Gestos del Papa Francisco


El Papa Francisco está imprimiendo desde el primer día de su pontificado su propio sello a través de pequeños gestos que hacen soñar con una cierta renovación en la Iglesia católica y que ha fascinado a más de uno. Me incluyo entre quienes se han sentido atraídos por la figura del Papa Francisco, que viajaba en metro siendo arzobispo, que predica y practica la humildad y la sencillez, que bendice a los periodistas que han cubierto el Cónclave en silencio para no molestar a aquellos profesionales de la información que sean ateos, agnósticos o de otras confesiones religiosas. Dije hace una semana que era muy pronto para hacer previsiones sobre lo que puede significar la llegada al pontificado del cardenal argentino Bergoglio. Naturalmente, sigo pensando lo mismo, pero no puedo dejar de reseñar aquí que me está conquistando a base de gestos en estos primeros días al frente de la Iglesia.

Hay muchas personas que no son católicas y que mantienen con la religión una relación más bien fría que han reconocido algo distinto en este Papa. Gestos, pequeños detalles que hacen pensar en alguien modesto, humilde y decidido a renovar la Iglesia católica, al menos a volver a enfocarla a la que se entiende que debería ser su labor original, pura. Algo que está muy alejado de la pompa y el boato de El Vaticano y de las altas esferas eclesiásticas. Desde que fue elegido Papa, Francisco ha tenido varios comportamientos congruentes con su pretendida sencillez. Regresó con el resto de cardenales a Santa Marta en el mismo autobús y no en el coche oficial que ya le correspondía como pontífice. Fue a pagar su cuenta a la pensión en la que estuvo hospedado antes de empezar la reunión cardenalicia de la que salió elegido Papa contra todo pronóstico. Ha decidido que el anillo del pescador, símbolo del Papa, sea de plata dorada y no de oro. No calza las sandalias rojas y lujosas de sus antecesores, sino unos zapatos negros, desgastados en alguna aparición pública.

Y sigo. Visitó en el hospital a un cardenal que sufrió un ataque el corazón estos días en Roma. Saludó uno a uno a los feligreses que escucharon misa en una basílica romana el pasado domingo. Se ha acercado a los fieles que le escuchaban desde la Plaza de San Pedro tanto el domingo, el día de su primer ángelus, como hoy mismo, día de su entronización. Todas sus homilías y discursos públicos han sido extraordinariamente sencillos. Nada más darse a conocer al mundo como el nuevo Papa Francisco, bromeó afirmando que los cardenales habían ido hasta el fin del mundo a elegir al nuevo obispo de Roma. Así es como se llama desde que fue elegido pontífice, no se le ha escuchado referirse a sí mismo como Papa. Cautivó a periodistas de todas las creencias en un encuentro humilde y sentido con quienes cubrieron el Cónclave. Es sencillo en sus intervenciones públicas, tanto que el domingo pasado terminó el ángelus con un simple: "buenas tardes y que tengáis buena comida".

Son gestos, detalles que no tienen por qué significar mucho, pero que es todo lo que ha tenido tiempo de ofrecer y, por qué no, en verdad pueden significar mucho. Pueden querer decir que sus intenciones son renovadoras, que quiere limpiar la Iglesia, que buscará bajar de los lujosos aposentos para acercarse a quienes más sufren. Fue delicioso el modo en el que contó cómo y por qué decidió elegir el nombre de Francisco. Lo hizo ante la prensa el domingo, cuando contó que el arzobispo emérito de Sao Paulo le dijo, al alcanzar Bergoglio ya los 77 votos necesarios, "no te olvides de los pobres": ¿Qué mejor manera de empezar a cumplir esa recomendación que ser el primer Papa que adopta el nombre de San Francisco de Asís, el santo de los pobres? Por cierto, el domingo el Papa evidenció con su narración de la resolución del Cónclave, que fue elegido con más votos que los dos tercios necesarios, ya que contó que el escrutinio siguió tras saberse que había alcanzado los 77 votos. Muchos de los 115 cardenales electores pensaban ya en él, eso parece, como sucesor de Benedicto XVI al empezar el Cónclave.

Hoy, en su misa de entronización, el Papa Franciso ha vuelto a dejar muestras de su sencillez. Aprovechando que hoy es el Día de San José, el Papa dedicó gran parte de su homilía  a presentar como ejemplo al esposo de la Virgen María. Esa figura hiló gran parte de su intervención en la que dejó bellos mensajes como este: "no debemos tener miedo de la bondad; más aún, ni siquiera de la ternura". Sobre su nueva misión como Papa, afirmó: "nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio". Así, el Papa debe "acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños". Remarcó esta idea afirmando, al final de su homilía, que busca "abrir un resquicio a la esperanza". 

Con 132 delegaciones internacionales formadas por Jefes de Estado y de gobierno asistentes a la misa de puesta de largo de su pontifica, algunas de ellas formadas por líderes realmente impresentables y enemigos de los Derechos Humanos, el Papa pidió a los mandatarios mundiales a cuidar la naturaleza y el medio ambiente, no a destruirlo. Para acabar este artículo, en el que muestro mi cierta y moderada fascinación por la figura del Papa Francisco, al que quiero ver como un renovador en la Iglesia católica, culmino con otra de las frases destacadas de su homilía: "Recordemos que el odio, la envidia y la soberbia ensucian la vida". Él acabó pidiendo a los fieles entregados, como viene siendo habitual desde que llegó al papado la semana pasada: "recen por mí". 

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