Estados Unidos esquiva el abismo fiscal


 
In extremis ha llegado la votación de la Cámara de Representantes de Estados Unidos que respaldó el acuerdo de mínimos alcanzado en el Senado para evitar la temida situación del precipicio o el abismo fiscal, una subida de impuestos y una drástica reducción de gasto público, que acechaba a la primera potencia económica mundial. 257 votos a favor y 167 en contra, tuvo este proyecto que será ley hoy mismo con la firma del presidente Obama. Los republicanos tienen mayoría en la Cámara y en la votación mostraron su cada día más evidente división, pues sólo 85 representantes de este partido votaron a favor del acuerdo. Un bloque importante del Partido Republicano, concretamente la sección del Tea Party, no era partidaria de salvar el país del abismo fiscal, porque lo interpretan todo en términos partidista y no querían dar un balón de oxígeno al presidente Obama.
 
Unos y otros han cedido para este acuerdo alcanzado el 1 de enero, cuando de facto Estados Unidos había entrado ya, técnicamente, en el abismo fiscal. Obama quería subir los impuestos a quienes cobrarán más de 250.000 dólares, pero finalmente ha tenido que elevar esa cantidad hasta los 450.000 dólares, en torno al 2% de la población. Respecto al recorte de gasto público, tan sólo se aprobó ayer un aplazamieto hasta marzo, es decir, la situación de ver al primer país del mundo al borde de un precipicio fiscal volverá a presentarse dentro tres mese si no hay acuerdo antes entre demócratas y republicanos, algo que Obama pretenderá evitar, pero que dependerá también del grado de disposición al diálogo del partido opositor. Entonces, Estados Unidos tendrá que elevar el techo de deuda si no quiere entrar en suspensión de pagos. No parecen los republicanos dispuestos a dejar pasar la ocasión para desgastar al presidente y para lograr grandes reducciones del gasto público.
 
Tampoco resuelve nada el acuerdo de ayer sobre el déficit público de Estados Unidos, motivo de preocupación también. La deuda pública estadounidense roza el 74% y se estima que podría alcanzar el 90% en los próximos 10 años si no se alcanza un acuerdo para ponerle freno. En el fondo, están las discrepancias ideológicas de demócratas y republicanos. Unos, contrarios a reformar el sistema sanitario o el de las pensiones y otros opuestos a cualquier subida de impuestos. Los primeros, defensores del papel del Estado en algunos aspectos relevantes; los segundos, defensores de un Estado con dimensiones mínimas y con un papel irrelevante, menor.
 
El acuerdo aprobado ayer por el Congreso, por tanto, salva un primer match ball, pero es ciertamente un parche, una solución de urgencia que evita el abismo fiscal, pero tan sólo pospone las tensiones al mes de marzo. De fondo, una situación política inestable, preocupante en Estados Unidos. Su sistema político está hecho para evitar el control absoluto de un partido político concreto sobre la vida del país, de ahí las elecciones a mitad de mandato y la posibilidad de que, como sucede ahora, la formación que controle la Cámara de Reprensentas no sea la del presidente. Se da así la circunstancia de que Obama, presidente de Estados Unidos, antaño decíamos que el hombre más poderoso del mundo por ostentar este cargo, está atado al escenario político de su país y debe negociarlo todo con los republicanos. No está en sus manos tomar medidas para sacar al país de este atolladero y todo lo que deba pasar por las Cámaras deberá ser pactado antes con los republicanos. Un sistema que, en origen, evita poderes absolutos de ningún partido y establece mecanismos que obligan al diálogo, pero que en la coyuntura actual puede llevar a Estados Unidos al caos. No por el sistema en sí, claro, sino por la actitud de sus políticos.
 
En este debate hay dos obstáculos a cualquier gran acuerdo. El primero, mencionado anteriormente, la cuestión ideológica. No se puede desdeñar. El Partido Republicano, sobre todo un sector determinado de éste, se aferra a sus postulados ideológicos: reducción del gasto público, menor tamaño del Estado y menor poder de intervención. Mientras, el Partido Demócrata defiende una subida severa de impuestos a los más ricos. La cesión de Obama en este último acuerdo, haciendo que se suban impuestos a quienes cobran ás de 450.000 dólares y no los 250.000 previstos inicialmente, ha sido reprochada por varios de los suyos. Hay dos concepciones contrarias del papel del Estado, de las políticas económicas a tomar, y  es una división muy marcada, con pocas opciones reales de tender puentes y alcanzar acuerdos. Están demasiado distantes.
 
El segundo gran obstáculo es mucho menos presentable que la defensa de los principios políticos de cada cual. Se trata de la batalla partidista pura y dura. Básicamente, la premisa del Tea Party es no dar ni agua al presidente Obama. Sentarse a negociar con él, tender la mano al diálogo, siquiera mostrarse dispuestos a alcanzar pactos es mostrar debilidad según su particular visión de la política. Obama es el rival, el enemigo, y no se le debe conceder nada. Parece darles un poco igual que los estadounidenses volvieran a depositar su confianza en él en las presidenciales de noviembre. Ellos van a boicotear cada medida, cada propuesta. Van a poner tantos palos en las ruedas como les sea posible.
 
Y ahí es donde el Partido Republicano tiene un problema serio que debe afrontar. Porque si se deja dominar por la visión del Tea Party, sector conservador y radical del partido, se alejará progresivamente de la mayoría de la sociedad estadounidense y perderá incluso opciones reales de gobierno. Ya se analizó este riesgo para los republicanos en las pasadas elecciones presidenciales. Para ganarlas es preciso convencer al voto de centro y mostrarse abierto al cambio sociológico de la población estadounidense, con un mayor peso de las minorías como los hispanos. Aferrarse a las esencias del conservadurismo, de la tradición, de la radicalidad ideológica, de la doctrina pura e inmutable que propone el Tea Party es una apuesta arriesgada, por no decir suicida. Pero lo cierto es que la dirección del Partido Republicano va por un lado y los dirigentes del Tea Party, a lo suyo, por otro. Por lo que se vio en las primarias a la presidencia, el sector ultraconservador no cuenta con mayoría en el seno del partido, pero sí tiene un peso notable y varios senadores y congresistas que ya van a lo suyo, sin atender a ningún tipo de disciplina de voto y que defienden tesis distintas, y a veces opuestas frontalmente, a la de la dirección del partido. Mientras, esta división interna en el Partido Republicano genera inestabilidades y tensiones en el conjunto del país más importante del mundo.
 


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