Me encuentro entre la legión de fans que descubrió a Sally Rooney con la serie que adaptó su novela Gente normal, así que empecé a leer su último libro, Intermezzo, editada por Random House con traducción de Inga Pellisa, con altas expectativas. Se han visto superadas con creces. Deslumbra la construcción de personajes vulnerables, tan reales, tan humanos, tan de carne y hueso, sus diálogos llenos de vida y de verdad, la forma tan aparentemente sencilla de abordar de un modo profundo e inteligente las relaciones humanas. Es una novela extraordinaria.
Intermezzo tiene todo lo que se le puede pedir a la gran literatura. Un estilo alejado de florituras y adornos, pero a la vez bellísimo, con una alta carga emocional, muy literario, con varias citas de novelas y ensayos filosóficos. Aborda cuestiones profundas, que conectan con los sentimientos, vivencias y emociones de los lectores, y lo hace con la sutileza, hondura e inteligencia que sólo ofrece la gran literatura. Es un libro de personajes, en el que parece que a veces no ocurre nada importante, pero en el que sucede la vida.
El libro se centra en la relación de dos hermanos, Peter e Ivan, que acaban de perder a su padre. El duelo se entremezcla con sus respectivas relaciones de pareja, sus dudas e incertidumbres, sus vulnerabilidades y también lo complejo de su relación. Se quieren, pero se sacan de quicio. Se necesitan cerca, pero les cuesta tener intimidad. Lo mejor es que no son personajes estereotipados. Se podría decir que Ivan, el pequeño, es una especie de bicho raro, casi un incel, desde luego un ratón de biblioteca con escasas habilidades sociales, que no tiene trabajo fijo, subsiste haciendo encargos de análisis de datos como freelance y es un obsesivo jugador de ajedrez licenciado, mientras que Peter, el hermano mayor al que le gusta ejercer como tal, es un tipo en apariencia arrogante, abogado triunfador, sin demasiada responsabilidad afectiva, culto y un punto pedante, mentalmente frágil... Son personajes complejos, es decir, humanos; están muy bien creados y se cuentan sus vidas desde la ternura, jamás con ánimo de ser juzgados.
Los puntos álgidos de la novela llegan siempre en los encuentros entre los dos hermanos. Se narra su historia con capítulos alternos, uno dedicado a cada uno de ellos. En una cena juntos, leemos “está tratando de ser amable, salta a la vista. Todo eso, invitar a Ivan a la cena, actuar con tacto, asegurarse de que no le falte dinero: es su manera de intentar ser una persona amable, un buen hermano. A Ivan le parece tan conmovedor que es de hecho triste, una tristeza que parece vinculada esencialmente a la personalidad de su hermano”. Y, al poco, sobre Ivan, el menor, la autora escribe: “a diferencia de su hermano, él no le asigna un valor estúpidamente alto, casi moral, al concepto de normalidad, que expresada en otros términos no es más que conformidad con la cultura dominante”.
Cualquier lector puede sentirse identificado con algunos aspectos de ambos personajes. De ellos se puede decir lo que se lee en un momento del libro, que son “seres humanos imperfectos”. Y nada hay más humano que la imperfección. En la novela se habla de los afectos, de la complejidad de las relaciones interpersonales, del papel del trabajo en nuestra vida, de la importancia de dedicar el tiempo a quien queremos, de las dependencias emocionales o también del eterno debate de hasta qué punto somos libres de las miradas y las expectativas de los demás.
El libro también habla, claro, de la familia y del amor, porque en esta novela Ivan comienza una relación con Margaret, una mujer mayor que él, mientras que Peter quiere a la vez a Naomi, una joven universitaria, y a Sylvia, su novia de toda la vida, su alma gemela. Hay pasajes bellísimos sobre el amor, destellos de ternura como estos dos: “toda la infelicidad que la vida les ha inflingido a ambos: disuelta siquiera brevemente en esa sensación, en la imagen compartida de esa tranquila alegría”, y “ este nombre se ha vuelto preciadísimo para él, su propio nombre, por cómo suena en sus labios”.
En la novela se profundiza en la personalidad de ambos hermanos. De Peter se cuenta, por ejemplo, la importancia que le da a la cultura, a su formación, sobre todo, por venir de una familia humilde. Hay incluso menciones a Bourdieu, cuando Peter alardea de cómo “eso que ellos tienen de nacimiento, él se lo tiene que trabajar. Gustos, modales, cultura. No heredado, sino ganado”. En en caso de Ivan, se le muestra como alguien introvertido, con problemas para entender este mundo loco y para jugar al juego de la vida en sociedad. Es maravilloso este pasaje: “Cuántas veces en la vida se ha sentido un observador frustrado de sistemas en apariencia impenetrables, viendo cómo otra gente participa fácilmente de estructuras a las que él no encuentra manera de acceder o no entiende siquiera. (…) Tiene sus cualidades, más o menos, pero ninguna demasiado relacionada con lo de vivir en el mundo en el que vive, el único mundo que se puede afirmar que existe sobre una base relativamente real”.
Intermezzo, en fin, es una novela portentosa que aborda con maestría y con todas las armas de la mejor literatura la complejidad de las relaciones interpersonales, con especial atención a la relación entre estos dos hermanos. Y, de fondo, claro, siempre el duelo por la pérdida de su padre y las reflexiones sobre la fugacidad de la vida y el vacío de la muerte. Así, por ejemplo, leemos pasajes como este: “Pero es un placer, ¿a qué sí?, una noche fresca de septiembre en Dublín, caminar dando uno zancadas largas y resueltas por una calle tranquila. En la flor de la vida. Es su deber ahora disfrutar de esta clase de placeres pasajeros. Al minuto siguiente podría estar muerto. Cada día le toca a alguien. Y su padre se había ido demasiado pronto, como no dejaba de decir todo el mundo, sesenta y cinco, tenía solamente”. Lo mejor que te puede ocurrir al leer una novela es que no quieras que termine y también que sientas que eres inmensamente afortunado por haber podido leerla, porque sabes que siempre te acompañará. Intermezzo entra sin duda en esa categoría de libros que dejan huella.
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