Reflexiones sobre el caso Assange

La concesión de asilo político de Ecuador al creador de Wikileaks, Julian Assange, es sin duda la gran noticia de la semana. Una información con muchas aristas y de una gran complejidad. Es muy interesantes por distintas razones. Está la cuestión de fondo de este caso, que no es otra que el eterno debate entre el secreto, herramienta necesaria en todos los Estados, también los democráticos, y la revelación de documentos reservados que podrían esconder abusos de poder. Ésta es la reflexión que más atractiva me parece del caso Wikileaks. Pero hay más, mucho más. Assange está reclamado por la Justicia sueca por presuntos delitos sexuales contra dos mujeres. Él y sus seguidores, que tiene una legión, dicen que es una persecución política.

El trato mediático que se da al caso también merece una reflexión. Desde el término empleado para definir a Assange, se está abordando la noticia desde puntos de vista muy distintos. Por ejemplo, hay medios que definen a Assange como hacker, como pirata informático. Otros hablan de activista o de periodista que destapa lo que el poder quiere ocultar. Hablando sobre la importancia de Wikileaks, hay quien dice que la revelación masiva de documentos oficiales secretos no fue más allá de unos cuantos chismorreos diplomáticos sin trascendencia. Por otro lado, hay personas que defendieron que Wikileaks marcaba un antes y un después en el periodismo, que abrió un debate necesario y que su actitud de desvelar la verdad es la senda a seguir.

Como en tantas otras cosas, parece que en este asunto no cabe el término medio. O estás con Assange y piensas que las acusaciones de violación son un complót político para hundir a la persona que puso en jaque a Estados Unidos, o estás con él a muerte y le defiendes como un hombre ejemplar que se ha puesto en una situación muy complicada por su compromiso ético con la verdad. O defiendes que este señor sólo se guía por un antiamericanismo galopante y destacas que desvelar secretos oficiales es un delito y puede poner en riesgo a todo un país, o argumentas que los países no se pueden escudar en el secreto oficial para ocultar desmanes. Lo dicho, o eres muy pro Assange, o estás marcadamente contra él. Siempre habrá, claro, a quien este asunto no le interese lo más mínimo.

Yo intento mantener ese término medio, no porque no quiera mojarme o porque busque siempre una equidistancia imposible, sino porque considero exageradas las dos posturas, la de quienes le señalan como un activista heroico por la limpieza de la democracia y la de quienes defienden que es un delincuente y un tipo oscuro con mucho que esconder. Hay personas muy amigas de las teorías de la conspiración que no tienen la más mínima duda de que los casos por los que se persigue a Assange en Suecia, dos presuntos delito sexuales, son un invento que forman parte de un complót para que el Reino Unido extradite al australiano a Suecia y estos le condenen por los delitos y le envíen a su vez a Estados Unidos, donde él podría ser condenado a pena de muerte.

Entran aquí cuestiones legales y diplomáticas que a la mayoría de las personas se nos escapan. Parece ser, según leemos por ahí, que la extradición desde Suecia hasta Estados Unidos de Assange no estaría tan clara, porque el Convenio Europeo de los Derechos Humanos no permite extraditar a un ciudadano a otro país donde podría ser condenado a pena de muerte. Desde ese punto de vista, si llegado el caso Suecia extraditara a Assange a Estados Unidos, estaría incumpliendo un tratado internacional.

Mucho lío también hay en relación a la situación actual de Assange. El creador de Wikileaks está en la embajada de Ecuador en Londres. El país sudamericano le ha concedido asilo político, es decir, que el Reino Unido no le puede detener donde está, pero él tampoco puede salir de allí porque en el momento en el que pise suelo británico sí puede ser detenido. Hay que recordar que Assange incumplió su condición legal en el Reino Unido al acudir a la embajada de Ecuador en Londres. La posibilidad de que Assange viaje a Ecuador es, por lo tanto, improbable a día de hoy. La delegación diplomática de Ecuador en la capital británica, además, está en un primer piso sin acceso directo a la calle y, por lo tanto, en cuanto pise el rellano del bloque, estaría en suelo británico. De película este caso, pero con grandes implicaciones internacionales a varias bandas.

Ecuador argumentó la decisión de conceder asilo político a Assange de forma detallada, su ministro de Exteriores se tiró más de media hora explicándolo. Entre los motivos que expuso, hay algunos que no van a hacer precisamente que el gobierno de Correa haga amigos en Estados Unidos o Suecia. Sin embargo, sí logra aparecer como gobierno comprometido con la libertad de expresión y la defensa de la libertad de la democracia y de la prensa, lo cual es algo asombroso tratándose de un ejecutivo que persigue y amordaza a la prensa libre en su país. Compromiso con quien mete el dedo en el ojo a Estados Unidos, pero ni agua a quien ejerce la libertad de información y de expresión en su propio país. Ésa parece la línea seguida por el gobierno de Ecuador.

