Desesperación, muerte e injusticia

La semana pasada todos nos sobrecogíamos con las escenas que llegaban desde distintos puntos de la costa española. Las desgarradoras imágenes mostraban a seres humanos en un desolador estado de desesperación . Hablo del drama de la inmigración. El drama de las personas que son engañadas por repugnantes mafias que trafican con elllos y con sus sueños; el drama de mujeres, hombres, y niños que ocurre ante nuestras narices sin que nada hagamos.
Los políticos, de uno u otro signo, de éste o aquel país, muestran verbalmente su contundencia ante las mafias; también su solidaridad hacia los infelices pasajeros de las embarcaciones de la muerte. Palabras, promesas y, si acaso, algo de dinero. El problema que supone la realidad de la inmigración no tiene fáciles soluciones. Nadie ha dado con la tecla correcta. Cada partido tira de su experiencia previa o de sus ideas para afrontar un drama innegable e intolerable.
La cooperación con los países de origen es una necesidad. Los recursos económicos que lleguen hasta las regiones más pobres del Planeta deben ser bien gestionados, y para ello se necesita un acuerdo mundial en el que los más ricos ayuden con voluntad cierta a los más pobres. El G-8 se reunió estos días. De la reunión salieron varios compromisos que no deberían quedar en papel mojado. SI ya de por sí parece insuficiente, al menos deberíamos tener ciertas garantías de su cumplimiento.
El compromiso con un mundo más justo y con menos desigualdades debe ser firme e inexcusable. Dudo que así sea. Todos solemos tener claro lo que debe ser. Y estamos de acuerdo en que la realidad debe ser distinta, mucho menos odiosa e injusta. Los gobernantes mundiales deben dar un paso más en la lucha contra la pobreza en el mundo. Ese paso que los más necesitados llevan esperando toda la vida.
Alberto Roa Arbeteta

Comentarios