Muchos estamos viendo de treinteañeros todas las series con protagonistas homosexuales que no pudimos ver de jóvenes. No pudimos verlas porque no existían. No teníamos esa representación por ningún lado, no había apenas referentes. Así que lo primero que pensamos ante películas o series con personajes gays adolescentes que nos remueven hoy es que nos habría encantado verlas hace unos años, que nos habría hecho mucho bien, y hasta envidiamos un poco a los jóvenes de hoy en día, que cuentan con esas historias que a otros tanto nos faltaron. Por supuesto, eso nos hace no ser del todo objetivos a la hora de valorar estas producciones, pero qué aburrido es intentar ser objetivo cuando hablamos de series o de cine, es decir, de emociones, de historias, de sentimientos, de la vida.
Todo esto viene a cuento de que acabo de terminar de ver la tercera temporada de Skam France. Ya que no quiero ser como un idiota que se pone a maquillar de seriedad lo que le importa, como canta Funambulista, no diré que es una serie extraordinaria ni haré una crítica especialmente sesuda. Sólo diré que me ha encantado, realmente me ha conmovido. Creo, además, que este tipo de historias hace mucho bien, porque celebran la diversidad y llevan a la pantalla lo que siempre ha existido en la vida real, peor tan pocas veces se ha representado. Y lo hace, además, con calidad en los guiones, las interpretaciones, la música (¡qué banda sonora tiene la serie!) y el resto de aspectos de la producción. Pero, lo dicho, no maquillaré de seriedad lo que me importa.
Skam France una secuela de la serie original noruega, creada en 2015, que tras su éxito ha tenido desde entonces versiones en varios países, incluido España. Una de las grandes virtudes de la serie es su atrevimiento a la hora de abordar nuevos formatos y nuevos lenguajes. Cada temporada se compone de vídeos cortos de entre tres y seis minutos que son actualizados cada día en su web en un simulado tiempo real (si los personajes van a una fiesta el jueves a las 22:15, el vídeo se emite a esa hora de ese día en la web). Todos esos vídeos juntos componen el viernes un capítulo de menos de media hora. A eso se suman los mensajes en redes sociales de los protagonistas, lo que da un uso atractivo a estos canales, que se ponen al servicio de la historia, jugando entre la realidad y la ficción y dotando a la serie de una gran frescura en el fondo y en la forma.
La serie habla el lenguaje de sus espectadores y eso se nota. No hay impostura, todo surge con naturalidad en la pantalla. Otra peculiaridad de Skam es que cada temporada se centra en un personaje y en un tema en concreto, así que quien es es protagonista en una tanda de episodios pasa a ser después secundario en la siguiente. La serie aborda problemas e inquietudes reales de los jóvenes y la tercera temporada se centra en la relación entre Lucas (Axel Auriant) y Eliott (Maxence Danet-Fauvel).
Comencé a verla por simple curiosidad y para hacer oído con el francés. La terminé cautivado por la belleza de esta historia de amor y la sensibilidad con la que se narra. La química entre los protagonistas es un factor clave. No es habitual ver semejante calidad interpretativa en series con protagonistas adolescentes (hay ejemplos sobrados de lo contrario, de hecho). En contra de lo que suele ser habitual, aquí la mayoría del elenco ofrece grandes interpretaciones y los dos protagonistas se salen de la pantalla y llenan de verdad y honestidad a sus personajes.
Eliott, nuevo en el instituto, es un chico intenso y pasional, de un magnetismo hipnótico, hipersensible. Cuando Lucas (alegre, sociable y, aparentemente, feliz con su vida) lo conoce le asaltan las dudas, no sabe procesar lo que siente. Lucas no sabe que es gay, o teme empezar a descubrirlo. La relación entre ambos no será sencilla y abordará cuestiones como la autoaceptación o el miedo al rechazo. Pero también se habla de religión, de la amistad, de la importancia de la diversidad y de la convivencia con el diferente. Y de la bipolaridad, con un tacto y un realismo exquisitos.
La tercera temporada de Skam France se propone, por encima de todo, contar una bella historia de amor. Lo consigue con creces. Hay varias escenas de esas que son difíciles de olvidar (Lucas al piano, el mural en la pared, el escondite de Eliott...). Es una historia bella e inspiradora. Escribió Cioran que el amor parece una trivialidad sólo por culpa de quienes no han amado. No hay nada de trivial y sí mucho de emotivo, tierno y sensual en la historia de Lucas y Eliott.
Aunque suene ñoño, o, precisamente, trivial, uno de los eslóganes de la película Love, Simon era que todo el mundo merece vivir su historia de amor. Aquella película ayudó a muchos jóvenes a armarse de valor, empezar a aceptarse y salir del armario. Sin duda, esta serie también lo ha hecho. Los creadores de la serie y los actores han contado que casi cada día reciben mensajes de jóvenes a los que esta serie ha ayudado a dar un paso adelante y vivir su vida en libertad. Eso vale más que cualquier cuestión técnica que podamos ponernos a analizar en la serie. Durante demasiado tiempo las historias de amor entre dos hombres (no digamos ya entre dos mujeres) no existían en las pantallas, o quedaban si acaso en un segundo plano. Afortunadamente, eso empieza a cambiar, y es maravilloso que lo haga con historias tan cuidadas e irresistibles como ésta. Y, encima, en francés.
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