Don Felipe cumple 45 años


El Príncipe Don Felipe cumple hoy 45 años. El día del cumpleaños es siempre una jornada de celebración junto a la familia, pero también suele dar lugar a conversaciones profundas sobre el paso del tiempo y estas cosas. Pasa en las familias reales, supongo que también en las reales familias. No le faltarán hoy temas para mantener conversaciones profundas al heredero, porque no se me ocurre un escenario peor para la monarquía en los últimos años. Don Felipe inaugurará hoy junto a la Princesa Doña Letizia la Feria Internacional de Turismo (FITUR) en Madrid. A la situación en el entorno, nada favorable para sus intereses, se une el hecho de que cumple una cifra redonda, 45 años. En fin, todo apunta a que Don Felipe reflexionará mucho hoy, día de su 45 cumpleaños.

La abdicación de la reina Beatriz de Holanda a los 75 años (la edad del Rey Don Juan Carlos) en su hijo Guillermo, de 45 (la edad de Don Felipe) es un complemente más que añadir al creciente debate sobre la pertinencia de que el Rey deje paso a su hijo. Lo cierto es que el paralelismo entre la situación de la monarquía en Holanda y en España termina ahí, pues en los Países Bajos es tradición abdicar en los herederos llegada una edad (la madre y la abuela de la reina Beatriz ya lo hicieron en su día) y además la popularidad de la casa real holandesa es tan alta que garantiza una sucesión tranquila. Todo lo contrario a lo que sucede en España. Durante muchos años el respaldo popular a la monarquía fue grande en nuestro país, pero el escándalo del Instituto Nóos y el inoportuno viaje del Rey a Botsuana a cazar elefantes en compañías sospechosas han hecho tambalearse los cimientos de la Casa Real. 

Una institución como la monarquía no se puede defender con criterios racionales en pleno siglo XXI. Naturalmente, elegir en las urnas al Jefe del Estado es lo más sensato, lo más adecuado al tiempo en que vivimos y lo más razonable. ¿Por qué se puede defender entonces la monarquía? Por otro tipo de razones. En el caso de España, por la gratitud al papel central de Don Juan Carlos en la Transición española a la democracia y por su forma de parar la intentona del golpe de Estado del 23-F. A eso se suma los servicios de relaciones internacionales que ha hecho el Rey, tirando de su privilegiada e inigualable agenda que le permite entrar en contacto con líderes de todo el mundo y lograr jugosos contratos para empresas españolas. Con todo, si algo sostenía a la monarquía era la imagen de centralidad, de poder de consenso y ajeno a las batallas partidistas. Este sigue siendo el pilar sobre el que defender un sistema, en el fondo, anacrónico, de otra época, como es la monarquía: el Jefe del Estado estará por encima de cuestiones de partido, será representante de todos los españoles voten a quien voten. En un país con una clase política tan tendente a las batallas sectarias no es una cuestión baladí. El riesgo de que la Jefatura del Estado asuma principios políticos de acá o de allá en función de quien ocupe el cargo en cada ocasión ha de ser tenido en cuenta. ¿Se nos ocurren acaso muchos nombres de posibles presidentes de la República que lograran ser de consenso, estar por encima de la batalla partidista? ¿Felipe González sería aceptado por media España? ¿Y Aznar? 

Por lo tanto, las razones que pueden llevar a defender la monarquía no se pueden sustentar más que en el servicio moderador e integrador  que esta institución puede ejercer. Una institución que además no tiene poder real en nuestro país. Pero el apoyo popular se debe sostener en que los ciudadanos aprecien ese servicio y en una absoluta ejemplaridad de la Casa Real que, en los últimos tiempos, se está poniendo en duda. Hay rencillas familiares que no contribuyen a crear el mejor clima posible para el desarrollo de las actividades de la monarquía. Aunque son temas privados y personales no se puede olvidar que en la institución monárquica todo se mezcla por su peculiar estructura. Pero, sobre todo, lo que está haciendo más daño a la monarquía es el caso Urdangarin. El yerno del Rey está imputado por varios delitos en su gestión del Instituto Nóos, inscrito como fundación sin ánimo de lucro que sin embargo sacó millones de euros de dinero público. En este caso, además del Duque de Palma, está imputado desde ayer el secretario personal de las Infantas, Carlos García Revenga, que fue tesorero del instituto durante dos años. La única persona de la cúpula directiva de Nóos que no ha sido imputada ni siquiera llamada a declarar como testigo es la Infanta Cristina