Presupone Ecuador que en Suecia el señor Assange podría ser extraditado a Estados Unidos y que en ninguno de los dos países tiene garantías de un juicio justo. Lo mismo, por cierto, defiende el español Baltasar Garzón, que es el nuevo abogado de Assange. Y eso es mucho presuponer y, sobre todo, es un presupuesto muy grave. Y ojo, no soy un ingenuo inocente que piense que un hipotético proceso judicial contra Assange en Suecia o Estados Unidos estaría libre de presiones por todo lo que implica el caso, pero de ahí a defender, de forma contundente, que en estos dos países no tendría un juicio justo el señor Assange... No estamos hablando de Estados dictatoriales.

El asunto central de toda esta historia es el debate de fondo sobre el secreto. Es un arma que manejan todos los Estados, también los democráticos, y no es algo necesariamente malo. La transparencia es el estado deseable en una democracia, pero hay cosas que han de quedar en secreto sin que ello implique que ese país es una pantomima de democracia y que se están haciendo osuros trapicheos. Es fácil de entender. Por ejemplo, resulta razonable que se mantenga en secreto asuntos de Defensa, cuestiones militares que no pueden ser públicas por motivos se seguridad. Que un Estado no publicite a bombo y platillo dónde tiene, por ejemplo, sus reservas de este o aquel tipo de armas, o dónde está llevando a cabo una misión secreta, o cuál es la identidad de algún agente secreto, no podemos hablar de escándalo, sino de razonable secreto de Estado.

El problema llega cuando, y sospechamos que esto sucede con frecuencia, los Estados toman su derecho a tener secretos, a declarar como reservadas ciertas materias, como una carta blanca para ocultar lo que no interesa contar, para esconder desmanes o abusos. Es ahí donde el secreto pierde su sentido originario y sensato y pasa a ser un escudo inaceptable de despropósitos de los gobernantes. Wikileaks reveló cables diplomáticos que tan sólo nos mostraron que los embajadores también son cotillas, como muchas otras personas, pero también sacó a la luz otros documentos y otras informaciones mucho más relevantes.

Hablo de esas imágenes en las que se ve cómo un helicóptero estadounidense dispara indiscriminadamente contra personas desarmadas en Irak. La versión oficial de ese suceso no tenía nada que ver con lo que reflejan esas imágenes, que nadie pudo desmentir porque eran reales. O también documentos donde podemos leer que el Departamento de Defensa de Estados Unidos pide no investigar muertes de civiles en países en conflicto como Irak o Afganistán. Ése es el tipo de cosas que no pueden suceder, en las que el derecho a tener secretos oficiales, algo fundamental en todo Estado, no puede ser una licencia para ocultar crímenes atroces y horribles abusos. En ese sentido, las revelaciones de Wikileaks sí tuvieron una parte de sacar a la la luz la verdad, de denunciar desmanes, de destapar aquello de lo que el poder no se puede sentir orgulloso y que quiere mantener en secreto.

Por ello, si bien es cierto que las leyes de todos los países sancionan duramente a quienes revelan secretos oficiales, y es razonable además que así sea, creo que con el asunto Wikileaks nos hemos centrado demasiado en su creador, a quien tampoco creo que le moleste mucho acaparar estas cotas de protagonism, dicho sea de paso, y en el soldado que le facilitó esos documentos, que está en una situación judicial muy delicada, que en la actitud del gobierno de Estados Unidos. Y resulta que la Administración estadounidense no ha dado una sola explicación de lo publicado por Wikileaks. Cuando salía a la luz la escena en la que se veía que soldados de Estados Unidos bastante sádicos e inhumanos disparaban contra civiles iraquíes que no eran un peligro potencial para ellos, los mandatarios se limitaron a decir que era muy grave la revelación de secretos y que perseguirían a los responsables. Ni palabra de asumir responsabilidades, de abrir investigaciones serias sobre lo denunciado, de prometer contar toda la verdad. Nada sobre los documentos que echan tierra sobre asesinatos a sangre fría de mujeres y niños.

En ese sentido, creo que el gobierno Estados Unidos ha buscado en todo momento centrar el caso Wikileaks en Assange, a quien puede vender como un tipo oscuro perseguido por presuntos delitos sexuales y enemigo de la nación más poderosa del mundo, y en el joven soldado que le ayudó a sacar a la luz este material, a quien puede presentar como un traidor a la patria que merece la pena capital. No media palabra sobre por qué un soldado de tan bajo rango pudo acceder a esa documentación reservada, sobre cómo pudo fallar tanto el sistema para sacar a la luz todos esos documentos y, sobre todo, sin comentarios sobre los desmanes que desvelan las filtraciones. No me parece justo que esto quede en segundo plano. Dicho esto, el caso Assange tiene tantas vertientes, puede tener tan largo recorrido, que tiempo habá de seguir profundizando. No creo que este hombre sea un héroe, pero tampoco considero que sea canallesco y vil desvelar ciertos documentos secretos que están ocultando los trapos sucios de un Estado democrático.


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