A propósito de Taylor Swift


Yo no soy un swiftie. He escuchado (y me han gustado) varias de sus canciones, pero estoy lejos de ser un fan que conoce cada una de sus eras, las historias en torno a sus temas y los hitos de su fulgurante trayectoria. No soy un swiftie pero reconozco que he seguido con una absoluta fascinación, casi diría que con cierta envidia sana, el furor que la cantante estadounidense ha provocado a su paso por Madrid, el mismo que provoca allá donde va en una gira con cifras históricas. 

He leído multitud de artículos sobre el fenómeno de Taylor Swift, he devorado las críticas de sus dos conciertos en el Bernabéu y he hablado con personas queridas que, ellas sí, son swifties. Y creo que sólo desde una pose cascarrabias y algo viejuna puede decirse algo malo de la que se ha montado con estas dos noches en Madrid (dejando a un lado las lógicas protestas de los vecinos próximos al Bernabéu, pero esa queja es en otra ventanilla, no tiene nada que ver ella). Lo que transmiten sus fans es una entrega y una pasión compartida verdaderamente admirables. Es indudable que un espectáculo de más de tres horas es un reto de una exigencia colosal que, según todas las crónicas, hasta las más críticas, Swift supera con creces. En definitiva, lo que hemos visto estos días en Madrid ha sido a personas, en su mayoría jóvenes, pero no sólo, entregadas a una artista que admiran, con cuyas canciones se identifican y que les alegra la vida. Nada más, nada menos. 


Hay quien considera que ha sido excesiva la cobertura mediática de la gira de Taylor Swift, y en su derecho está de pensar así, por supuesto. También ahí quien no entiende el fenómeno y considera que no está justificado por la calidad de sus canciones. Opinión respetable, naturalmente. Hay quien se siente automáticamente atraído por una artista que gusta a tantos millones de personas en todo el mundo, llamado por su éxito más que por cualquier otra cosa, y hay quien hace todo lo contrario, reniega sin pensarlo y sin darle una oportunidad de la cantante estadounidense precisamente porque tiene mucho éxito. No sé cuál de las dos actitudes es más irracional. En todo caso, ya digo, se puede opinar, y se opina, sobre cualquier cosa, sólo faltaba. Sí creo, sin embargo, que algunas de las reacciones ante el furor desatado por Taylor Swift en Madrid responden a otros motivos un poco menos defendibles.


Dicen que uno empieza a envejecer de verdad cuando deja de interesarse por descubrir nuevos artistas, cuando se refugia en la música, el cine y la literatura de otra época que considera de calidad superior y que, casualmente, siempre, siempre, siempre coincide con la época en la que esa persona era joven. Lo que añora no es la música de ese tiempo, claro, sino su edad de entonces. Ese fulgor juvenil, esa pasión desatada, esas ganas de descubrir cosas nuevas. No pasa nada por cumplir años y de hecho, la alternativa es mucho peor, pero hay maneras y maneras de hacerse mayor


Están, por ejemplo, quienes miran a Taylor Swift con evidente condescendencia, como a una chavala que hace canciones tontorronas y cautiva a las y los adolescentes porque ellos no tiene criterio, pero que no le llega ni a la suela de los zapatos a sus cantantes o grupos preferidos del año catapún, digamos que más o menos, el año cuando ellos tenían entre 18 y 25 años. Es una forma de cumplir años un tanto triste y amargada. Una postura cascarrabias y, por otro lado, más vieja que el hilo negro. Cualquier generación ha creído siempre que la suya, ya es casualidad, es mucho mejor que las siguientes, que la música que se hacía en su época (y cuando esas personas hablan de su época se refieren siempre a la época en la que eran jóvenes) es mucho mejor. Todo era mejor cuando, fíjate tú por donde, ellos eran adolescentes o veinteañeros, cuando no les crujían las rodillas y podían trasnochar sin que al día siguiente les doliera todo el cuerpo. La locura desatada por este o aquel artista en su tiempo era lógica y normal, pero la que desata hoy Taylor Swift es incomprensible a sus ojos. 


Esa forma de cumplir años está, visto lo visto, muy extendida. En parte relacionada con ella, pero no necesariamente, hay otra postura elitista también muy presente por lo que se ve en nuestros días, la de quienes creen de verdad que airear públicamente que ellos desprecian algo que mucha otra gente alaba les convierte automáticamente en una persona con criterio, a la que no se la pegan. Hay gente alardeando de no haber escuchado una sola canción de Taylor Swift en su vida, como si quisieran que les diéramos una medalla por ello, como si en el fondo cerrar ojos y oídos a lo que pasa en el mundo fuera una actitud elogiable y no un síntoma de distanciarse de tu tiempo, que siempre es el presente, el que vives; una muestra de que igual no estás envejeciendo del mejor modo posible. 


