El alarmante escenario sirio

La guerra en Siria continúa desangrando el país y estos últimos días ha quedado patente que el conflicto se ha extendido a toda la región. El temor a una explosión de violencia en aquella zona del planeta es más fundado que nunca. El escenario sirio es muy complejo, con injerencias internacionales de todo tipo y muchas implicaciones de varios países de la zona y potencias mundiales que están jugando un papel en esta guerra. La pregunta que siempre nos haremos es qué habría pasado si la comunidad internacional hubiera afrontado como debía haberlo hecho la guerra siria en el comienzo. Si no hubiera dejado pudrirse el conflicto. Porque en el bando de los rebeldes hay grupos radicales islamistas, pero cuesta mucho pensar que los líderes mundiales que han mirado para otro lado estos dos años no tengan responsabilidad alguna en el empeoramiento brutal de la situación en aquel país. 

La complejidad es creciente. Por resumirlo lo más claro posible. La milicia chií de El Líbano Hizbolá, pro Irán, apoya al régimen de Al Assad. Miles de soldados de este grupo armado participan del lado del dictador en la guerra contra los rebeldes. Irán, por supuesto, da soporte desde el comienzo a Siria. El mismo papel de apoyo al régimen tiránico de Al Assad han adoptado Rusia y China, ambos países con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, lo que les ha permitido vetar cualquier condena seria contra el dictador sirio o cualquier intervención militar para intentar poner fin a la sangría que padece el país. Por otro lado, se da por hecho que Catar y Arabía Saudí apoyan a los rebeldes sirios. Según el Financial Times, que cita fuentes cataríes, aquel emirato habría entregado ya 3.000 millones de dólares en apoyo al bando opositor. 

En resumen, una batalla por el control regional. Una compleja trama de intereses y relaciones que amenazan con extender la guerra más allá de las fronteras sirias y que no hace sino alejar aún más una posible resolución del conflicto. Todavía hay otros actores internacionales. Estados Unidos ha adoptado un perfil bajo. La Administración Obama es contraria a entregar armas a los rebeldes por el temor de que caigan en manos de grupos radicales que se han infiltrado en el bando contrario a Al Assad. De momento, sólo han enviado material logístico no letal. Por su parte, en el seno de la Unión Europea ha habido, y sigue habiendo, una disparidad de criterios. Una división entre los países partidarios de armar a los rebeldes para combatir al régimen sirio y quienes recelan de esta medida por aquel temor existente en el gobierno estadounidense. 

Hace un par de días, la UE decidió poner punto final al embargo al suministro de armas a Siria. Cada país podrá decidir individualmente si envía o no armamento a los rebeldes. Esta decisión provocó una reacción instantánea e inquietante en Rusia, aliado de Al Assad. El gobierno ruso anunció que seguirá suministrando sistemas antimisiles tierra-aire S-300 al régimen de Damasco. Un anuncio que, a su vez, ha enfurecido a Israel, rival de Siria y temeroso ante el escenario que vive su país vecino. En cierta forma, ninguno de los bandos resulta particularmente agradable para Israel. Sus relaciones con Al Assad son malas (Israel no tiene un acuerdo de paz con Siria), pero en el bando rebelde hay grupos islamistas radicales que tampoco satisfacen al país judío. El caso es que, ante el anuncio ruso de que seguirá vendiendo estos sofisticados sistemas antimisiles al régimen de Al Assad, el ministro de Defensa israelí advirtió de que su gobierno sabrá "qué hacer" si esas armas llegan a Siria. Es decir, amenazó con un nueve ataque a aquel país, como los que realizó hace un mes en territorio sirio para impedir la entrega de misiles a la milicia libanesa de Hizbolá. 

No es posible imaginar una situación más inestable, un escenario más explosivo que el que vive la región. En cualquier momento, todo puede saltar por los aires. No se trata de hacer un ejercicio de alarmismo. Es la cruel realidad. El panorama actual en Siria, con combates en varios frentes del país, con muertes diarias, con sospechas más que fundadas de que se han usado armas químicas, es desastroso. Pero puede serlo aún más por la expansión de la violencia a toda la región. Desde luego, están puestos todos los mimbres para que, antes o después, salte la chispa. Israel no dudará en volver a atacar Siria si considera que el envío de antimisiles por parte de Rusia supone una amenaza a su seguridad. Mientras el gobierno ruso acusa a la UE de "echar gasolina al fuego" por la suspensión del embargo al suministro de armas, hace exactamente lo mismo armando al otro bando, al bando del dictador. 

Por lo tanto, desoladora es la fotografía interna en Siria. Con un régimen dispuesto a todo para vencer la guerra civil, asesinatos, bombarderos, violaciones, empleo de armas químicas. Y con un bando rebelde cada vez más radicalizado, que incluye a agrupaciones próximas a Al Qaeda y que ha protagonizado terribles actos de violencia. En resumen, violaciones permanentes de los Derechos Humanos a uno y otro lado, pésimos augurios sobre posibles escenarios futuros (casi es elegir entre lo malo y lo peor), muerte, odio y destrucción que están arrancando de raíz el futuro de un pueblo. Eso, en lo que se refiere al escenario meramente interno. Si hablamos de las injerencias internacionales, el escenario adquiere esas dimensiones catastróficas y altamente inflamables que venimos contando. Muchos intereses cruzados. Muchos posibles motivos para que la violencia se extienda definitivamente a toda la región (Israel, la milicia libanesa de Hizbolá, el papel de Irán, lo que tengan que decir Catar y Arabia Saudí apoyando a los rebeldes...) y muy pocas, por no decir ninguna, luz de esperanza. ¿Quién puede mediar para parar el desastre? ¿Qué vía se puede explorar para acabar con la guerra y buscar un escenario más esperanzador para Siria?

No hace falta recordar la sucesión de fracasos de los mediadores internacionales para el conflicto sirio. Esas reuniones con Al Assad en las que el dictador prometía cumplir un plan de paz, algo que jamás tuvo intención de hacer. Esas tibias condenas internacionales. Esa lentitud exasperante de la diplomacia mientras la situación sobre el terreno empeoraba continuamente. Esa triste sensación de que, en realidad, la comunidad internacional no apreció en ningún momento como auténtica prioridad la búsqueda de una solución para el conflicto sirio. Esa actitud impresentable y cómplice con la dictadura de Rusia y China en las Naciones Unidas. Esas insuficientes cumbres de Amigos de Siria. Incluso esa división casi irresoluble dentro de la propia oposición siria. Ese papel secundario que ha querido jugar Estados Unidos, que parece desde el principio querer pasar de puntillas por el polvorín sirio. Esa habitual  falta de iniciativa política de la Unión Europea. 

Lo dicho, muchas luces de alarma encendidas, muchos motivos para estar realmente preocupados por lo que pueda suceder en aquella región del planeta en las próximas semanas y pocas esperanzas. El diálogo con el régimen de Al Assad parece, a estas alturas, una quimera. Y no se ve que nadie esté decidido a asumir el papel de piloto de un proceso de paz que logre, al fin, frenar la hemorragia que desangra Siria. Entre tanto, los aliados del régimen no dan el más mínimo síntoma de recular en su apoyo al tirano y el bando rebelde se radicaliza cada vez más. Esto es lo que pasa por dejar pudrir los problemas, por mirar para otro lado, por anteponer intereses económicos o geoestratégicos al respeto de los Derechos Humanos, por actuar con cobardía ante un grave problema que ha costado la vida de decenas de miles de personas. 

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