El día después de la Diada

Tras la multitudinaria marcha de ayer por las calles de Barcelona en la que cientos de miles de personas pidieron la independencia de Cataluña, hoy es día de valoraciones de la histórica manifestación. Poco importa si la cifra más aproximada a la afluencia real es la de dos millones que dan los organizadores, la del millón y medio que ofrecen las fuerzas de seguridad dependientes del gobierno de Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona o la cifra de 600.000 personas que da la delegación del gobierno central. Las imágenes hablan por sí solas: ayer hubo un clamor por la independencia en Barcelona y se vivió la Diada más marcadamente independentista y más numerosa que se recuerda en las últimas décadas. El tiempo dirá si estamos ante un punto de inflexión o no en las relaciones de Cataluña con el resto de España.
 
Es innegable que el nacionalismo catalán exhibió ayer una demostración de fuerza en las calles pocas veces vista antes. Y también que el lema que encabezó la manifestación no dejaba lugar a dudas en sus pretensiones de alcanzar la independencia de Cataluña. Es un serio desafío para el gobierno español, un problema que hay que afrontar de cara y no puede minimizarse. Se podrá decir que no todas las personas que ayer se manifestaron por las calles de Barcelona quieren la independencia y que muchos expresaron su malestar por la situación actual. Se podrá censurar la actitud cínica del gobierno de Cataluña que insta a una marcha por la independencia de España, la misma España a la que van a pedir un rescate de 5.000 millones de euros porque no tienen para pagar las nóminas y están casi en la ruina. Se podrá criticar las falacias y la actitud infantil y simplona del nacionalismo. Todas esas reacciones ante lo ocurrido ayer pueden ser muy adecuadas, pero son insuficientes si no se reconoce que estamos ante una situación peligrosa, muy delicada.
 
Un problema no deja de existir porque lo minimicemos o ridiculicemos. Por eso la actitud ante esta demostración de fuerza del nacionalismo catalán, mejor dicho, del independentismo catalán, no debería ser la de intentar falsear lo ocurrido ayer en Barcelona. Lo cierto es que una manifestación que pedía de forma clara la independencia de Cataluña y que estuvo inundada de banderas independentistas tuvo una asistencia masiva de ciudadanos. No hay más vueltas que darle a esa tozuda realidad. Nos guste o no, lo recomendable en estos casos es plantarle cara a los desafíos, no intentar pasar de puntillas por ellos.
 
Es la historia de nunca acabar, podrán decir muchos con razón. Las aspiraciones soberanistas en Cataluña están ahí, más o menos latentes, desde hace muchos años. Y España no ha sido capaz de reducirlas pese a las cesiones de competencias y al Estado autonómico construido en la Transición epañola que da un autogobierno a las regiones no visto en la mayoría de los países de nuestro entorno. Muchos defiendenque los nacionalistas son insaciables y nada parece satisfacerles. Algunos apreciamos una notable incoherencia en los discursos del nacionalismo catalán: ¿pedimos el rescate un día y al siguiente expresamos nuestra voluntad de divorciarnos del país al que hemos pedido auxilio porque estamos hundidos económicamente? ¿Exigimos en la misma marcha la indepedencia y un pacto fiscal? Parecen caminos contrapuestos, o una cosa o la contraria. A ver si va a ser que hay gente que le ha cogido el gustillo a eso de decir que se quieren ir de España con la boca pequeña mientras lo que buscan en realidad es exprimir al Estado para tener privilegios sobre el resto de territorios. Eso sin negar que hay personas que se sienten catalanes y no españoles y que realmente quieren la independencia. Es algo real contra lo que nada se puede hacer, sólo faltaría.
 
Expongo ahora mi visión del nacionalismo de forma general que ya he expresado en varias ocasiones. El nacionalismo es algo infantil, un sentimiento primario y simplón. Primero adultera la Historia con burdas ficciones para creerse poco menos que el pueblo elegido en base a un pasado que jamás existió como ellos venden. Luego potencian lo provinciano, lo de su trocito de mundo, por encima de lo de fuera. El nacionalismo tiene tintes discriminatorios hacia los que no son de la tierra prometida. Venden historias falsas, irreales, infantiles, simplonas, extremedamente sencillas, a las que resulta, por lo que se ve, tentador entregarse y abrir los brazos. Necesita todo nacionalismo simplificar la realidad y ofrecer explicaciones sencillas (poco importa que sean mentiras) a situaciones complejas. Es fundamental también la prepotencia y tener un marcado complejo de superioridad y, por supuesto, es básico tener un enemigo al que culpar de todos los males del pueblo oprimido. O sea, un cuento.
 
