Crisis política en España

Como nunca antes desde que se reinstauró se debate estos días sobre el papel  la institución monárquica en España. Se hace abiertamente en los medios de comunicación, lo cual evidentemente es algo positivo, lo anómalo era la opacidad y la sobreprotección en la que hasta ahora ha vivido la Casa Real. Pero, sobre todo, se habla abiertamente de ello en la calle. En estos tiempos de crisis, y la crisis tienen muchísimo que ver con casi todo lo que está pasando en España últimamente, se debate abiertamente sobre la posible abdicación del Rey Don Juan Carlos y hasta sobre un referéndum entre monarquía y república. Digo que la crisis tiene mucho que ver con todo lo que está pasando porque es la causante fundamental de este estado de ánimo que habita en una gran parte de los ciudadanos españoles. Un sentimiento de indignación y crítica sin paliativos a todos los poderes del país. 

No es creíble que, en tan poco tiempo, los políticos, los banqueros, la Casa Real, los empresarios y un largo etcétera hayan empezado a cometer errores de calibre todos a la vez desde 2008. Más parece que la corrupción existía, pero hasta se votaba a los corruptos. Que la clase política daba muestras de su mediocridad, pero estábamos en plena efervescencia de la burbuja inmobiliaria. En definitiva, cuando no había crisis, cuando España iba bien y batíamos récords de superávit, el paro estaba en mínimos históricos y el maná del ladrillo alimentaba un modelo económico insostenible, todas estas insoportables actitudes de los que mandan existían. Y, en muchos casos, las conocíamos. Quizá no con tanto detalle, desde luego, especialmente en lo referente a la Casa Real. Pero aparenta ser una actitud bastante infantil y muy cínica esta de hacer una enmienda a la totalidad de las instituciones y los poderes públicos ahora que todo va mal. Si no hubiera crisis, quizá los banqueros no serían tan malvados, puede que los ciudadanos siguieran votando a políticos corruptos o con claras sospechas de serlo e igual hasta no nos entusiasmaría tanto formar parte de esta crítica global y sin matices a todo poder en nuestro país.

Ojo, no estoy restando gravedad a los casos de corrupción de los políticos, ni a los escándalos que salpican a la Jefatura del Estado. Sólo estoy diciendo que la crisis económica es el caldo de cultivo perfecto para buscar culpables, explicaciones sencillas a lo que estamos sufriendo y, el siguiente paso, soluciones igualmente sencillas que vendrán de la mano del populismo y la demagogia barata. La historia está repleta de periodos de crisis económica y adversidades en las que, de repente, a esos ciudadanos descontentos con sus dirigentes y deseosos de ver la luz al final del túnel se echan a los brazos del primer caudillo carismático que lanza  cuatro bobadas en forma de promesas que suenan bien o que llena de pájaros la cabeza de los agotados e indignados votantes. Ante este temor de que surjan extremistas o líderes populistas que vengan a solucionarlo todo, a salvar a la patria de esta deficiente democracia que vivimos, es ante el que estamos predicando algunos desde hace tiempo y es por él que algunos no terminamos de sentirnos cómodos en este juicio ciudadano global al que estamos sometiendo a todas las clases dirigentes y del que la sentencia que parecemos sacar es que todos los políticos sin excepción son corruptos, que nada, absolutamente nada, funciona bien en este país y que hay que destruirlo todo y luego que salga el sol por Antequera.

Este argumento simplista y reduccionista que huye de los razonamientos lógicos, de los matices y de la sensatez, me parece preocupante y se está extendiendo por nuestro país. Sucede que es casi lógico que se extienda, porque el paro sigue en niveles asfixiantes y además la clase política, por lo general, está actuando de forma torpe e irresponsable al no escuchar el clamor popular. Tiene su vertiente positiva, muy positiva, este despertar de los ciudadanos, este exigir transparencia y explicaciones a quienes hemos votado para ser nuestros representantes, a quienes cobran de nuestros impuestos. Sin lugar a dudas. Lo que es ya más dudoso es esta utópica tesis que corre por ahí de que hay que derribar el sistema para traer una democracia auténtica y esas cosas. 

He escrito aquí en numerosas ocasiones, pero no está de más repetirlo de nuevo, que es tramposo y falaz eso que hacen tanto los políticos de poner la democracia como escudo ante las críticas de los ciudadanos a su actuación. Porque las críticas no son, al menos en la mayoría de los casos , a la democracia, sino al mal funcionamiento de ésta. En este sentido, me parece indecente e intolerable que algunos políticos, ante cada crítica que reciben, se protejan en la defensa del sistema democrático. Oiga, esto no funciona así. Sea escrupuloso en el cumplimiento de sus funciones públicas, dé ejemplo, actúe con responsabilidad y transparencia, ejerza su trabajo con excelencia, aparte de la vida pública a los corruptos en lugar de protegerlos si son de los suyos, ábrase al diálogo con otras fuerzas políticas y escuche a la calle. Cuando haga todo eso y siga recibiendo críticas, entonces empiece a mosquearse y coja si quiere  el escudo del Estado democrático de derecho. Pero no antes. 

