Nadal, un genio irrepetible

Todos los periódicos españoles, deportivos y generalistas, llevan hoy a su portada el octavo Roland Garros de Rafa Nadal. Una leyenda viva del deporte español, el emperador de la tierra batida. Nadie antes había ganado ocho veces un Grand Slam. Él bate este récord y consigue algo mucho más difícil: aumentar aún más la admiración que despierta en todos nosotros. Aficionados al tenis o no, seguidores o no del deporte, de aquí o de allá. Da igual, no conozco a nadie que no hable con profunda admiración de Rafa Nadal. Es ejemplo de profesionalidad, de entrega, de humildad. Es el mejor en lo suyo y además no alardea de ello. Es educado y comprometido. De algún modo, representa a esa juventud española sin complejos, preparada y con capacidad sobrada para plantar cara en el mundo. De alguna forma Nadal es la imagen más alegre y optimista de este país. Comparte junto a otras personas admirables en su profesión (y en profesiones mucho más importantes que la suya para el bienestar de los seres humanos) esa estatus de ejemplaridad, ese aura de respeto que sólo generan los más grandes. 

Cuántas tardes de alegría nos ha dado Rafa Nadal. Qué inmensa es la deuda emotiva que tenemos con él. El deporte no es algo trascendental. Nadie vive o muere por el resultado de un partido. Pero eso no significa que no tenga importancia a muchos niveles. Como ejemplo de superación, como forma de vida sana, como actitud ante los obstáculos que nos presente este mundo duro que nos rodea. También como entretenimiento, por supuesto. Pocos espectáculos hay tan fascinantes y atractivos como un gran partido de tenis (y la presencia de Nadal lo garantiza siempre). En un momento en el que pasamos por apreturas económicas, en el que escasean las alegrías colectivas, es muy de agradecer que los grandes deportistas como Nadal y Ferrer, de quien no quiero ni puedo olvidarme, nos regalen algo tan sencillo, pero muy necesario, como pasar un buen rato, sin más, disfrutando del deporte.

La grandiosidad de la carrera deportiva de Nadal se muestra en la interminable lista de títulos conquistados. Es brutal, contundente. Con 27 años, aún puede agrandar su palmarés. De algo podemos estar seguros, lo intentará y plantará cara a cualquier adversidad que se le ponga por delante. Recordemos que esta temporada el tenista español regresó a la competición tras meses recuperándose de una seria lesión de rodilla. En lo deportivo, el tenista arrasa, pero donde todavía destaca más, donde nos gana definitivamente es en su dimensión humana. Todos llamamos a Nadal cariñosamente Rafa, porque lo tenemos casi como a un miembro más de la familia que muchos domingos nos visita a través del televisor para darnos una alegría tras otra. El grito de ánimo "vamos, Rafa" nos sale sólo en cuanto le vemos batirse el cobre en una pista de tenis. 

Ver a alguien que da una bola por perdida. Que lucha cada punto. Que siempre que cae, se levanta. Que muy rara vez sale mentalmente del partido. Su fortaleza física es arrolladora, pero sería insuficiente si no estuviera acompañada de su ejemplar fortaleza mental. Sólo con una perfecta combinación de ambas se pueden superar con éxito los exigentes campeonatos de tenis en los que se acumulan los esfuerzos. El viernes estuvo cerca de cinco horas en un duelo de poder a poder con Novak Djokovic, actual número 1 del mundo. Y ayer tenía que volver a darlo todo frente a un rival de entidad, un dignísimo David Ferrer. Ojalá el alicantino coseche en futuras citas una victoria en un Grand Slam. Se lo merece. 

Nadal monopoliza todas las portadas hoy, como digo. Una forma dulce y entrañable de comenzar la semana. Los casos de corrupción, las malas noticias económicas o los disparates de nuestros políticos quedan en un segundo plano, lo cual es otra de las grandes aportaciones a nuestra salud mental y a nuestro bienestar que hace el tenista mallorquín. Rafa Nadal es un excepcional deportista, para mí el mejor deportista español de todos los tiempos. Pero su figura trasciende lo deportivo para despertar admiración por su actitud ante la adversidad. Todo un ejemplo a seguir. Nunca nos cansaremos de elogiarle y será un placer que se sigan agotando los adjetivos para definirlo, que cada vez sea más difícil encontrar un titular para resumir sus hazañas que no haya sido utilizado ya. ¡Gracias, Rafa!

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