Siento una debilidad especial por los museos pequeños, manejables, poco concurridos. Esos museos que no son la atracción turística principal de sus ciudades, que se suelen dejar para segundas o terceras visitas, que con frecuencia están fuera de los planes turísticos habituales, por los que a menudo se pasa de largo. Por supuesto, me encantan las grandes pinacotecas en las que uno puede detenerse horas y horas, claro que disfruto mucho con ellas, pero encuentro un encanto especial en museos más modestos, que siempre encierran sorpresas y que, en muchos casos, están cuidados con mimo y atención.
Sin ser exhaustivo, se me vienen a la cabeza museos en los que he disfrutado mucho estos últimos años como el Museo de la Rioja en Logroño, la Casa museo de Picasso en A Coruña, el museo de Bellas Artes de Bilbao, el museo Calvet de Aviñón, el Centro Federico García Lorca en Granada, la Fundación de José Saramago en la Casa dos Bicos en Lisboa… Todos ellos distintos, claro, pero con el punto en común de que son espacios modestos, más o menos pequeños (si se comparan con las pinacotecas gigantes), pero encantadores, donde se aprende y se disfruta mucho, de los que guardo un gran recuerdo.
Tras atravesar un coqueto patio en el que se encuentra un busto de Machado, el visitante accede a una librería con obras del y sobre el genial autor. Una audioguía llena de detalles y toda clase de materiales didácticos como carteles, fotos, recortes de prensa, libros y litografías o láminas, nos recuerdan la trayectoria vital de Machado, su compromiso con la cultura y su triste final exiliado en Francia. Una de las iniciativas más interesantes en las que se involucró Machado y que se muestran en este coqueto museo es la Universidad Popular Segoviana, que tenía como propósito divulgar la cultura. “Qué difícil es, cuando todo baja, no bajar también. Hay que elevar el nivel del público”, dijo Machado. Ese organismo, en la línea de la Institución Libre de Enseñanza o de las Misiones Pedagógicas de la II República, impartía conferencias y tenía una biblioteca circulante para llevar la cultura al pueblo.
Entre otros atractivos de esta chiquita, pero preciosa casa museo, están también sendas láminas ilustradas por Rafael Alberti y Picasso, dedicadas a Machado, además de una extensa cronología de la vida del poeta y, por supuesto, pedacitos de sus poemas por todas partes, como el precioso Soledades, donde Machado elogia a esas “gentes que danzan o juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra”, que “no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta”, y que “son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan bajo la tierra”. O, por supuesto, la mención a los últimos versos que dejó escritos Machado antes de morir en Collioure: “estos días azules y este sol de la infancia”.
Muy cerca de la Casa Museo de Antonio Machado en Segovia, por cierto, está el Museo de Segovia, muy interesante; que recorre la historia de la ciudad desde sus orígenes, y que está situado en la Casa del Sol, un antiguo matadero situado en la judería de la ciudad, construido en 1452. Es un edificio precioso y el museo es el perfecto ejemplo de lo que comentaba al principio, de cómo hay pequeños museos que sorprenden y bien merecen una visita. Aquí, entre otras muchas piezas, me encanta una escultura impresionante de Aniceto Marinas, la ingente cantidad de piezas antiguas procedentes de excavaciones dirigidas por Antonio Molinero Pérez o la colección de monedas acuñadas en Segovia, entre otras muchas otras obras artísticas. Lo dicho, hay mucha vida museística más allá de las pinacotecas de referencia, y es maravilloso poder descubrirla con calma y disposición a sorprenderse por todo lo que los pequeños museos tienen que ofrecernos.
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