Nueve años del 11-M

Nueve años ya de aquel terrible jueves, 11 de marzo de 2004. Aquel día, como el resto, estudiantes y trabajadores cogían el tren para acudir a su centro de estudios, al trabajo, al médico. Un día más que a eso de las ocho menos veinte pasa a ser una fecha para el recuerdo, una jornada sangrienta, escenario de la peor masacre terrorista que hemos sufrido en nuestro país. 191 muertos y 1.500 heridos. Un país conmocionado, en estado de shock. Han pasado nueve años y lo recordamos todo como aquel día. Como lo recordaremos dentro de otros nueve. Y dentro de otros veinte, también. Toda la vida. Jamás podremos olvidar aquel dolor desgarrador, aquella sensación de impotencia, aquella tristeza generalizada frente a la sinrazón del terrorismo. 

Hoy, aniversario de aquella matanza, es obligado volver a recordar a los afectados, volver a mostrarles nuestra cercanía. Nueve años, según para qué, es mucho tiempo. Cerca de una década, pero para muchas familias el reloj se paró aquel día, a aquella maldita hora. Y para todos los que vivimos esa masacre en nuestro país, en nuestra ciudad, también permanecen imborrable todos los recuerdos de aquellos días de marzo. Y, como digo, nueve años es un tiempo que ofrece ya distancia suficiente como para afrontar aquello con algo más de sosiego, de forma menos abrupta que entonces. Pero sigue siendo imposible. Me sigue resultando doloroso escribir sobre aquello siguen sin salirme las palabras y sigo pensando, como cada 11 de marzo que escribo sobre el recuerdo de la tragedia, que este texto será un conjunto de frases inconexas, sin sentido. Soy consciente de ello, pero de algún modo me siento en la obligación moral de mantener el recuerdo de todo aquello. Porque las víctimas lo merecen y porque el olvido sería una concesión injusta que no nos podemos permitir y que nadie nos perdonaría.

Todos recordamos dónde estábamos aquel día de marzo, cuándo recibimos la noticia. En mi caso, estaba en el instituto. Daba clase de física. En un momento determinado, la profesora interrumpió la clase. Nos comunicó que había habido un atentado terrorista en la estación de Atocha. Que aún eran confusas las informaciones, pero que había muchos muertos. Una compañera salió del aula para llamar a su madre, que pasaba por esa céntrica estación madrileña cada día para ir a trabajar. Afortunadamente, al final, logró hablar con ella. Estaba bien. Todos nos estremecimos. La profesora fue a por un aparato de radio. La encendió y fue así cómo fuimos conociendo las noticias que llegaban desde Atocha, desde Santa Eugenia y desde El Pozo, las tres estaciones donde estallaron los trenes. 

Jamás he sufrido tanto como aquellos días, no recuerdo haber vivido nada peor, más triste y más agobiante que aquello. La sensación de profunda tristeza, de estrés emocional, de preocupación, de alarma social, de sufrimiento que todo el país sufrió entonces, según iban pasando las horas e íbamos conociendo la magnitud de la tragedia, es algo que nunca antes había vivido y que nunca después he vuelto a experimentar de forma tan intensa. Las clases siguieron ese día, pero nadie estaba atento a los problemas de matemáticas o la gramática del inglés. Siguieron de aquella manera. Recuerdo que también hablamos sobre aquello, que en los días posteriores nos dieron la la opción de escribir sobre aquello, de compartir lo que sentíamos. Acabadas las clases, toda la tarde y la noche la pasamos pegados al televisor. No podíamos creer la extrema crueldad de las imágenes que recibíamos, el desgarrador dolor que transmitían esas trágicas escenas, la incertidumbre de tantas y tantas familias que no podían contactar con sus seres queridos, las lágrimas desconsoladas de quienes acaban de certificar que algún familiar iba en los trenes y no pudo salir con vida. La llegada de los heridos a los hospitales. La explosión de solidaridad en toda España, de tantas y tantas personas que acudieron a donar sangre de forma instantánea. El trabajo ejemplar de los servicios de emergencias de Madrid. 

Luego vinieron también las polémicas políticas, los enfrentamientos. Hoy mismo, los actos de recuerdo de las asociaciones de víctima no son unitarios, sino que hay división entre ellas y se repasamos los medios de comunicación, según a dónde miremos, leeremos sospechas y dudas sobre la verdad de aquellos atentados o críticas a medios que alimentan la teoría de la conspiración. Eso, al menos hoy, vamos a dejarlo a un lado. Porque hoy nada debemos hacer que no sea acordarnos de los afectados, mostrarles nuestro cariño y mantener el recuerdo de aquella terrible masacre que sacudió a todo un país. Nunca olvidaremos. 

Comentarios

Mariola García González ha dicho que…
Un día que no podremos olvidar nunca, yo también estaba en el instituto, creo que en Lengua. Recuerdo que una compañera estuvo mucho rato llamando a su hermano porque tenía que pasar por Atocha para ir a trabajar. Al final consiguió contactar con él, estaba bien.

A mí tampoco me salen las palabras al recordarlo y no me puedo creer que hayan pasado nueve años ya del atentado. Como tú bien dices, nunca olvidaremos.

Un abrazo muy fuerte.

PD. Alberto, ¡¡¡tú nunca escribes nada inconexo!!!
Alberto Roa ha dicho que…
Todos recordamos dónde estábamos ese día. Es de las cosas más espantosas que hemos vivido, jóvenes y mayores, de aquí o de allá.