímenes totalitarios como Corea del Norte o Irán. La opinión pública estadounidense, parte de su clase política e incluso algunos de sus más tradicionales aliados se mostraron contrarios a una intervención militar en Siria, en gran medida, por el recuerdo de la invasión a Irak. Por eso, Estados Unidos buscó una salida de emergencia. La halló, no sabemos muy bien si de manera tan casual y espontánea como se nos hace creer, John Kerry, secretario de Estado, en una rueda de prensa cuando se le preguntó sobre si había algo que el régimen sirio pudiera hacer para evitar la intervención estadounidense. Sí, contestó Kerry, que Al Assad entregue su armamento químico. Rápido rectifico y dijo que sabía que eso era imposible, pero es a lo que se agarró Rusia para intentar pactar. De ahí salió el acuerdo que determina que el régimen de Damasco, que por cierto, hasta ahora había negado públicamente tener armas químicas, debe entregar su armamento químico a la comunidad internacional para que este sea destruido en el plazo de un año. En este acuerdo entre estadounidenses y rusos también se incluye la creación de una nueva mesa de negociación, Ginebra II, para intentar encontrar una vía diplomática que ponga fin a la guerra siria.

El escepticismo al que aludo en el titular me viene por varias razones. Una ya mencionada, la guerra continúa. Cada día se siguen registrando muertes en Siria por este terrible conflicto en el que el régimen comete atrocidades frente a los rebeldes y en el que también el otro bando se radicaliza cada vez más, con grupos próximos a Al Qaeda infiltrados y con la parte de moderados con menos peso cada día, hundidas sus posibilidades de liderar una oposición democrática en Siria por tanta violencia, por tan poca determinación de la comunidad internacional y por las divisiones internas. La guerra siria continúa. ¿Cómo apreciar voluntad real de acabar con el conflicto en quien no para de bombardear a su pueblo? 

Además, no deberíamos olvidar que el régimen de Damasco también aceptó otros acuerdos internacionales, como aquel alto el fuego que firmó Al Assad con Kofi Annan y que jamás cumplió ni tuvo la más mínima voluntad de hacerlo. Cada vez que el régimen sirio ha recibido a enviados internacionales y se ha mostrado en público partidario de cumplir acuerdos o tratados de paz, siempre los ha incumplido de manera flagrante. ¿Por qué iba a ser distinto ahora? ¿Por qué no pensar que este acuerdo, que da ni más ni menos que un plazo de un año para la entrega del armamento químico, será utilizado por el alocado régimen de Al Assad como una manera de ganar tiempo sin más? De este pacto, se mire como se mire, sale reforzado el dictador sirio, mientras que la oposición queda abocada a una radicalización todavía mayor, puesto que aquellos representantes moderados del bando rebelde han sido totalmente ninguneados. 

El acuerdo es insuficiente, en todo caso, porque aun siendo importante la eliminación del arsenal químico de Damasco, todavía quedan muchos otros elementos alarmantes, como la guerra que sigue desangrando el país con armas convencionales. Surgen dudas también sobre el cumplimiento de este acuerdo. ¿Cómo saber que el régimen de Al Assad estará entregando todo su arsenal? ¿Acaso nadie sospecha que no haya evacuado ya parte de ese armamento a países vecinos que apoyan al régimen? ¿Quién se encargará de comprobar que el régimen cumple su palabra? Y, lo que casi más importante, ¿se castigará al régimen de Al Assad si no cumple lo pactado? ¿O el mundo volverá a mostrarse titubeante y volverá a ceder? Me parece bastante cándido creer que este acuerdo resolverá algo en Siria. El diálogo debe ser siempre la primera opción, sin duda. Y es buena noticia que se den este tipo de acuerdos, máxime cuando parecían tan imposibles de lograr hace sólo unos días. Pero no acojamos con excesiva satisfacción ni complacencia este pacto, pues significaría que no sabemos muy bien de quién estamos hablando ni conoceríamos la extrema complejidad del conflicto que nos ocupa. 

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