Yo confieso

"La capacidad de fascinar al lector, de admirarlo por la inteligencia que contiene o por la belleza que genera" (p. 635). Esas son las cualidades que un libro debe tener para gozar del privilegio de la relectura, según las palabras que Jaume Cabré pone en la boca de Isaiah Berlin en su excepcional novela Yo confieso. Bien, pues estas dos virtudes, además de otras muchas, las tiene el libro de este escritor catalán que fue reconocido como el mejor de 2011 por la revista literaria El Cultural. Fue una reseña sobre esta obra en la citada publicación la que me hizo interesarme por el libro. Nunca se lo agradeceré bastante.

Yo confieso es una novela prodigiosa, de las que encierran todas las razones por las que este género literario sigue siendo cautivador, necesario, único. Es de las novelas que justifica por sí sola la pasión desbordada por la lectura, de las que atrapan como nada lo hace. De esas que, por muchas horas que hayas estado leyendo durante el día, te cuesta no retomar a la noche, cuando ves el libro reposando sobre la mesa del salón, invitándote en silencio a seguir disfrutando con una historia sensacional y una narración impecable. 

El libro está narrado en primera persona y cuenta la vida de Adrià Ardevol desde su infancia, marcada por la exigencia de unos padres que quieren convertirlo en un erudito políglota y un virtuoso del piano, hasta el final de sus días. Entre medias, multitud de temas. La culpa y el remordimiento. El mal. La búsqueda de redención. La cultura, la historia del pensamiento. La fascinación que despiertan las antigüedades. La amistad, porque el personaje de Bernat acompaña al protagonista durante todos los años de su vida desde que se conocen de niños, compartiendo penas y alegrías, frustraciones y éxitos profesionales. Y, por supuesto, el amor, esa veneración incomparable que Adrià profesa hacia su amada Sara y la tortuosa relación que mantienen, con el pasado jugando un papel relevante.  El libro, que recrea el género epistolar y es una carta que el protagonista escribe cuando ve cerca el fin de su existencia, es toda ella una descomunal carta de amor. 

Se trata de una novela grandiosa en el más estricto sentido de la palabra. Por sus innumerables virtudes, además de por su extensión (más de 800 páginas), que no debería echar para atrás a nadie, porque no saben lo que se estarían perdiendo si el volumen de la obra les provoca cierto reparo. Sólo les diré que cuando uno termina de leerla siente una cierta sensación de vacío que muy difícilmente podrá llenar otro libro (de momento, yo he cogido una obra de no ficción, porque sé que cualquier novela sería injustamente tratada por mí después de haber tenido en mis manos este sublime libro de Jaume Cabré). Para nada se hace largo o pesado, qué va. Las hojas pasan solas, con la fascinación en la mente del lector. Es de esos libros que te transforman. "¿Qué convierte una novela normal en un libro necesario?", le preguntaron al autor en una entrevista precisamente en El Cultural, cuando sus críticos le concedieron el título de novela del año 2011. "Creo que la sensación que queda en el lector de que un libro es fundamental en su vida". En efecto, Yo confieso es uno de esos libros necesarios, porque jamás lo olvidaré y lo guardo ya como un tesoro por todo lo que he disfrutado y reflexionado leyendo esta historia. 

Hay un objeto central en el libro: un violín storioni. El autor sigue la senda de este instrumento desde la recogida de la madera con la que se elaboró, pasando por sus distintos dueños. Así, recorre distintas épocas y lugares históricos, desde el siglo XIV hasta bien entrado el siglo XX, con la II Guerra Mundial y el horror nazi como uno de esos escenarios. El recorrido del violín sirve para ilustrar, por ejemplo, el alocado siglo XX. La gran cantidad de personajes e historias que aparecen en el novela es tal que el libro incluye un índice de personajes al final. Esta complejidad tampoco debe hacer recelar a nadie. En absoluto. Al revés, una de las grandes virtudes de la novela es que todas las piezas encajan a la perfección. La obra te invita a la reflexión, a volar la imaginación, a soñar, a pensar, y cautiva, entre otros motivos, por la maestría con la que el autor va dando sentido a la obra, por cómo va cuadrando cada tiempo literario, cada personaje y cada historia, con el storioni como eje común. Ir descubriendo esa historia que no cuentan, pero transmiten al tacto, los objetos antiguos, en este caso el valioso instrumento musical, es una gozada, una invitación del escritor al lector para que disfrute con literatura de primer nivel. 

Podría alargar esta reseña mucho más. Incluso podría contar, no estaría más, algo más a fondo de qué va la obra. Una autobiografía desordenada en género epistolar que escribe Adrià, cuyo padre era dueño de una tienda de antigüedades y del que descubrirá secretos del pasado. Podría hablar de cómo el sentimiento de culpa acompaña al protagonista desde su infancia. De cuál es su relación con sus padres y de cómo éstos le marcan mucho tiempo después de morir. Del enorme peso que tiene la memoria en la vida de todos los protagonistas. De las muchas reflexiones a las que invita la obra. Pero lo mejor es leerla. Disfrutar con esta inmensa novela. Ahora que llega el verano y tendremos más tiempo para dedicarlo a la lectura. Esta deliciosa novela transforma al lector y le atrapa. Es toda una experiencia. No eres el mismo después de haberla leído. Lo que provoca la buena literatura, en fin. 

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