Adiós del Papa

La renuncia de Benedicto XVI al Pontificado se hizo efectiva ayer y nos dejó imágenes de una alta carga simbólica y emotiva. Cuando anunció su renuncia, el mundo recibió la noticia con gran conmoción. Era algo insólito y la primera reacción fue de estupor. Poco a poco se fueron buscando razones a la marcha, que cada día que pasa se asocia con más claridad al escándalo del Vatileaks y a las turbias revelaciones que el informe sobre este asunto encargado por el Papa ponen de relieve. Las guerras internas, las posibles irregularidades financieras y los casos de pedofilia. Los escándalos, en suma, que han centrado gran parte de los ocho años de pontificado de Benedicto XVI. Desde ayer a las 20 horas es Papa emérito y en El Vaticano se ha entrado oficialmente en el periodo de Sede Vacante, previo a la elección de un nuevo Papa.


Las personas que seguimos ayer por televisión desde distintas partes del mundo la marcha de Benedicto XVI desde El Vaticano hasta la villa pontificia de Castegandolfo sabíamos que estábamos presenciando algo histórico. Hay que remontarse muchos siglos atrás para encontrar un antecedente a la renuncia del Santo Padre, tantos siglos que no había entonces no helicópteros para hacer el traslado, ni medios de comunicación para dar cuenta de ello. En suma, fuimos las primeras personas que pudimos presenciar la emotiva despedida de un Papa. Independientemente de las creencias de cada uno, que harán engrandecer o reducir los sentimientos según el caso, las escenas ofrecidas ayer forman parte de la Historia y tienen un valor innegable. Una potente carga emotiva . 



Si no hubiera detrás esa situación tan escandalosa que a todas luces parece ser la que ha forzado la renuncia de Benedicto XVI, lo de ayer sería también sin ninguna duda un maravilloso  gesto de humildad, sencillez y honestidad. La de alguien que ocupa un puesto de responsabilidad importante, que es líder espiritual de más de 1.000 millones de personas en todo el mundo, que decide marcharse porque no se encuentra en condiciones físicas para seguir al frente de la Iglesia católica. La de una persona humilde y servicial que decide dar un paso atrás. Un Papa que se va y que opta por pasar el resto de sus vidas "oculto al mundo", viviendo en un monasterio, dedicándose a rezar. Impresionante. 

En la línea de esa demostración de humildad y sencillez, Benedicto XVI dejó un último mensaje a los fieles y una última bendición. Su última aparición pública si finalmente se cumple a rajatabla su propósito de retirarse para siempre de la presencia pública. Fue simple, no dramatizó ni le dio excesiva trascendencia. Todo lo contrario que los vecinos de Castelgandolfo que llenaban la plaza de esta localidad pontifica y que sabían que asistían a algo histórico, nunca antes visto. El Papa tan sólo dio las gracias por el apoyo y la compañía y aseguró ser "un simple peregrino en la última etapa de su peregrinaje en esta tierra". Tal vez estas palabras definan a la perfección la personalidad de ese hombre humilde y sencillo del que hablaba. Esas y sus últimas, sencillamente un "gracias y buenas noches". Con total sencillez. Sin más. Ahí termina todo. 

Resulta por eso especialmente lamentable la situación podrida y escandalosa que parece existir en el seno de la Iglesia y que habría provocado, de un modo u otro, la marcha de Joseph Ratzinger. Si en realidad los únicos motivos de su marcha son los esgrimidos por él al anunciar su renuncia, estaríamos asistiendo a un formidable ejemplo de humildad, a una sensacional lección de alguien que fue la cabeza visible de la Iglesia católica, el referente para más de 1.000 millones de personas en todo el mundo, y que se marcha a rezar, escribir y leer el resto de su vida en un monasterio. La austeridad, sencillez, sobriedad y humildad que deberían caracterizar a la Iglesia, en un gesto como el que ayer protagonizó Benedicto XVI en su marcha. La realidad, tristemente, parece otra menos bella. 

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