Ni luz ni llanto

 

Ciertas cenizas, el libro de relatos de María Cureses, fue sin duda uno de los mejores descubrimientos (o deslumbramientos) literarios que he disfrutado en los últimos libros. Me fascinó su estilo directo, preciso, pero a la vez poético, su forma de concentrar tanta buena literatura en esas historias. También la gran variedad entre los distintos relatos, tanto de tono como de narradores o de enfoques. Fue, en fin, un hallazgo maravilloso que debo a una buena amiga lectora y también a la librería Amapolas en Octubre, ese templo del encuentro y de los buenos libros en Madrid. En agosto del año pasado, Cureses publicó su primera novela, Ni luz ni llanto, así que en mi última visita a la citada librería lo compré y ahora al fin lo he leído. Salgo de él con la misma sensación de plenitud y gratitud que te deja la gran literatura, con el mismo asombro y la misma admiración. Es un libro soberbio. 

 

María Cureses nació en León, pero nadie lo diría. Si hubiera leído la obra, editada por La Umbría y la Solana, sin conocer esta información, habría dicho que se trataba de un libro de una autora mexicana por su exquisita riqueza de vocabulario, su autenticidad. Es el poder de la literatura. Una autora española escribe con enorme maestría, con un pulso narrativo excelente, con fascinante precisión, del drama de los feminicidios en Ciudad Juárez. El narrador de la novela es un hombre cuya hermana es una de las muchas desaparecidas, asesinadas por los cárteles de la droga, que busca sin descanso conocer dónde está enterrada y que se juega la vida en esa búsqueda de la verdad.

Todo en el libro es prodigioso. Ya digo, en lo formal, es impecable. También la construcción de los personajes y la forma en la que se cuentan los contrastes en una de las fronteras más desiguales del mundo, la que separa a México de Estados Unidos. La obra, por momentos, es áspera y dura, como lo es la situación narrada. La autora logra llevar al lector a esos desiertos, a ese escenario sin esperanza, como reza el título, sin luz ni llanto. El miedo a no saber quién puede estar mirándote, a quién le puede incomodar que hagas preguntas, la desconfianza absoluta, el sentimiento de abandono e injusticia de esa familia, y tantas otras, que no albergan esperanza alguna de encontrar a sus seres queridos. 

Parte de esa absoluta desesperación procede del hecho de que, a menudo, quienes están llamados a proteger a las víctimas están en realidad a sueldo de los verdugos. Dos frases contundentes que cuentan esto de forma precisa con pocas palabras: "la policía es como muchos hombres en este país: que piensan que las mujeres, de la cocina a la cama y por el camino, a madrazos” y “en esta ciudad lo más parecido a un criminal es un policía”. 

El libro, ya digo, es muy duro, seco y contundente, tiene a la vez un estilo fascinante, con excelentes descripciones y con diálogos memorables. Por ejemplo, cuando en un bar de noche los dos protagonistas le dicen a una chica con la que están tomando algo que no tienen nada que ver con los narcos y son gente decente. "Conozco un chingo de gente decente", responde ella, perdiendo el interés automáticamente, o ese otro diálogo tenso en el que cuentan a unos desconocidos que vienen de enterrar a un perro muy querido y un señor les responde preguntando: "¿por qué todos los pinches narcos cuentan la historia del perrito?". 

Hay muchos pasajes reseñables del libro, como este del comienzo, maravilloso: “Con el tiempo entendí que nos contaba siempre las mismas historias, no por aburrimiento ni por insania, sino porque algunas historias no paran de ocurrir en nosotros hasta el final de la vida”, o como la descripción, ya casi al final, de un momento clave de la historia, que comienza así: “La ciudad nunca tuvo tantas calles como aquella noche”. Ni luz ni llanto, en fin, es un libro sensacional sobre una realidad dura y áspera, de esas que aborda mejor que nadie la buena literatura. 

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