Depende

Ayer conocimos los datos del paro en el mes de diciembre y, por consiguiente, el balance del empleo en todo el 2012. Descendió el paro en el último mes del año, pero el comportamiento global del año pasado fue nefasto para el empleo. Pero no voy a hablar hoy concretamente de eso, por otro lado obvio, que el dato de diciembre es bueno (el mayor descenso del paro en este mes de toda la serie histórica), aunque sea derivado de la campaña navideña y que la cifra total de parados es asfixiante, el 2012 ha vuelto a ser un año terrible para el empleo y es muy preocupante la relación de cotizantes por pensionistas. Voy a hablar de la interpretación que se da en España a este y todos los demás datos, siempre pasándalos por el filtro del color del gobierno de turno.
 
No hablo de necesaria y razonable crítica política ni de saludables discrepancias en una democracia como la nuestra, sino de partidismo atroz. Hablo de ese maniqueísmo que hace identificar rápidamente a buenos y malos, a los míos y los otros. De ese sectarismo, hijo de la ignorancia y la ausencia del espíritu crítico, que lleva a comulgar con cada idea que venga del partido de turno. Es una situación que he criticado varias veces en el pasado, pero imagino que al expresarla de nuevo ahora habrá quien considere que lo hago en defensa del gobierno actual. Allá cada cual. Ese partidismo ciego que siguen las formaciones políticas dejando en un segundo plano el interés general, pero del que además hacen seguidismo los medios de comunicación y algunos ciudadanos.
 
Ayer circulaba por Twitter una foto que comparaba la portada de un mismo diario en dos días diferentes. Por un lado, una prima de riesgo de 341 puntos básicos. Titular: "miedo". Era 2011, gobernaba el PSOE. Por el otro, la portada de este lunes cuando la prima bajó hasta los 359 (es decir, 18 más que en aquel momento de miedo en 2011). Titular: "vuelve la confianza en España". A esto, más o menos, me refiero. A la interpretación de los hechos no en base a criterios periodísticos, razonables y medibles, sino sencillamente en base a cuestiones ideológicas, dogmáticas. Y se ve en medios llamados de derechas, pero se ve también en medios llamados de izquierdas. Y se aprecia esa mentalidad en algunos ciudadanos que, cuando era el PSOE el que estaba en el gobierno, analizaban la misma situación de un modo muy distinto a cómo la analizan hoy. Es triste, muy triste.
 
Da una imagen de lo poco madura que es la sociedad española y de hasta dónde lleva el sectarismo irracional que impera en nuestro país. Porque tengo para mí que los medios que hoy destacan casi únicamente el mal comportamiento del empleo en 2012 no actuarían de forma muy distinta a los que ponen el acento en el buen dato del mes de diciembre si fuera otro partido el que estuviera en el gobierno. El optimismo, ya se sabe, es hoy de derechas. Hace un año y medio, pongamos, los que llamaban a verlo todo con algo más de optimismo, los que se mostraban esperanzados con un futuro mejor para la economía española, los que incluso veían brotes verdes, son los que ahora pintan un escenario futuro apocalíptico, desastroso, atroz. Y exactamente a la inversa ocurre lo mismo. Los que con Zapatero en el gobierno veían a España sumida en el más profundo de los pozos, observan ahora todo de otro color y llaman a ser optimistas. En ese plan.
 
Pasa con la economía, pero pasa con todo lo demás. Por ejemplo, en educación. Si mi partido hace una reforma educativa es para mejorar el sistema. Si la hace el partido contrario, es para adoctrinar a los alumnos e imponer sus principios ideológicos. Si el partido rival sube impuestos, está ahogando la economía. Si los subo yo, estoy aumentando los ingresos porque es necesario en esta coyuntura actual. Si mi partido hace lo que manda Bruselas, está colaborando con la UE y reforzando el papel de España en Europa. Si lo hace el partido contrario, está cediendo soberanía y acatando órdenes de fuera. Si el partido contrario hace una reforma laboral que abarata el despido, voto en contra y despotrico de ella. Si la hago yo, estoy introduciendo flexibilidad en el mercado laboral y sentando las bases de la recuperación en España. Si mi partido pone dinero para sanear los bancos, está actuando de forma responsable para evitar el colapso de la economía del país. Si lo hace el partido contrario, está rescatando a los bancos en lugar de rescatar a los ciudadanos.
 
Hay muchos más ejemplos. El partidismo tiene sus grados, claro. Puede llegar, y llega en muchas personas, hasta el grado de aplaudir lo que diga un político única y exclusivamente por ser del partido con el que se simpatiza. Así, antes de juzgar una declaración, habremos de ver de qué partido es el señor o la señora que ha dicho eso. Si es del contrario, será una estupidez. Si es del nuestro, será una idea razonable. Aunque, en un caso u otro, por probabilidades, casi siempre será lo primero. Y así no podemos avanzar. Está muy bien tener principios, pero no lo está seguir un dogma, un ideario de un partido a pies juntillas y amoldar nuestras opiniones a lo que piense o diga un partido político determinado. Lo que nos parece mal estando un partido en el gobierno, por coherencia, nos debe parecer mal estando otro. Si se da el prodigio de que un político haga una propuesta sensata, tendremos que celebrarla y apoyarla venga de donde venga y sea cual sea el color de su formación.
 
Pero no, en muchos casos aquí todo depende de quién esté gobernando, de quién diga o haga algo. Fundamentalmente retrata la pobreza y el bajo nivel intelectual de quienes se dejan llevar por este sectarismo. Es mucho más cómodo no tener pensar, claro, porque ya te dan el discurso hecho. Quién es el gran culpable de todos los males (siempre el otro), a quién podemos echar la culpa de esta medida, qué tenemos que defender en cada momento y por qué. Pero esa pereza mental es muy dañina para la sociedad. Hablo de los partidos políticos, que son probablemente las entidades menos democráticas y menos abiertas al debate de ideas que existen en España. Allí se arrincona al que osa expresar una opinión propia contraria a la dirección. Hablo también de los medios de comunicación que actúan como fans de este o aquel partido en lugar de ejercer el papel de control al poder, siempre crítico, al que están obligados. Y hablo, por último, de aquellos ciudadanos incapaces de aplaudir una medida del partido contrario y siempre más comprensivos con los errores del propio. Así nos va.

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