El pacto

El presidente del gobierno y el líder de la oposición han llegado a un acuerdo, el primero de la legislatura, para  consensuar la postura de España en el próximo Consejo Europeo que se presenta, como adivinarán, decisivo. PP y PSOE quieren unir al acuerdo a otras formaciones políticas de la Cámara. Parece que CiU, PNV y UPyD se muestran, a priori, partidarios de entrar en el pacto. Por su parte, IU y el Grupo Mixto se han desmarcado porque critican que los dos grandes partidos acuerdan un texto y luego sólo buscan la adhesión del resto sin contar con nadie más. "Es el pacto del bipartidismo impuesto por los hombres de negro", aseguró ayer el diputado de Izquierda Unida José Luis Centella.

El acuerdo lo cerraron ayer al mediodía Rajoy y Rubalcaba en una llamada telefónica, porque lo que las formas mejorables que les echan en cara el resto de grupos parlamentarios no parecen, en efecto, las mejores. En él se incluye proponer a la UE que se ponga en marcha cuanto antes el plan de ayuda al empleo juvenil, medidas de estímulo para la economía real como la creación de una línea de crédito para pymes del Banco Europeo de Inversiones (BEI) o medidas de crecimiento financiadas con presupuesto comunitario. El acuerdo se votará como proposición no de ley en el pleno del próximo 25 de junio. Está por ver si los dos grandes partidos logran sumar al pacto a otras formaciones.

El acuerdo está mitificado, dicen algunos. Y nos les falta razón. ¿Un acuerdo es bueno de por sí? Pues no necesariamente. Si se pacta una soberana estupidez, por mucho consenso que se alcance, no se sacará nada bueno de ahí. No es el caso. En primer lugar, se agradece que haya un cierto clima de entendimiento, por mucho que podamos pensar que es impostado por los dos grandes partidos, por muchas pegas que se puedan poner a sus formas. Se agradece en un panorama político en el que estamos acostumbrados a ver a líderes de un partido enfrentarse en estériles batallas dialécticas a líderes de otra formación. Al menos que se dé la impresión de que están trabajando juntos para salir de la crisis, de que tiene disposición para sentarse a dialogar y para alcanzar acuerdos, aunque sean poco trascendentes, aunque en el fondo no supongan un cambio radical, es algo que celebramos. En segundo lugar, el contenido de este acuerdo es positivo para España.

La escenificación del clima de cordialidad llegó ayer en el Congreso, donde Rubalcaba y Rajoy tuvieron un debate de guante blanco. Sin acusaciones, sin tono elevado, sin críticas feroces. Los ataques dieron paso a expresiones del tipo "coincido con usted" o "tiene razón". Lo nunca visto. Los diputados de una y otra bancada estaban perdidos. Se les veía realmente confusos. Ellos están acostumbrados a patalear cuando habla el contrario, a mirar desafiantes y de manera descarada al contrincante político, a dislocarse el cuello afirmando o negando según quién sea el que interviene en el pleno. A dar grititos de alabanza o recriminación. A aplaudir como monigotes al líder, sin rechistar ni pararse a pensar demasiado y a abroncar al rival. 

Cambiar así, de repente, de una película de combate a otra de amor, con tanto azúcar en el ambiente, confunde a cualquiera. Por eso se veía a sus señorías sin saber muy bien qué hacer. Rubalcaba dando la razón a Rajoy. Rajoy haciendo lo propio. ¿Cómo actuar entonces? Se les nota la falta  de costumbre. No tocaba el enfrentamiento, el titular absurdo para los informativos, la bronca habitual. Hasta en los titulares de los medios se podía leer cierta decepción, cierto asombro. "Debate de guante blanco". "Cordialidad entre Rajoy y Rubalcaba". "Clima de entendimiento". Concesiones de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Día extraño en el Congreso. Menos mal que Rosa Díez y Alberto Ruiz Gallardón salvaron algo la jornada e hicieron la transición del enfrentamiento permanente al buen rollo algo más progresiva. No todo está perdido. 

Izquierda Unida no se une al acuerdo. Sus razones tendrá y está en su derecho. Lo que explica sobre las formas en las que PP y PSOE han llevado el pacto tiene mucha razón. Los dos grandes partidos llevan décadas acostumbrados a manejar a su antojo el panorama político. Pactando cuándo y cómo ellos quieren y generalmente sin dar palabra al resto de formaciones hasta que el acuerdo entre ellos dos no está ya totalmente cerrado. Entonces les invitan adherirse al pacto. Pero, así como podemos percibir algo de impostura en la actuación de socialistas y populares, quizá movidos por las encuestas que ofrecen su caída en intención de voto o por el clima de desapego ciudadano hacia ellos, también lo apreciamos en IU. Al partido liderado por Cayo Laro le interesa presentarse como la verdadera oposición de izquierdas al gobierno de Rajoy. No pactará con él ni quién pulsa el botón del ascensor, en caso de que coincidan. Está en su papel. Al final, esto de la política tiene bastante de teatro, como la vida misma. 

Ahora bien, ese bipartidismo que IU critica con tanta razón lógica como ferocidad interesada, no parece importarles demasiado en Andalucía, Asturias y Extremadura. En las dos primeras, IU gobierna en coalición con el PSOE. En la otra, lo hace con su archienemigo popular. Debe de ser que ahí el bipartidismo es menor dañino para la democracia. En todo caso, IU hace bien en no pactar si cree que no debe hacerlo. La lástima es que aquí todo el mundo estuviera actuando de cara a la galería, cumpliendo su guión en esta gran obra teatral que es la política. Más fieles a su personaje que al interés general. 

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