Y luego está otra forma de cumplir años, que es a la que aspiro, que es la que simboliza mejor que nadie Maruja Torres. Siempre en su equipo. A sus 81 años, la periodista, muy activa en la red social anteriormente como Twitter, escribió hace unos días a cuento de los conciertos de Taylor Swift: “Yo en cuanto a música me he quedado muy antigua, pero me entusiasma el fenómeno de sus fans. Desde mi juventud no había visto nada parecido, cuánta alegría, cuánta vitalidad e imaginación”. Todo está perfecto en ese mensaje: reconocer que sus gustos musicales son otros, pero prestar atención a lo que ocurre a su alrededor y entusiasmarse con esa alegría generaliza que desprenden las fans de la cantante estadounidense que se curran sus vestuarios para el concierto y se intercambian pulseras, en vez de mirarla con condescendencia. ¿Veis? No es tan difícil. Y es mucho más divertido, además, intentar mirar con respeto aquello que no se entiende antes que juzgarlo y criticarlo por sistema. Cuando se le elogió esa actitud abierta, la periodista respondió: “básicamente, estoy viva”. Y de eso, en efecto, va de lo que estamos hablando.


También me encantó otro tuit genial de Ángeles Caballero en el que la periodista decía: “mucha suerte a todos los madridistas y a los miles de aficionados que estarán mañana en Londres y a los que ningún cronista ni tuitero llamará "histéricos", "niñatos" o "esquizofrénicos" por las emociones que les genera el fútbol”. Chapeau. Porque aquí ya sabemos que para mucha gente las pasiones colectivas sólo son fascinantes si ellos las comparten.

 

Taylor Swift genera un debate que me gusta, abre un buen melón. Cuando leo determinadas críticas a sus canciones (insisto, sólo faltaba, perfectamente legítimas), pienso en eso de despreciar lo que no se conoce, en esa actitud de valorar solo de lo pasado cuando uno era joven, etc. Pero también pienso que esos mismos críticos ceñudos que miran con condescendencia a la cantante estadounidense alaban de forma incondicional los temas de cantantes (en su mayoría, hombres) de una cierta edad en cuyas letras podemos encontrar muchas de las cosas que a veces se le afean a Swift, como que incluya menciones a sus exparejas. No tienen el mejor problema con la prosa de esos artistas veteranos hombres, pero le ponen mil y una pegas a las letras de esta artista joven. Quizá el hecho de que una mujer joven provoque semejante tsunami en todo el mundo, con un mensaje además muy claro en lo relativo al feminismo o los derechos de las personas LGTBI, por ejemplo, es lo que más descoloca a según qué personas. En el fondo, parte de los recelos que despierta Swift en según qué gente no se diferencian tanto de ese sentimiento de confusión en el que ciertas personas viven instaladas ante un mundo más abierto a la diversidad, por ejemplo. 


Entre intentar aprender de los jóvenes y renovarse, por un lado, o atrincherarse en los valores, la música y las tradiciones de cuando uno era joven, por el otro, mucha gente opta por lo segundo. Y esto no va, por supuesto, de que te guste más o menos Taylor Swift o de que la escuches o no. Va de si uno quiere hacerse mayor como Maruja Torres o prefiere convertirse en un cascarrabias que ridiculiza automáticamente todo lo que le gusta a la gente joven. Yo no tengo ninguna duda de lo que quiero. 


Y, por último, algo aún más elemental pero que, visto lo visto, hay a quien aún le cuesta: que la gente se divierta siempre está bien. Oh, vaya. Es maravilloso que miles de personas disfruten y aparquen los problemas de la vida diaria durante tres horas en un concierto. Es algo muy elemental pero que hay gente que no termina de entender: si otra gente disfruta muchísimo con algo que tú no comprendes o no te gusta (siempre que ese algo sea legal y esas cosas), la única actitud propia de una persona que sigue viva y no está un poco muerta por dentro es dejar que esa gente disfrute y, a su vez, disfrutar tú de lo que sea que le haga reír o desconectar o pensar o fabular otras vidas o sobrellevar los malos momentos. Sencillo. Así que, en resumen, no, no soy swiftie, pero olé por ellas y ellos. Qué buen rollo transmiten y qué bueno es ver a gente feliz en este mundo nuestro siempre tan enfadado y taciturno. 

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