Un papa distinto

He de reconocer que me siento bastante fascinado por el discurso y las formas del papa Francisco. Ya he escrito sobre sus mensajes y sus gestos en anteriores ocasiones en este blog, la última, para elogiar su visita a la isla italiana de Lampedusa, donde cada año llegan miles de inmigrantes en busca de una vida mejor en Europa. Muchos, no logran alcanzar su destino y mueren en el mar. Allí, Francisco lanzó un mensaje comprometido y crítico. Censuró "la globalización de la indiferencia", tiró de las orejas a los responsables políticos que permiten estas terribles situaciones y llamó a todos los ciudadanos a compartir el dolor por los inmigrantes, a ayudarlos, a sentir su sufrimiento y a reflexionar sobre las excesivas diferencias existentes en nuestro mundo.

Estos días, el papa Francisco ha presidido la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Río de Janeiro. Los brasileños y otros feligreses venidos de distintas partes del mundo han acogido calurosamente al pontífice, quien ha vuelta a lanzar mensajes rompedores. Francisco puede ser lo mejor que le ha ocurrido a la Iglesia católica en muchos años. En varias décadas. Ojalá le dejen llevar a cabo sus planes, ojalá pueda actuar con libertad al frente de la jerarquía católica y logre remover todo aquello que funciona mal en El Vaticano. Francisco busca llevar la labor de los religiosos al mensaje más puro, y por tanto alejarlo lo máximo posible del lujo, el boato y la intransigencia que practican y pregonan las élites eclesiásticas. 

Tardó pocas horas el papa en tener un gesto con los jóvenes indignados que protestan en las calles brasileñas para pedir un mejor nivel de vida, un abaratamiento de los transportes y los alimentos. Francisco lanzó mensajes incendiarios, en el mejor sentido de la palabra, para todo el mundo. En especial, para los poderes políticos. Mostró total comprensión hacia los jóvenes que desconfían de la política y le dan la espalda ante los casos de corrupción. Llamó a los jóvenes a protestar en las calles, a "armar lío", porque es lo que les corresponde. Entre la protesta violenta y la indiferencia, aseguró, hay un término medio que es el diálogo. Espetó a los líderes políticos que logren devolver a su profesión la dignidad perdida. 

Autocrítica, y mucha, también en sus discursos. El papa afirmó entender a quienes se han alejado de la Iglesia por la "incoherencia" de los cristianos. Afeó a los jerarcas eclesiásticos su actitud, "qué feo es un obispo triste", les lanzó. Hay que estar en las favelas, salir a la calle con los más necesitados, lejos de las comodidades de los palacios episcopales. Ustedes, les dijo a los jóvenes, quieren ser católicos de verdad, no los de fachada, no los que aparentan pero luego no llevan a la práctica su profesión. Como ya había reclamado en anteriores ocasiones, se mostró partidario de buscar el entendimiento entre todas las religiones y para ello defendió "la laicidad del Estado". Sí, un papa defendiendo el Estado laico. Un papa que no impone su religión como la única verdadera ni se muestra pesaroso con quienes han abandonado la fe o simplemente son ateos. Al revés, comprensión hacia ellos, llamamientos al entendimiento y el diálogo y autocrítica. 

También tuvo el papa Francisco un recuerdo para las mujeres. Defendió con claridad que su papel debe ser más importante en la Iglesia. Ojalá esto se concrete en medidas que él como máxima autoridad de la Iglesia católica puede promover. Visitó a familias pobres en favelas, clamó contra el tráfico de drogas, se reunió con reclusos en la cárcel. En su ánimo por mostrarse cercano y sin barreras de ningún tipo con los ciudadanos, puso en más de un aprieto a su seguridad cuando se acercó tanto y con tan poca protección a los fieles. Incluso le dio un trago a un mate que le pasaron desde el público.

El papa Francisco puso el broche de oro a su esperanzador viaje a Río de Janeiro en la rueda de prensa que dio a bordo del avión que le trasladaba de vuelta a Roma. Respondió a 21 preguntas de los periodistas que cubrieron la JMJ. Sin cuestiones pactadas, sin rechazar ninguna pregunta, sin líneas rojas. Con cercanía y respondiendo sobre todos los asuntos por lo que fue cuestionado, incluidos algunos ciertamente polémicos. Habló del Banco Vaticano, del Vatileaks, de su relación con Benedicto XVI, del papel de la mujer en la Iglesia. El gran titular del día lo dio cuando fue preguntado por los gays. "¿Quién soy yo para juzgar a una persona gay si tiene buena voluntad?" Es alentador escuchar esas palabras por boca de un papa, además en una explicación magnífica en la que llamaba a distinguir el hecho de ser gay de formar un lobby (el famoso lobby gay de El Vaticano, que como bien dijo el papa, lo que tendrá de malo no es que sea gay, sino que sea un lobby de presión o que oculte delitos o irregularidades).

¿Por qué no habló del aborto o del matrimonio homosexual en sus homilías?, le preguntaron en esa rueda de prensa a bordo del avión. Porque se conoce la doctrina de la Iglesia en ese sentido y porque prefería hablar de cuestiones positivas. Es decir, el papa Francisco, de manera radicalmente distinta a sus antecesores, prefiere centrarse en cuestiones de acción antes que en dogmas. Un papa que pone el acento en la denuncia de la pobreza y las desigualdades antes que en las doctrinas de la Iglesia, que hace autocrítica en lugar de censurar al mundo que le rodea porque es malvado y ataca la pureza de las ideas de su fe, que se muestra comprensivo con ateos y creyentes de otras religiones hasta el punto de defender la laicidad del Estado. Algunos más papistas que el papa tendrán que hacer contorsionismos para adecuar su caduco y rancio mensaje al esperanzador y rompedor discurso del papa Francisco, quien parece decidido a meter a la Iglesia católica en el siglo XXI. 

Ya no hablamos sólo de gestos muy esperanzadores. El viaje a Brasil ha supuesto un salto cualitativo, un punto de inflexión en el papado de Francisco. Dice lo que piensa con claridad, para que todo el mundo lo entienda. Y lo que piensa es rompedor. Suena a algo distinto. Sus discursos, a diferencia de los de sus antecesores, no hacen sentir mal a ciudadanos que no cumplan alguno de los requisitos férreos de la fe católica, sino que suponen una evidente incomodidad para las élites eclesiásticas más rancias y ultraconservadoras. No hay duda que a un sector importante de la Iglesia el discurso del papa Francisco le debe de chirriar bastante. Todo lo contrario que a un gran número de personas que en muchos casos se han alejado de la Iglesia, que en otros tantos no tienen intención de regresar a ella, pero a quienes estas actitudes y estos mensajes del pontífice les agradan por ser rompedoras, distintas, más tolerantes y modernas. El papa Francisco ha entendido el mundo en el que vive y busca llevar a la Iglesia a sus orígenes, es decir, al lado de los más pobres y huyendo de presentarse como el representante de una verdad única y absoluta. Es decir, Francisco va camino de cambiar el proceder habitual de la jerarquía de la Iglesia católica en las últimas décadas. Imposible no mostrar esperanza y sincero entusiasmo por este nuevo papa

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