Este caso es una incesante vía de escape para la imagen de la monarquía. La reacción inicial de la Casa Real de marcar distancias con Urdangarin apartándole de los actos oficiales de la institución no ha sido suficiente, máxime tras la desconcertante aproximación con el Duque en el plano familiar al cenar con él en Nochebuena y mostrarse en público visitando al Rey en el hospital. Las dudas sobre la posibilidad de que la Infanta Cristina se vea salpicada por el escándalo persisten y, mientras, el socio de Urdangarin, Diego Torres, sigue suministrando poco a poco al juez correos electrónicos que involucran a la Casa Real. Precisamente por uno de esos mails explosivos ha sido imputado, en gran medida, García Revenga. Lo malo no es que el ex socio del duque esté amenazando a la Jefatura del Estado, lo terrible es que da la sensación de que puede hacerlo, es decir, de que en efecto tiene información comprometedora. Eso es, de momento, lo que hemos visto. El juez debería reclamarle, eso sí, que entregue toda esa documentación que alardea tener. Y luego, que caiga quien tenga que caer. Por lo pronto, todo lo que no sea la marcha de García Revenga de su puesto como secretario de las Infantas será una reacción tibia e inapropiada de la Casa Real ante este caso.

A eso hay que sumar que la imagen del Rey sigue muy deteriorada. No es sencillo olvidar el bochornoso espectáculo de abril del año pasado. Los españoles, en una semana delicada para nuestra economía y pocos días después de escuchar a Don Juan Carlos decir que el paro juvenil le quitaba el sueño, asistimos con asombro e indignación a la noticia de que el monarca volvía de urgencia desde Botsuana con la cadera rota tras asistir a una cacería de elefantes y, para más inri, con una mujer con la que se especula que podría tener una más que estrecha amistad. Todo ello con claros indicios de que el gobierno desconocía el paradero del Rey. La inédita petición de disculpas del monarca ("lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir") precedió a una gira del Rey por el mundo para demostrar que sigue dispuesto a trabajar duro por España y ser de utilidad. Tan rápido e intenso fue su regreso al trabajo que volvió a verse obligado a pasar por el quirófano. Después, coincidiendo con su 75 cumpleaños, el Rey protagonizó junto a Jesús Hermida un publirreportaje en el que no mostró su mejor cara. Sus palabras decían que estaba con ilusión para seguir trabajando, pero la impresión que dio su intervención en esa corta y decepcionante no-entrevista fue que vive envuelto en la nostalgia y que quizás debería plantearse imitar el ejemplo de Beatriz de Holanda y dejar paso a nuevas generaciones. Él parece estar a otra cosa, aunque es cierto que se está esforzando por enmendar sus errores pasados y mostrar que sigue al pie del cañón.

Hoy cumple años Don Felipe con este escenario poco prometedor para sus aspiraciones futuras de convertirse en Felipe VI. Sinceramente, no creo que en este momento podamos asegurar que la monarquía está en peligro de supervivencia, pero sí que se está erosionando como nunca antes habíamos visto desde el regreso de la democracia. A todo lo dicho se suma la desconexión de las generación jóvenes con la monarquía. Personas que no vivieron los tiempos gloriosos del Rey en la Transición y que aprecian esta institución como una reminiscencia del pasado, como algo rancio que se debe eliminar. Y todo en un contexto de grave crisis económica e indignación generalizada de los ciudadanos con las clases dirigentes que lleva también a un descrédito de la monarquía. El descontento con casi todo daña igualmente a la Casa Real, que inevitablemente se ve afectada por este razonable y más que comprensible enfado nacional en el que vivimos por casos de corrupción y por la incómoda sensación de haber sido engañados por los que nos mandan. 

El Príncipe Don Felipe es alguien preparado para reinar y que, de entrada, ofrece una imagen mucho más fresca y atractiva que la de su padre, que tan grandes servicios hizo a España pero cuyo tiempo parece haber quedado atrás. Es cierto que se necesita una ley orgánica que aún no existe para regular la abdicación y también lo es que quizás estos momentos de zozobra no sean los más indicados para emprender cambios tan radicales, pero creo que este escenario no se puede descartar porque la monarquía como institución mediadora e integrado de todos los españoles en la Jefatura del Estado atraviesa por sus peores momentos en décadas. Y a grandes males...

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