La investigación del accidente de Santiago

No se va la congoja y la conmoción por el terrible accidente ferroviario que se llevó la vida de 78 personas el pasado miércoles cerca de Santiago de Compostela y ha dejado dañadas a otras muchas, entre las cuales hay heridos de consideración. Esperemos que se puedan recuperar y esta pesadilla quede atrás para ellos. Las vidas rotas de los fallecidos en el accidente, los traumas físicos y sobretodo psíquicos de os supervivientes y quienes ayudaron en las labores de rescate y esa sensación de profunda tristeza y de incomprensión ante lo ocurrido son las cicatrices que dejará este trágico suceso en todo el país, que hoy sigue de luto tras decretarse tres días de duelo oficial en toda España y siete en la comunidad gallega, que vivió su Día de Santiago más triste de la historia, como declaró Mariano Rajoy.

Atender a las familias y a los heridos debe ser la prioridad ahora y en los próximos días, por supuesto. Acompañarlas en el dolor e intentar ayudar en todo lo que sea necesario. La tragedia, como dijimos el jueves, deja también la mejor cara de las personas. La solidaridad de tantas y tantas personas que dieron una lección ayudando a los afectados en el siniestro. Los bomberos que estaban de huelga y la desconvocaron automáticamente para ayudar. Los servicios de emergencia que acudieron al lugar del accidente con premura y socorrieron sin descanso a todos los afectados. Bomberos, policía, guardia civil, Samur, voluntarios de la Cruz Roja, vecinos que bajaron con mantas y agua, ciudadanos que colapsaron los hospitales para donar sangre. 

La mejor cara del ser humano. Conmovedor y esperanzador. Cuando se necesita, cuando de verdad importante, la gente responde. Siempre responde. Y asombra y maravilla su entrega solidaria a quien está sufriendo. Será lo normal, lo que todo el mundo haría, como dicen esos héroes anónimos que tanto hicieron en el socorro a las víctimas de la tragedia, pero es algo extraordinario que nos reconcilia con la humanidad. Al final, la solidaridad sale de manera intuitiva, instantánea, sin pensarlo dos veces. Eso conmueve y alivia algo el dolor por el drama vivido.

Las terribles historias de los muertos en el accidente de tren desgarran por su tremenda dureza. Personas de todas las edades que perdieron su vida en esas vías, entre ese amasijo de hierros en el que se convirtió el Alvia que nunca llegó a su destino. Maletas que no podrán deshacer ya sus propietarios. Familias rotas por este hachazo inesperado y brutal de al muerte. Personas que en muchos casos iban de fiesta, a las celebración por el patrón de Galicia. Es tan tremendo lo ocurrido que francamente cuesta imaginar por lo que estarán pasando los familiares de las víctimas. 

Junto a esas terribles historias de las vidas rotas, hay otras de esperanza y supervivencia. Viajeros del tren que tuvieron más suerte y podrán contarlo. Ellos tendrán que afrontar ahora el terrible trauma de lo vivido. Leí una impresionante historia ayer de una herida ingresada en el hospital que decía que no quería dormir, porque tenía miedo a revivir en sueños lo ocurrido. Un camino largo el que les queda a los supervivientes para poder volver a su vida normal. 

El drama causado por este accidente está en el primer plano,naturalmente, pero precisamente por ello, por las desastrosas consecuencias del siniestro, la investigación judicial para esclarecer las posibles responsabilidades de lo ocurrido cobra una enorme importancia. Necesitamos que se sepa la verdad, conocer qué falló en esa fatídica curva. Parece contrastado que el tren tomó la curva a 190 kilómetros por hora, según contó el propio maquinista, cuando la velocidad indicada es de 80. El sistema de seguridad instalado en ese tramo es el ASFA, que avisa al conductor del exceso de velocidad, pero sólo detiene el tren si va por encima de los 200 kilómetros por hora. En ese sentido, es menos seguro que el ERMTS, el habitual en toda la línea del AVE. 

Francisco José Garzón, el maquinista del tren, se negó ayer a declarar ante la policía, por lo que prestará testimonio ante el juez. El conductor del Alvia resultó herido en el accidente. Según sus conversaciones posteriores al siniestro, que han sido publicadas, el maquinista confirmó que iba a 190 kilómetros, cuando tenía que ir a 80. Afirmó que esperaba que no hubiera víctimas mortales, porque pesarían sobre su conciencia. Según parece, los abogados aconsejaron al conductor no declarar ante la política y testificar sólo ante el juez. Todo señala a un error humano. La policía acusa a Garzón de un delito de imprudencia. Lo más importante será revisar el tacógrado, la caja negra del Alvia, que todavía no ha sido inspeccionado por el juez. Esclarecer lo ocurrido es una labor que corresponde a la justicia. Sin especulaciones, ni morbo ni precipitaciones. Dejando actuar a los que tienen la responsabilidad para hacerlo,  aclarando todo lo que pudo haber fallado, si algo más falló al margen del posible error humano, y tomando las medidas posibles para que esto no vuelva a ocurrir. 

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