El sueño de una noche de verano

Qué bonita está Madrid cuando sueña. Es preciosa en toda circunstancia, por supuesto, porque la belleza es de esas pocas cosas que no se pueden esconder. Pero cuando esta ciudad acoge una ilusión, está que se rompe. Ayer vivimos el sueño de una noche de verano que se diluyó una vez más, y van tres, como el agua fina que caía sobre las cabezas de quienes esperábamos vivir una noche mágica en la puerta de Alcalá

Como en las grandes ocasiones (culturales, reivindicativas, deportivas, de celebración...), la tarde comenzó subiendo por un paseo del Prado sin coches, abierto a los peatones. Neptuno parecía dar ánimos a los madrileños que se dirigían a luchar por un sueño olímpico. Al paso por el Museo del Prado, Velázquez dibujaba con su pincel sonrisas de ilusión y de esperanza en la cara de los que se dirigían hacia la gran fiesta. Cibeles, señorial como siempre, parecía querer girarse para ver qué ocurría a sus espaldas. Era su ciudad, que estaba soñando. La puerta de Alcalá, testigo de la historia de Madrid, vivía una tarde mágica que no pudo finalmente concretarse en una explosión de alegría colectiva. 

Las actuaciones musicales y la presencia de grandes deportistas en el escenario de este lugar emblemático de la capital española amenizaron la espera. El primer gran momento álgido de la noche, cuando los aplausos dispararon los decibelios, fue cuando Vicente del Bosque, seleccionador nacional de fútbol, subía al escenario para mostrar su apoyo a Madrid 2020. Antes y después, varios deportistas como Gemma Mengual, algunas componentes del equipo de waterpolo femenino (las guerreras) o Kiko Narváez, entre otros muchos, y artistas como Nena Daconte, Pastora Soler o Carlos Baute, acompañaron a la multitud de madrileños que esperábamos en la puerta de Alcalá como quien aguarda una buena noticia largamente esperada y trabajada, totalmente merecida, pero que está en manos de un grupo reducido de personas cuyos criterios y motivaciones son inescrutables. 

Una sesión de música electrónica terminó de animar al público. Lo levantó por completo. Aquello era una fiesta. Madrid se convirtió en una gran sala de baile al aire libre. La gente saltaba, reía, disfrutaba. En fin, daba una nueva muestra de cómo sabemos disfrutar de la vida. Empezaron a caer unas gotas de agua cuando se acercaba la primera votación, pero nadie quiso ni siquiera mencionar la metáfora del cielo de la capital incapaz de contener las lágrimas a modo de premonición de lo que estaba por venir. Seguimos bailando. Mayores y niños. Estos últimos con sonrisas inocentes, inequívocas, grandiosas. De ellos es el futuro, a ellos hubieran pertenecido estos Juegos de 2020. Era inevitable pensar, mirando sus caras de alegría y expectación, en esa maravillosa inocencia infantil, que al final la vida torna en amargura, desapego, malos rollos, complicaciones... "La infancia tiene sus propias maneras de ser, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestra"s, escribió Rousseau. Quién sabe, tal vez ellos logren construir un país menos cainita. Eso lo pensé después, leyendo reacciones de contrarios a los Juegos de Madrid 2020 festejando con gran satisfacción la suerte corrida por nuestra candidatura. 

Pero volvamos a Alcalá, al espíritu positivo. Porque no voy a entrar en amarguras o batallas políticas y partidistas de vuelo bajo. Empezó a llover, decía, pero nadie quiso tomarlo como un mal augurio. Las pantallas gigantes ofrecieron la señal de Buenos Aires, donde el presidente del COI explicó durante largos minutos la dinámica de la votación. Se sorteó un número para cada ciudad (a Madrid le correspondió el 4), que deberían pulsar los miembros del COI en sus aparatos de voto según su opción elegida. Cada vez que se nombraba a Madrid, aunque fuera para temas protocolarios como este, toda la gente aplaudía y gritaba, como ensayando para el anuncio de nuestra ciudad como organizadora de los Juegos que deseábamos para un rato después, como calentando las cuerdas vocales para estar a la altura con nuestro grito de la inmensa alegría que nos hubiera dado esa noticia. 

Votaron los miembros del COI y se anunció que había un empate entre Madrid y Estambul. Lío y desconcierto en la plaza, pues mucha gente aplaudió al interpretar que era un empate por organizar los Juegos, y no entre las dos ciudades menos votadas, como en realidad ocurría. Nuestra ciudad y Estambul tenían que jugarse en una nueva votación quién se quedaba fuera. "No es una buena noticia", balbucía yo a las personas que estaban a mi alrededor, festejando confusas ese empate que anunció el señor Rogge. Luego uno se dejó llevar, las cosas como son. ¿Acaso no sera más bonito que ese empate fuera por todo lo alto, en lugar de entre las dos menos votadas? Fueron apenas unos minutos de confusión, pero se disfrutaron pensando que estábamos más cerca. La realidad, sin embargo, llegó para golpearnos muy pronto. Estambul pasaba a la final y Madrid quedaba apeada del proceso, anunció Rogge. Silencio y tristeza por este gran mazazo que dieron paso a la gran evasión. 

Casi movidos por un impulso instintivo, comenzamos a abandonar, cabizbajos y decepcionados, ese escenario grandioso que lucía con los colores olímpicos, pero que ayer no acogería la fiesta de una Madrid alegre organizadora de los Juegos de 2020. Reacciones muy castizas, también, lo cual tuvo su punto agradable. Mi primera reacción, totalmente en caliente y tal vez improcedente, fue que Madrid merecía unos Juegos, pero los Juegos no se merecían a Madrid. Las había más altisonantes. Fue un chasco, pero así es la vida. Unas veces se pierde y otras se gana. Ayer nos tomó volver a digerir una derrota, la tercera. Barcelona fue elegida a la cuarta, no lo olvidemos. En todo caso, es pronto para hablar del futuro de este sueño olímpico que ayer hizo a vibrar a muchas personas en el centro dela capital. Tiempo al tiempo. Fue todo un placer soñar contigo, Madrid. 

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