Sirva este inciso para que no parezca que estoy exculpando a los políticos y a las clases dirigentes del país de su responsabilidad en esta crisis y de la torpe reacción ante los movimientos sociales que están teniendo la mayoría de ellos. Pero, volviendo al argumento central de este artículo, cunde un peligroso estado de ánimo entre la ciudadanía. Así lo veo yo. Un sentimiento de rechazar, por norma, todo lo establecido. De desconfiar, porque sí, de todas las instituciones, de todos los poderes públicos, de todos los políticos. Sin debatir nada. Sin sentarse a estudiar lo más mínimo actitudes o propuestas. No vale nada. Todo es corrupto, todo está podrido. Sinceramente, observo cómo ese pensamiento se extiende por el país y no acabo de compartirlo. Me recuerda un poco a la actitud de un niño pequeño cuando se enfada y, a partir de ese momento, todo es feo, nada le sienta bien. Salvando las distancias, estamos cayendo de alguna manera en una rabieta infantil. Tenemos derecho al pataleo y hay muchas cosas que funcionan mal en España y que hay que exigir que mejoren. Por supuesto. Pero es que da la sensación de que nos estamos comportando como ese niño cabezón que es incapaz de entrar en razón y que se ha cabreado con el mundo y no está dispuesto a salvar a nada ni nadie de la quema. Y eso tampoco es.

Soy de los que cree que se debe hacer una reforma radical del sistema político español. Reformar la ley electoral, cambiar el funcionamiento de los partidos políticos, hacer que la ley de transparencia funcione plenamente, tener más en cuenta la opinión de los ciudadanos no sólo cada cuatro años. En definitiva, no gobernar de espaldas a los ciudadanos. La ceguera y la sordera con la que gran parte de los políticos de este país están afrontando las numerosas manifestaciones ciudadanas pasará a la historia, si no rectifican, como una gran torpeza. Por lo tanto, que nadie me sitúe por este artículo en el lado de quienes se han propuesto defender a toda costa un sistema que hace aguas. No es eso. Ahora bien, ¿me preocupa que tal y como está el panorama abramos una incertidumbre y otro motivo de inestabilidad con un debate sobre el modelo de Estado? ¿Pienso que en la crisis actual resulta devastador que la monarquía pase por su peor momento desde 1975? ¿Creo que no está el horno para bollos? Esto ya es otra cuestión.

La monarquía es un sistema extemporáneo, anticuado, nada democrático y que no pega en pleno siglo XXI. No se puede defender este sistema con argumentos lógicos y racionales. ¿Cómo se va a poder si es un sistema que parte de la base de unos privilegios para unas personas desde que nacen? ¿Cómo voy a defender como ideal un sistema político que no permite a los ciudadanos elegir democráticamente quién es el Jefe del Estado? La monarquía, evidentemente, es una antigualla y creo que a nadie se le puede pedir que defienda, en el momento actual, ese sistema por delante de una república. Sobre el papel. De forma general, es claro y notorio que el sistema razonable y auténticamente moderno es el republicano. 

Introduzcamos aquí un par de matices. Uno propio español y otro que tomamos prestado saliendo al extranjero. Empiezo por este último. Reino Unido es una monarquía. ¿Preferimos la República Democrática del Congo? Quiero con este decir que muchos países que aún conservan ese vestigio del pasado que es la institución monárquica son países de primera línea, totalmente avanzados. El régimen no determina, en absoluto, el devenir del país. Por ser una república no se avanza, ipso facto, un puesto en la lista de países más ricos. No sube un 10% el PIB por ser una república. Hay países cuyo régimen político es una monarquía que están a la cabeza mundial y otros que son una república que funcionan entre mal y muy mal. Y al revés también, por supuesto. 

El otro matiz, el puramente español, se refiere al único argumento de defensa claro que ha tenido la monarquía todos estos años en nuestro país. Es el único motivo, el único, por el que muchas personas que no son monárquicas han defendido a Don Juan Carlos y elogian la labor que ha hecho por el país. La Jefatura del Estado ha sido todo este tiempo imparcial, apartidista, moderadora. Está en un plano superior al de los partidos políticos, distinto. Y eso es importante, más en un país tan partidista y sectario, siento decirlo pero aún siento más padecerlo a diario, como el nuestro. Pongamos que votamos los españoles un cambio de régimen político. Pasamos a ser una república. ¿Felipe González de presidente? Media España recelaría de la Jefatura del Estado. ¿José María Aznar? Exactamente lo mismo. ¿Me puede alguien dar un par de nombres de personas moderadas y que serían aceptadas a izquierda y derecha para ocupar el puesto de Jefe del Estado? Que la máxima institución del Estado no esté inclinada hacia éste o aquel partido es algo, a mi entender, importante. Y eso es lo que ha sostenido a Juan Carlos I. Eso y su gran labor en la Transición española a la democracia. El Rey, lo dije alguna vez, vive sabiendo desde hace muchos años que lo más importante de su vida, que su gran obra, ya ha pasado. Ya la hizo. Es por la que se ganó el cariño y el respeto de la gran mayoría de los españoles. Por eso quizá se ha dejado llevar más de lo recomendable. 

En resumen, la defensa de la monarquía en España no se puede hacer, ni se hace, en base a obsoletos principios que van apegados a esta institución tan antigua. Nadie saldrá hoy, espero, a defender al Rey como se defendía a los antecesores del monarca. En la España de hoy, en la España de estos últimos años, la monarquía ha sido una institución útil. ¿Que es más razonable que el régimen político sea una república? Sin ninguna duda. Pero nadie podrá negar que la Jefatura del Estado ha hecho grandes servicios por el país desde la Transición y no convendría menospreciar el valor de tener a un Jefe del Estado moderador, al margen de las batallas partidistas. Es decir, la defensa de la monarquía en España ha sido simplemente de conveniencia, no por convicción. Ahora, muchos piensan que es llegada la hora de la abdicación del Rey y otros tantos creen que llama a las puertas la III República. Que sea lo que los españoles decidan, que se les consulte. Pero valoremos todos los pros y los contras, valoremos el peligroso caldo de cultivo actual. Y no tengamos miedo, claro, de lo que opinen los ciudadanos. 

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