Videla muere en prisión


La noticia de un dictador que muere en la cárcel es siempre una buena noticia. Lo es para las víctimas de sus atrocidades y los es para la humanidad en su conjunto. Una victoria de la libertad y los Derechos Humanos, victoria pírrica en el estricto sentido del término, ya que es demasiado lo que se ha perdido por el camino y lo mejor que podría haber ocurrido con personajes de esta calaña es que nunca hubieran nacido para sembrar de odio, muerte y destrucción sus países. Pero es grato recibir esa noticia. "Videla muere en prisión". El vil dictador argentino muere en la cárcel, condenado por los crímenes contra la humanidad que cometió, odiado por todo su país. No tendrá funeral de Estado. No ha muerto en el poder ni en la tranquilidad de su hogar. Escena bien distinta, y bastante más ejemplar, que las de dictadores como Franco en España o Kin Jon il en Corea del Norte, por poner sólo dos ejemplos, que perecieron en el poder y fueron despedidos con honras inmerecidas y vergonzosas. O como ocurrirá con Fidel Castro cuando le llegue la hora. 

Jorge Rafael Videla murió en la cárcel. Jamás se arrepintió de sus crímenes, pero a la sociedad argentina le queda el consuelo de haber podido juzgar a los generales que protagonizaron uno de los episodios más negros de su historia. Golpista, constructor de una dictadura militar que presidió de 1976 a 1981. La Junta Militar argentina que sembró de dolor todo el país y lo purgó de "rivales del Proceso". La misma sangrienta y repugnante historia de todas las dictaduras. La misma vileza y crueldad. La misma sensación de impunidad. 30.000 desaparecidos en esa época. 30.000 personas cuya historia se apagó, su vida fue sesgada por un plan criminal de los militares. Para él, "daños colaterales" de cualquier conflicto. La cifra es de "7 u 8.000" se atrevió a decir en entrevistas.

Videla fue condenado a varias cadenas perpetuas pero un indulto de Carlos Medem le dejó en libertad. Acertadamente, Néstor Kirchner revocó el perdón. La última condena a Videla llegó el año pasado, cuando un tribunal le declaró culpable de un plan sistemático de sustracción y apropiación de bebés. Tenía otros juicios pendientes por los múltiples violaciones de los Derechos Humanos que perpetró, pero murió en la cárcel y ese un consuelo que queda en la sociedad argentina. Un ejemplo al mundo. Eso sí, las asociaciones de víctimas de la cruel dictadura militar que él encabezó durante cinco años, lamentan que el tirano muera sin desvelar información importante sobre los cientos de casos de niños robados que aún se investigan en aquel país. 

Murió en su celda. Seguramente sin lamentar nada de lo que hizo. Pero condenado por ello y reprobado por toda la sociedad. Con varias condenas en firme contra él y algunos procesos que quedan abiertos como el del "Plan Cóndor" de las dictaduras sudamericanas de la década de los 70 y 80. Un ser despreciable que murió a los 87 años tras una vida en la que torturó, secuestró y asesinó. Se lleva el odio y la condena social por ello. Y nos deja al menos la satisfacción de verle morir en su celda, en la cárcel, pagando por sus crímenes contra la humanidad. Ése es el destino que merecen los dictadores que aún privan de libertad y derechos fundamentales a sus pueblos. Pienso, por ejemplo, en Basar Al Assad, que hoy reaparece en una entrevista concedida al diario Clarín donde dice más de lo mismo. En definitiva, en todos esos dictadores odiosos y asesinos que deben pagar por sus crímenes. Muchos no lo han hecho y sólo ha quedado el severo juicio de la historia. Es necesario que se lleven también el de la justicia, el de la sociedad que ellos han podrido y llenado de odio. 

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