Hablo del nacionalismo en general, porque todos se parecen mucho. Si bajamos al ejemplo concreto de Cataluña, qué sencillo resulta culpar de la nefasta situación económica de la Generalitat al opresor Estado español. Es que nos roban nuestro dinero. "Que nos dejen gestionar nuestros recursos", decían ayer los manifestantes. Para hablar en propiedad en el momento actual deberían pedir que les dejaran gestionar la ruina más absoluta en la que se encuentran. Salir de España sería salir de Europa y aislarse completamente en un mundo que tiende a la globalización y a romper fronteras, no a potenciar los sentimientos aldeanos de pertenencia a un grupo. Sería mucho más maduro que la sociedad catalana reconociera que el lamentable estado de sus cuentas se debe en gran medida a la pésima gestión de sus gobiernos (sobre todo del tripartito), pero eso sería tanto como reconocer parte de la culpa por haber votado a gente inepta y renunciar a la sencillísima explicación de sus complejidades pasadas y presentes: todo es culpa de España.
 
Es asombroso que en este mundo nuestro los sentimientos nacionalistas sigan agitando de este modo a la gente. Respeto a todo el mundo, por supuesto, pero me parece algo triste andar a estas alturas de la película hablando, por ejemplo, de derechos de un territorio cuando deberíamos saber de sobra que los derechos los tienen los ciudadanos. O alardeando del provincianismo cuando el mundo camina por otros derroteros. Y, sobre todo, me parece increíble la facilidad con la que los nacionalistas de todo el mundo (también hay exacerbados nacionalistas españoles) construyen sus discursos basados en mentiras, medias verdades e interpretaciones simplonas e infantiles de situaciones complejas. O cómo hay tantas personas que renuncian a su capacidad crítica y a esa agotadora costumbre de pensar de vez en cuando por uno mismo para acoger la doctrina populista, barata y provinciana de turno.
 
Quizás pensarán que la primera parte de este artículo no casa con la segunda. Cuando pido que se valore lo ocurrido en Cataluña ayer, que se estudie y se evalúe con seriedad y afrontándolo de forma directa lo hago porque creo que es absurdo mirar para otro lado y negar la realidad. Y después lo único que hago es expresar mi opinión personal sobre el nacionalismo como movimiento político y máquina de destrozar cerebros y mentes críticas. Dicho esto, creo que el gobierno español deberá intentar resolver esta situación de la mejor forma posible y afrontarla de cara. Pienso también que el gobierno catalán debe estudiar si está dispuesto a seguir adelante con este órdago al Estado y no olvidar que en Cataluña también hay gente que se siente española y no quiere la indepedencia. Y del resto de fuerzas políticas, pediría al PSOE que se aclarara. Sé que el PSC es un partido distinto del PSOE, pero que miembros de las siglas que representan a los socialistas en Cataluña acudan a una marcha que pide la independencia, aunque sea a título personal y discrepando del fondo de la cuestión (si es que esto es posible), es algo difícil de entender y que no casa con la imagen del PSOE como partido que defiende la unidad de España tal y como existe en estos momentos.
 
Por lo tanto, creo que no hay incoherencias entre pedir que se escuche lo ocurrido ayer y se intente encauzar de forma adecuada y señalar cómo veo yo el nacionalismo, esa "enfermedad infantil" de la que hablaba Albert Einstein. No tengo la más mínimo intención de negar la realidad ni convencer a aquellas personas que se sientan catalanas y no españolas de lo contrario. Cada cual es libre de pensar y sentir lo que quiera. Otra cosa es que la hipotética salida de Cataluña de España me apenara o que piense que no sería positiva para esa región. Cosa distinta es también que me parezcan burdas las falacias históricas en torno a las cuales se han construído este discurso el nacionalismo catalán.
 
Sí pienso que en el conjunto de España se debe hacer un esfuerzo por intentar integrar todas las sensibilidades y todas las regiones, y que la diversidad es la mayor riqueza de nuestro país. También es obvio que Cataluña y el País Vasco tienen una historia y unas particularidades distintas a las del resto de regiones. Lo que parece claro es que se avecinan tensiones territoriales, otra vez, en España con este pulso del gobierno de Artur Mas secundado por cientos de miles de catalanes en las calles y con las elecciones vascas en las que las encuestas auguran un triunfo de las fuerzas nacionalistas. O sea, que el debate sobre la cuestión territorial sigue abierto. Nada nuevo bajo el sol, pero no es bueno para nadie y en ningún caso que los problemas no se zanjen de forma consensuada y positiva para todas las partes tantas décadas después.
 


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